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corazón de tinta - bibliotecaelroble

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no se lo ha contado.» Musitaba estas frases sin parar, a modo <strong>de</strong><br />

conjuro.<br />

En cierto momento notó una gota <strong>de</strong> lluvia en la mano, luego otra.<br />

Alzó la vista hacia el cielo. Ya no se distinguía ni una manchita azul.<br />

¡Qué <strong>de</strong>prisa cambiaba el tiempo a orillas <strong>de</strong>l mar! «Bueno, pues<br />

esperaré en la casa», se dijo. A lo mejor quedaba un poco <strong>de</strong> leche<br />

para el gato. El pobre animalito apenas pesaba más que un pañuelo<br />

seco. Meggie tuvo miedo <strong>de</strong> romperle algún hueso al cogerlo.<br />

La casa estaba oscura como una cueva. Mo había cerrado los<br />

postigos esa mañana para que el sol no calentara el ambiente.<br />

Cuando penetró en el fresco dormitorio mojada por la lluvia fina y<br />

pulverulenta, Meggie tiritaba. Depositó al gato sobre la cama<br />

<strong>de</strong>shecha, se puso el jersey <strong>de</strong> su padre, que le quedaba <strong>de</strong>masiado<br />

gran<strong>de</strong>, y corrió a la cocina. La bolsa <strong>de</strong> leche estaba casi vacía, pero<br />

mezclada con un poco <strong>de</strong> agua caliente alcanzó justo para un platito.<br />

Meggie le puso la leche junto a la cama y el gato se acercó tan<br />

<strong>de</strong>prisa que casi tropezó con sus propias patas. Fuera, la lluvia<br />

arreciaba. La niña oía las gotas estrellándose contra los adoquines. Se<br />

aproximó a la ventana y abrió los postigos. La franja <strong>de</strong> cielo entre los<br />

tejados estaba tan oscura como si el sol estuviera a punto <strong>de</strong> ponerse.<br />

Meggie caminó <strong>de</strong>spacio hasta el lecho <strong>de</strong> su padre y se sentó<br />

encima. El gato seguía lamiendo el platito, pasaba la lengua con<br />

avi<strong>de</strong>z por el esmalte con dibujo <strong>de</strong> flores para no per<strong>de</strong>r ni una gota<br />

<strong>de</strong> aquel manjar. Meggie oyó pasos fuera, en el callejón, y a<br />

continuación unos golpes en la puerta. ¿Quién sería? Era imposible<br />

que Mo hubiera regresado. ¿Se habría olvidado algo? El gato había<br />

<strong>de</strong>saparecido; seguro que se había escondido <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la cama.<br />

--¿Quién es? -gritó Meggie.<br />

--Meggie -llamó una voz infantil.<br />

Pues claro, Paula o Pippo. Sí, seguro que era Pippo. A pesar <strong>de</strong><br />

la lluvia quizá <strong>de</strong>seaban que los acompañase a observar a las<br />

hormigas. De <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la cama asomó una zarpa gris que tiró <strong>de</strong>l<br />

cordón <strong>de</strong> su zapato. Meggie salió al corto pasillo.<br />

--¡Ahora no tengo tiempo para jugar! -gritó a través <strong>de</strong> la puerta<br />

cerrada.<br />

--¡Por favor, Meggie! -suplicó la voz <strong>de</strong> Pippo.<br />

Meggie abrió la puerta con un suspiro... y se encontró frente a<br />

frente con Basta.<br />

--Caramba, pero ¿a quién tenemos aquí? -preguntó con tono<br />

amenazador mientras sus <strong>de</strong>dos se cerraban alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l <strong>de</strong>lgado

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