Discurso de todos los diablos, o infierno emendado - Ataun
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conocían los movimientos precipitados del enojo. Esto puso más cuidado en los pasos; mas no fue tan apresurado, que cuando llegamos ya la ira lo había mezclado todo, y sin orden se despedazaban unos a otros. Las personas eran diferentes en estado, mas todos gentes preeminente y grande; emperadores y magistrados y capitanes generales. Suspendiólos la voz del príncipe de las tinieblas; volvieron todos a él, padeciendo tormento en no ejecutar unos el odio y otros la venganza. El primero que allí habló fue un hombre señalado con grandes heridas, y alzando la voz, dijo: —Yo soy Clito. —Más honrado soy —dijo otro que estaba a su lado—, y he de hablar primero. Oye al emperador Alejandro, hijo de Dios, señor de los mundos, miedo de las gentes, magno y máximo.
Y no acabara de ensartar epítetos y blasones de su locura, si no le dijera el fiscal que callase: que ya aquel papel le había representado en la vida, y que, acabada la comedia del mundo, era yo reo acusado. Hable Clito. Y él, que tenía gana, despejando mal la risa de su sentimiento, dijo: —Yo, señor, fui gran privado deste emperador; que para ver cuán poco caso hacen los dioses de las monarquías de la tierra, basta ver a quién se las dan. Hicieron a este maldito insensato, de quien la soberbia aprendió furores, señor de todo, con título de rey de los reyes. Persuadióse que era hijo de Dios; a Júpiter Ammon llamaba padre, y por autorizarse con el sello de Júpiter, se introdujo en esta de carnero y se rizó de cuernos, y no falta sino torearle en las monedas y llamarse Alejandro Morueco. En balde porfiaban en él las pasiones naturales, tan doctas en desengañar la presunción humana: dióle lo que
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Y no acabara <strong>de</strong> ensartar epítetos y<br />
blasones <strong>de</strong> su locura, si no le dijera el fiscal<br />
que callase: que ya aquel papel le había<br />
representado en la vida, y que, acabada la<br />
comedia <strong>de</strong>l mundo, era yo reo acusado.<br />
Hable Clito.<br />
Y él, que tenía gana, <strong>de</strong>spejando mal la risa<br />
<strong>de</strong> su sentimiento, dijo:<br />
—Yo, señor, fui gran privado <strong>de</strong>ste<br />
emperador; que para ver cuán poco caso hacen<br />
<strong>los</strong> dioses <strong>de</strong> las monarquías <strong>de</strong> la tierra, basta<br />
ver a quién se las dan. Hicieron a este maldito<br />
insensato, <strong>de</strong> quien la soberbia aprendió<br />
furores, señor <strong>de</strong> todo, con título <strong>de</strong> rey <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />
reyes. Persuadióse que era hijo <strong>de</strong> Dios; a<br />
Júpiter Ammon llamaba padre, y por<br />
autorizarse con el sello <strong>de</strong> Júpiter, se introdujo<br />
en esta <strong>de</strong> carnero y se rizó <strong>de</strong> cuernos, y no<br />
falta sino torearle en las monedas y llamarse<br />
Alejandro Morueco. En bal<strong>de</strong> porfiaban en él<br />
las pasiones naturales, tan doctas en<br />
<strong>de</strong>sengañar la presunción humana: dióle lo que