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40. Escritos varios - Biblioteca Católica Digital

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916 Notas complementarias<br />

acabado su oficio, acudió a Milán antes del 386 para hablar con San<br />

Ambrosio, que lo estimó mucho (Epístola 3,4). Pronto se retiró a las Galias<br />

a una vida tranquila para madurar los sentimientos religiosos despertados<br />

en Ñola. Por entonces conoció también a San Martín de Tours, y hacía el<br />

año 389 fue bautizado en Burdeos, y junto con su esposa, Terasia (Teresa),<br />

viajó a España, donde les nació un hijo, Celso, que murió a los ocho días,<br />

y lo enterraron en la «memoria» de los mártires de Alcalá de Henares,<br />

Santos Justo y Pastor (Carmina 31,600-620), volviéndose a las Galias,<br />

donde comenzó a vender sus bienes y los de su esposa, de mutuo acuerdo,<br />

para grandes obras de caridad. En la Navidad de 394, asistiendo a los<br />

oficios en Barcelona, fue ordenado sacerdote, pero con el propósito de<br />

volverse a vivir a Ñola junto con su esposa. Después de la Pascua abandonó<br />

Barcelona con su esposa Teresa, y pasando por Roma fue recibido con<br />

mucha frialdad. Instalado en Ñola comenzó a llevar una vida propiamente<br />

monástica, siempre de acuerdo con su esposa. Comenzó a relacionarse por<br />

carta con San Jerónimo, San Agustín y otros. Acudía cada año a celebrar<br />

la fiesta de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, y en 399 fue recibido con<br />

honor por el papa San Anastasio. En Ñola recibió también la visita de<br />

personajes y familias importantes de su tiempo, como de la familia Valeria,<br />

Melania, Piniano, Albina y otros (Epístola 29,6-14), por la fiesta de San<br />

Félix de Ñola (Carmina 21,272-343). Fue consagrado obispo de Ñola entre<br />

404 y 413; probablemente ya había muerto su esposa. El emperador Honorio<br />

le encargó presidir el Sínodo de Espoleto para resolver la sucesión<br />

del papa Zósimo (Epístola 25: CSEL 35,71). Murió el 22 de junio de 431.<br />

Fue un hombre de mucha relación social con los personajes de su<br />

tiempo, sobre todo con su maestro Ausonio, Sulpicio Severo, que le envió<br />

un ejemplar de su Vida de San Martín en 397; con San Ambrosio, que<br />

deseaba contarlo entre sus presbíteros y quizás como un posible sucesor<br />

suyo (Epístola 27: CSEL 82,180-187); con San Jerónimo, a quien escribió<br />

desde Ñola el 395, y le consulta sobre su nueva vida ascética y monástica,<br />

y San Jerónimo le manda un programa detallado (Epístola 53).<br />

Con San Agustín y San Alipio mantuvo una sincera amistad y correspondencia<br />

continua durante veinticinco años desde el 395. La iniciativa<br />

partió de San Paulino escribiendo a Alipio, y éste le puso en relación con<br />

San Agustín, enviándole los libros Contra los maniqueos, y a su vez San<br />

Paulino le envía la Historia Eclesiástica de Eusebio y la Epístola 27 el año<br />

395, y otra en 396 (Epístola 31), donde le comunica San Agustín su<br />

consagración episcopal invitándole a que fuese a África, y le pide que<br />

difunda sus libros por Italia. De la correspondencia entre San Agustín y<br />

San Paulino se conservan ocho cartas: la n.27, 31, 42, 45, 80, 95, 159 y<br />

186, donde Agustín y Alipio le informan de lo peligroso que es el pelagianismo;<br />

también menciona a San Paulino en De Civitate Dei 1,10. Y el<br />

año 423 le dedica esta obra De cura pro mortuis gerenda en respuesta a una<br />

consulta que le hace San Paulino acerca de la doctrina católica sobre la<br />

piedad con los difuntos. Cf. M. A. MCNAMARA, L'amitié cbez saint Augustin<br />

111-115; PISCITELLI CAKPINO, T., Paulino di Hola. Epistole ad Agostino<br />

(Napoli-Roma 1989); SANTANIELLO, G., Paulino di Ñola. Le Lettere,<br />

2 vols. (Napoli-Roma 1992), p.86ss y n.4, 6, 45, 50 del Epistolario.<br />

[31] Bondad y necesidad del alimento, cf. p.508, nota 7. «Aquí en la<br />

tierra —dice—, todas las almas, que tienen carne terrena, sacian sus vientres<br />

de la tierra; allí, los espíritus racionales, gobernando los cuerpos celestes,<br />

llenan de Dios sus mentes» (Exordio). En la antigüedad había confu-<br />

Notas complementarias 917<br />

sión en torno a la corporalidad de los ángeles, aunque fuera sutil, etérea,<br />

ígnea. El mismo San Agustín tiene inseguridad, y admite que, aunque los<br />

ángeles son espíritu por naturaleza, tienen también alguna corporalidad<br />

sutilísima (De Civitate Dei 15,23; De divinatione daemonum, passim). Sin<br />

embargo, distingue también entre carne y cuerpo (Sermo 362,21): «toda<br />

carne es cuerpo, pero no todo cuerpo es carne», dando a entender que los<br />

ángeles, siendo espíritus y no carne, pudieran tener alguna clase de cuerpo,<br />

el celeste, como cuando habla San Pablo de la transformación.<br />

Pero San Agustín no olvida, sobre todo, el daño que el maniqueísmo<br />

le hizo con la falsedad del dualismo o doble principio: del bien y del mal,<br />

que está revuelto en todas las cosas, y hace que unas sean buenas y otras<br />

malas, también en los alimentos, que clasifican en buenos y malos; y así<br />

admiten unos alimentos prohibidos y otros no, con la estúpida teoría de<br />

los sellos, el «sello del vientre» y la purificación a través de los elegidos.<br />

No hay un principio malo creador de la carne y otro principio bueno<br />

creador del espíritu, aunque la carne guerree contra el espíritu, porque<br />

busca lo terreno, mientras que el espíritu aspira a lo celestial.<br />

Ante tantas desviaciones descabelladas de lo carnal y espiritual, de lo<br />

terreno y lo celestial, de lo inferior y lo superior, San Agustín enseña a<br />

poner orden y a caminar por el camino justo, que es el amor a la justicia.<br />

Nuestro ayuno tiene la finalidad de ayudarnos en nuestra peregrinación a<br />

la patria, al cielo; no así el de los paganos, a quienes ironiza con las<br />

enemistades y división de sus dioses (cf, también De Civ. Dei 1,7; 3,17;<br />

6,7; 18,15; De consensu Evangelistarum 1,23,32; 25,38; Sermo 71,2,4), de<br />

los judíos y herejes, que van fuera de camino, como potro desbocado.<br />

Por todo esto se comprende que en la circunstancia en que predicó<br />

este sermón, que fue como preparación a la Conferencia de Cartago del<br />

411 para conseguir la unión de los donatistas a la <strong>Católica</strong>, San Agustín<br />

haga una aplicación del ayuno en esta última parte como freno a la<br />

injusticia que es la desunión y el cisma y, buscando el orden y la justicia,<br />

dé ese giro espectacular hacia la unidad analizando la inutilidad y estorbo<br />

del ayuno de los paganos, herejes y cismáticos; y como pastor vigilante<br />

termina con ese arranque de celo por la verdadera justicia, que es la<br />

esencia del ayuno.<br />

LA MORAL MANIQUEA. La moral maniquea había creado una mentalidad<br />

ridicula para la conservación de la vida, porque planteaba a los maniqueos<br />

tremendos problemas para la alimentación, ya que prohibían los<br />

alimentos animales, el vino, y según el sello de la boca y de la mano;<br />

aunque podían comer vegetales, sin embargo tenían que tener mucho<br />

cuidado porque no podían arrancar nada, ya que eso era matarlo y por lo<br />

tanto un crimen; unido todo esto al ayuno que tenían que practicar cada<br />

cuatro días, en pura lógica esa doctrina absurda debía llevarles a morir de<br />

hambre. Por otra parte, según sus teorías, todo está animado y tiene alma:<br />

la tierra, el aire, el agua, los árboles, los anímales, etc.; esa alma es sustancia<br />

divina que no hay que herir, y por eso la tierra sufre cuando se la<br />

labra, el aire se queja y silba de dolor cuando se le golpea, el agua se agita<br />

cuando se toma un baño, el árbol llora cuando se arranca una rama, la<br />

higuera lagrimea cuando se corta el fruto (Confess. 3,10,18); incluso el<br />

pan no debe partirse para dárselo a un mendigo porque la sustancia divina<br />

no debe quedar prisionera en la carne, haciendo sufrir a un miembro de<br />

Dios (In Ps. 140,12). Sin embargo, para salvar tanto absurdo introducen<br />

otros no menores con la división de clases: Los «oyentes», que eran la

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