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corazón de tinta - bibliotecaelroble

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evi<strong>de</strong>nte que ardía <strong>de</strong> impaciencia por llegar a su <strong>de</strong>stino. Una hora<br />

<strong>de</strong>spués, se <strong>de</strong>sviaron <strong>de</strong> la carretera <strong>de</strong> la costa para tomar una ruta<br />

estrecha y sinuosa que atravesaba un valle <strong>de</strong> casas grisáceas. Los<br />

inverna<strong>de</strong>ros tapizaban las colinas, los cristales encalados en blanco<br />

orientados al sol, que ese día se ocultaba <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las nubes. Cuando<br />

la carretera ascendió, ambos lados recobraron el verdor. Los prados<br />

silvestres suplantaron a los muros y los olivos se encorvaban al bor<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong> la carretera. Ésta se bifurcó un par <strong>de</strong> veces y Mo se vio obligado a<br />

consultar el mapa que había adquirido. Al fin vislumbraron el nombre<br />

que buscaban en un letrero <strong>de</strong> la carretera.<br />

Se a<strong>de</strong>ntraron en un pueblecito, compuesto por una plaza, un par<br />

<strong>de</strong> docenas <strong>de</strong> casas y una iglesia muy parecida a la <strong>de</strong>l pueblo <strong>de</strong><br />

Capricornio. Cuando Meggie <strong>de</strong>scendió <strong>de</strong>l coche, divisó el mar allí<br />

abajo. Incluso <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos se percibía la cresta espumosa <strong>de</strong> las olas,<br />

tan agitadas estaban las aguas en ese día gris. Mo aparcó en la plaza,<br />

justo al lado <strong>de</strong>l monumento a los muertos <strong>de</strong> dos guerras pasadas.<br />

Para ser un lugar tan pequeño, la lista <strong>de</strong> nombres era larga; a Meggie<br />

le pareció que contenía casi tantos como casas albergaba el pueblo.<br />

--¡Tranquilo, <strong>de</strong>ja el coche abierto, yo lo vigilaré! -exclamó Dedo<br />

Polvoriento cuando Mo se dispuso a cerrar el vehículo.<br />

Tras echarse la mochila al hombro, cogió a la adormilada Gwin<br />

por la ca<strong>de</strong>na y se sentó en los peldaños <strong>de</strong> acceso al monumento.<br />

Farid se sentó a su lado sin mediar palabra. Meggie, sin embargo,<br />

siguió a su padre.<br />

--¡Recuerda que prometiste no hablar nada <strong>de</strong> mí! -le gritó Dedo<br />

Polvoriento cuando se alejaban.<br />

--¡Sí, sí, <strong>de</strong> acuerdo! -respondió Mo.<br />

Farid estaba jugando <strong>de</strong> nuevo con las cerillas, Meggie le pilló<br />

haciéndolo cuando giró la cabeza. Ya había aprendido a apagar en la<br />

boca el palito ardiendo, pero a pesar <strong>de</strong> todo Dedo Polvoriento le<br />

arrebató las cerillas y Farid se miró las manos vacías con aire<br />

<strong>de</strong>sdichado.<br />

Debido a la profesión <strong>de</strong> su padre Meggie había conocido a<br />

numerosas personas que amaban los libros, los vendían, los<br />

coleccionaban, los imprimían o, como su progenitor, los preservaban<br />

<strong>de</strong> la <strong>de</strong>strucción. Sin embargo nunca había conocido a nadie que<br />

escribiera las frases, que llenase las páginas. En algunos <strong>de</strong> sus libros<br />

preferidos <strong>de</strong>sconocía el nombre <strong>de</strong> sus autores, y no digamos su

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