Discurso de todos los diablos, o infierno emendado - Ataun
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pasos, entre sorber aceite y cantar; y luego toda la capilla de horno, en tono de carretas de bueyes, con regüeldos por ajos, y gangosos por chirimías, dijo: —Que éstas son nuestras misas y sus penas. Fue tal la armonía de palos, y gritos y cuernos, y ronquidos, que parecía hundirse toda la fábrica maldita de los reinos dañados. Víase allí cerca un hombrón muy magro cercado de mucha gente, atenta a muletas, traspiés y tropezones y casi pinitos. Estaba gobernando los hervores de una gran caldera. —¿Quién eres —preguntó el Entretenido—, pupilero de achaques, sobrante de tizones, guisandero frisón? —Yo soy —dijo— Pero Gotero; esa es mi caldera, tan famosa entre los cuentos y los muchachos; éstos que me asisten son los gotosos, aquélla mi caldera, y aunque es grande, habré de ensancharla; que son muchos
los que vienen a la caldera de Pero Gotero y muchos los que hay en ella. Unos se tiñen como los viejos, a quien allá llamamos los tiñosos de la edad; otros se cuecen, otros se guisan, otros se fríen. En esto dio tres o cuatro borbotones la caldera, que casi se salía, y el buen Pero Gotero agarró por cucharón un esquife y empezó a espumar. Daba saltos en medio un bulto grande. —¿Quién es aquél el ojo? —preguntó la Dueña—, que me ha llenado —Aquél —dijo el buen Gotero— es el Punto crudo, que ha mil siglos que gastó con él lumbre y carbón, y nunca se ha empezado a calentar. —¡Válate la mala ventura por Punto crudo —dijo el Soplón—, y qué duro eres y qué maldito! ¡Qué de veces te he topado yendo a pedir dineros, y me respondían: «Vuesa merced me perdone, que ha llegado a punto crudo. » Si yo los debía, y venían a cobrar, y suplicaba me aguardasen, respondía el acreedor: «Señor, el
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pasos, entre sorber aceite y cantar; y luego toda<br />
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bueyes, con regüeldos por ajos, y gangosos por<br />
chirimías, dijo:<br />
—Que éstas son nuestras misas y sus<br />
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Fue tal la armonía <strong>de</strong> pa<strong>los</strong>, y gritos y<br />
cuernos, y ronquidos, que parecía hundirse<br />
toda la fábrica maldita <strong>de</strong> <strong>los</strong> reinos dañados.<br />
Víase allí cerca un hombrón muy magro<br />
cercado <strong>de</strong> mucha gente, atenta a muletas,<br />
traspiés y tropezones y casi pinitos.<br />
Estaba gobernando <strong>los</strong> hervores <strong>de</strong> una<br />
gran cal<strong>de</strong>ra.<br />
—¿Quién eres —preguntó el Entretenido—,<br />
pupilero <strong>de</strong> achaques, sobrante <strong>de</strong> tizones,<br />
guisan<strong>de</strong>ro frisón?<br />
—Yo soy —dijo— Pero Gotero; esa es mi<br />
cal<strong>de</strong>ra, tan famosa entre <strong>los</strong> cuentos y <strong>los</strong><br />
muchachos; éstos que me asisten son <strong>los</strong><br />
gotosos, aquélla mi cal<strong>de</strong>ra, y aunque es<br />
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