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corazón de tinta - bibliotecaelroble

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constituía el motivo <strong>de</strong> su viaje iba en el maletero, bajo la rueda <strong>de</strong><br />

repuesto. Elinor lo había guardado <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> una bolsa <strong>de</strong> plástico.<br />

--¡No <strong>de</strong>jes que Dedo Polvoriento sepa dón<strong>de</strong> está! -le encareció<br />

antes <strong>de</strong> ponerlo en sus manos-. Sigo sin fiarme <strong>de</strong> él.<br />

Meggie, sin embargo, había <strong>de</strong>cidido confiar en Dedo Polvoriento.<br />

Deseaba confiar en él. Necesitaba confiar en él. ¿Quién si no la<br />

guiaría hasta su padre?<br />

El pueblo <strong>de</strong> Capricornio<br />

Pero a la última pregunta contestaba:<br />

--Probablemente voló más allá <strong>de</strong> las Regiones<br />

Oscuras, allá don<strong>de</strong> la gente no va, ni el ganado se<br />

a<strong>de</strong>ntra, don<strong>de</strong> el cielo es <strong>de</strong> cobre, la tierra <strong>de</strong> hierro<br />

y don<strong>de</strong> las fuerzas malignas viven bajo techos <strong>de</strong><br />

setas y en los túneles que los topos abandonan.<br />

Isaac B. Singer,<br />

«Neftalí, el narrador, y su caballo Sus»<br />

El sol ya estaba alto en el cielo sin nubes cuando emprendieron la<br />

marcha. Muy pronto el ambiente <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l coche <strong>de</strong> Elinor se cal<strong>de</strong>ó<br />

tanto que a Meggie la camiseta empapada <strong>de</strong> sudor se le pegaba a la<br />

piel. Elinor abrió su ventanilla y les ofreció una botella <strong>de</strong> agua. Vestía<br />

una chaqueta <strong>de</strong> punto abrochada hasta la barbilla, y Meggie, cuando<br />

<strong>de</strong>jó <strong>de</strong> pensar en su padre o en Capricornio, se preguntó si Elinor no<br />

se habría <strong>de</strong>rretido hacía rato <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la chaqueta...<br />

Dedo Polvoriento se mostraba tan silencioso en el asiento trasero<br />

que casi se olvidaron <strong>de</strong> su presencia. Había sentado a Gwin en su<br />

regazo. La marta dormía mientras las manos <strong>de</strong> Dedo Polvoriento<br />

acariciaban sin <strong>de</strong>scanso su piel. Casi siempre iba mirando por la<br />

ventanilla, ajeno a todo, como si sus ojos taladrasen las montañas y<br />

los árboles, las casas y las pendientes rocosas que <strong>de</strong>sfilaban por el<br />

exterior. Su mirada parecía vacía y lejana, y en una ocasión en que<br />

Meggie se giró para observarlo, había tal tristeza en ese rostro<br />

surcado por las cicatrices que volvió a mirar <strong>de</strong>prisa hacia <strong>de</strong>lante.<br />

A ella también le habría gustado llevar un animal en el regazo

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