40. Escritos varios - Biblioteca Católica Digital
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932 Notas complementarias<br />
una manera nueva de entender el cristianismo. Por esta razón iba calando<br />
en las personas devotas. Sin embargo, ese plan, tal vez bienintencionado<br />
por la talla moral de su autor, resultaba utópico porque olvidaba la realidad<br />
actual de la naturaleza humana; y aquí radica la sutileza de la teoría<br />
que San Agustín con mucha agudeza llama «herejía nueva», porque emplea<br />
el equívoco de llamar «don» y «gracia» a la naturaleza sin más, como<br />
si ésta fuera el don y la gracia que Dios creó sin maliciar, con autonomía<br />
para decidir su destino, elegir, merecer, salvarse; y como si no existiera<br />
otro don y gracia muy superior al que Dios llama gratuitamente por los<br />
méritos de Jesucristo, gracia que sana, libera, corona, y sin ella el hombre<br />
va a la deriva y se pierde (Epist. 194,2-3).<br />
Entonces San Agustín deshace los equívocos aplicando el plan utópico<br />
de Pelagío a la práctica del estado actual del hombre, y las difíciles cuestiones<br />
sobre qué posibilidades y qué mérito tiene la libertad del hombre;<br />
cuál es la naturaleza y la gratuidad de la gracia de Dios; qué valor tienen<br />
los auxilios sobrenaturales, sacramentos, oración... en la vida cristiana, la<br />
gracia común del bautismo para merecer, etc. Cuestiones que se agravaron<br />
en Roma con ocasión del saqueo de Alarico el año 410. Y todo esto<br />
llega al África como una novedad en la manera de entender el libre<br />
albedrío, el pecado original, la necesidad de la redención, el bautismo de<br />
los niños, la gracia como ayuda exterior a la libertad del hombre, junto<br />
con las ambigüedades de Pelagio y de Celestio, señalados ya como responsables<br />
de esas teorías. Todo esto ocasionaba un nuevo escándalo en<br />
la Iglesia (Epist. 177,15). Y San Agustín las desenmascara y disipa con la<br />
claridad de sus escritos, hasta su muerte, en tres etapas: contra Pelagio<br />
y Celestio; contra Julián de Eclana; contra el semipelagianismo. Pelagio y<br />
Celestio, el primero como autor, de quien toma nombre la herejía pelagiana,<br />
pelagianismo; el segundo, como propagandista y polemista importante;<br />
Julián de Eclana, como el intelectual de la doctrina pelagiana, sobre<br />
todo de la concupiscencia; y el semipelagianismo, que como doctrina<br />
comienza con Casiano (Collatio 13), tiene eco en el monasterio de Adrumeto<br />
(norte de África), y se desarrolla en las Gallas, movimiento teológico<br />
que no está ni con Pelagio ni con San Agustín, centrándose en las cuestiones<br />
de la gracia, la libertad y la predestinación. San Agustín interviene<br />
con las últimas obras: De gratia et libero arbitrio, De correptione et gratia,<br />
De praedestinattone, De dono perseverantiae. El semipelagianismo no fue<br />
condenado hasta el Concilio de Orange (529), presidido por San Cesáreo<br />
de Arles.<br />
[46] Los libros de «La Ciudad de Dios», cf. p.802, nota 377.<br />
La Ciudad de Dios es una obra apologética, la principal de San Agustín,<br />
que abarca la historia de un modo nuevo y original según un plan ordenado<br />
por Dios en su principio, medio y fin, pero desarrollado en el tiempo<br />
con la intervención del libre albedrío del hombre: «Pues así en aquel<br />
primer hombre creemos que, no ya según la evidencia, pero sí según la<br />
presciencia de Dios, tuvieron su origen en el género humano las sociedades,<br />
como dos ciudades» (De Civ. Dei 12,27,1). La distribuye en dos<br />
partes y veintidós libros: la primera, llamada «el panteón de los dioses»<br />
o crítica de la religión pagana, combate el paganismo (libros 1-10), porque<br />
culpaba al cristianismo del saqueo de Roma en el año 410; y hace la<br />
defensa del cristianismo, demostrando la falsedad del politeísmo, impotente<br />
para defender el Imperio y librarlo de los males. Esta fue la ocasión de<br />
escribir la obra (Retract. 69), porque los paganos, sobre todo, vienen<br />
Notas complementarias 933<br />
diciendo de Cristo que ha sido la causa de la caída de Roma (Sermo<br />
105,12, años 410-411). La segunda parte (libros 11-22) expone la doctrina<br />
cristiana desde sus orígenes, su desarrollo y el destino eterno de las dos<br />
Ciudades: la de Dios y la del mundo, fundadas por dos amores, uno<br />
espiritual, otro egoísta, el amor de Dios, y el amor de sí mismo, que<br />
caminan mezclados en el tiempo, pero que serán separados en la eternidad.<br />
Por tanto, hacia el año 413 emprende «este grande y difícil trabajo»<br />
(De Civ. Dei 1,1), «obra grande» (Retract, 69), estimulado por los acontecimientos<br />
para defender el cristianismo y confirmar la fe de los cristianos,<br />
escandalizados y desconcertados.<br />
Ahora es cuando desarrolla ideas que ha venido sembrando en sermones,<br />
coloquios y cartas. Efectivamente, las ideas fundamentales que aquí<br />
desarrolla, San Agustín las ha venido enseñando en la preparación de las<br />
catequesis para el bautismo, porque son parte de la realidad y vida cristianas.<br />
Así en el que se considera como su primer sermón, el año 391, habla<br />
a los catecúmenos de «la santa Iglesia, vuestra madre, la santa Ciudad de<br />
Dios, Jerusalén celestial» (Sermo 214,11); en el libro La catequesis a principiantes,<br />
entre los años 400-405, expone claramente la doctrina de las dos<br />
Ciudades con los artículos de la fe (De cat. rud. 19,31) (cf. De Civ. Dei<br />
15,28); en el año 412, en los sermones: Enarr. in Ps. 9,1,8; In Ps. 61,6; 64,<br />
1-2; 136,1; 344,1; en 415, de los dos amores que son la causa de las dos<br />
Ciudades entre los hombres. «De éstas —dice— trataré más ampliamente<br />
en otro lugar, si Dios quiere» (De Gen. ad litt. 11,15,20).<br />
Además, los autores señalan como precursor de esta teoría al donatista<br />
Ticonio, muerto hacia el 390, que habla de las dos Ciudades en su escrito<br />
Libellus Regularum con expresiones muy parecidas, aunque San Agustín<br />
aquí desarrolla un plan nuevo muy superior en profundidad, erudición,<br />
estilo y universalismo, cuyo tema central es la Providencia divina, que<br />
ilumina y guía toda la historia dramática de la humanidad a causa de los<br />
dos amores (De Civ. Dei 10,27). La llama La Ciudad de Dios por la parte<br />
más noble de las dos Ciudades, que además rebasa los límites de las<br />
comunidades humanas (Retract.), y porque es el amor de Dios quien funda<br />
la Ciudad de Dios, que procede de Dios y hace que el hombre renazca y<br />
multiplique por la gracia y la predestinación el número de los ciudadanos<br />
de la Ciudad de Dios (De Civ. Dei 15,1,2). En efecto, es con Cristo Jesús,<br />
el verdadero y único Mediador universal entre Dios y los hombres (ibid.,<br />
10,20), con quien la Ciudad de Dios camina a su destino: la inmortalidad<br />
dichosa de la Ciudad celeste. San Agustín, con la luz de la razón y de la<br />
fe, ilumina los grandes problemas de la historia, la filosofía y la teología,<br />
interpretando la Providencia de Dios a través del cristianismo, que es la<br />
clave de todo.<br />
[47] San Agustín en la controversia antiarriana, cf. p.810,<br />
nota 395. A finales del siglo IV y principios del v, el arrianísmo, que el<br />
Concilio de Aquilea en el año 381 había liquidado, toma nuevo impulso<br />
con las invasiones de los bárbaros, que lo tienen como distintivo de su<br />
nacionalidad. Y, al conquistar Occidente, surge floreciente la literatura<br />
arriana en latín, y es particularmente violento el encuentro de los godos,<br />
bárbaros arríanos invasores, y los católicos de Iberia o hispanos; y poco<br />
después, en el norte de África, el encuentro de los vándalos arríanos<br />
invasores y los católicos, que fueron perseguidos con ferocidad.<br />
Hasta este momento, el arrianismo no era problema en la iglesia del<br />
norte de África. Por esta razón San Agustín no tuvo que refutar esta