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corazón de tinta - bibliotecaelroble

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Cuando Mo comenzó a leer ya no olía a sal y a ron. La iglesia <strong>de</strong><br />

Capricornio se tornó más cálida. A Meggie comenzaron a escocerle<br />

los ojos y cuando se los frotó se le adhirió arena a los nudillos. Los<br />

hombres <strong>de</strong> Capricornio escucharon nuevamente la voz <strong>de</strong> Mo, que<br />

los mantenía en vilo como si los hubiera transformado en estatuas <strong>de</strong><br />

piedra. Y <strong>de</strong> nuevo fue Capricornio el único que pareció no percibir el<br />

embrujo. Sus ojos, sin embargo, <strong>de</strong>mostraban que también él se<br />

sentía fascinado. Inmóviles como los ojos <strong>de</strong> una serpiente, estaban<br />

pendientes <strong>de</strong> la cara <strong>de</strong> Mo. El traje rojo hacía parecer aún más<br />

incoloras sus pupilas. Su cuerpo <strong>de</strong>notaba tensión, igual que el <strong>de</strong> un<br />

perro que ventea su presa.<br />

Pero esa vez, Mo le <strong>de</strong>cepcionó. Las palabras no liberaron los<br />

cofres <strong>de</strong>l tesoro, ni las perlas y los sables cuajados <strong>de</strong> piedras<br />

preciosas que su voz hacía fulgurar y relampaguear, hasta el punto <strong>de</strong><br />

que los hombres <strong>de</strong> Capricornio creían po<strong>de</strong>r atraparlos en el vacío.<br />

Algo diferente salió <strong>de</strong> las páginas, algo que respiraba, <strong>de</strong> carne y<br />

hueso.<br />

Un chico apareció <strong>de</strong> repente entre los bidones todavía<br />

humeantes en los que Capricornio había mandado quemar los libros.<br />

Meggie fue la única que lo vio. Todos los <strong>de</strong>más estaban <strong>de</strong>masiado<br />

enfrascados en el relato. Ni siquiera Mo lo vio, tan lejos estaba, en<br />

algún lugar entre la arena y el viento, mientras sus ojos recorrían a<br />

tientas el bosque <strong>de</strong> letras.<br />

El chico <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> tener tres o cuatro años más que Meggie. El<br />

turbante que ro<strong>de</strong>aba su cabeza estaba sucio, en su tez morena el<br />

miedo ensombrecía sus ojos. Se pasó la mano por ellos como si<br />

quisiera borrar esa imagen falsa, ese lugar falso. Escudriñó a su<br />

alre<strong>de</strong>dor la iglesia vacía. Daba la impresión <strong>de</strong> que nunca había visto<br />

un edificio igual. Y a<strong>de</strong>más ¿cómo? En su historia seguro que no<br />

había iglesias <strong>de</strong> torres afiladas, ni colinas ver<strong>de</strong>s como las que lo<br />

esperaban fuera. Vestía ropas hasta los pies que <strong>de</strong>spedían un brillo<br />

azulado como si fueran un pedazo <strong>de</strong> cielo <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la iglesia en<br />

penumbra.<br />

«¿Qué pasará si lo ven? -pensó Meggie-. Seguro que no es lo<br />

que Capricornio espera.»<br />

Pero en ese momento también lo <strong>de</strong>scubrió él.<br />

--¡Alto! -gritó con tal dureza, que Mo se interrumpió en plena frase<br />

y levantó la cabeza.<br />

Los hombres <strong>de</strong> Capricornio retornaron a la realidad<br />

abruptamente y a disgusto. Cockerell fue el primero en reaccionar.

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