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40. Escritos varios - Biblioteca Católica Digital

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912 Notas complementarias<br />

bro de la nobleza con el desfile procesional representando su origen;<br />

hazañas, poderío, antepasados con mimos, escenas, etc.; los esclavos, libertos,<br />

lictores, parientes con sus togas, magistrados, senadores hasta el<br />

foro, donde un hijo, pariente más próximo o senador distinguido hacía el<br />

panegírico fúnebre; después venía el sepelio en el monumento llamativo<br />

en las vías públicas y principales de la ciudad, dentro de un sarcófago con<br />

los vestidos, viandas, tocador, etc., para el difunto, terminando con el<br />

banquete funerario y los juegos públicos. Incluso para los que morían sin<br />

sepelio, como en el mar, entre los enemigos, etc., se les dedica el cenotafio,<br />

donde pueden recibir el culto de sus mayores, porque no tener<br />

sepultura es una gran desgracia. También celebraban días para recordar<br />

a los difuntos durante el año, como el aniversario, pero no de su muerte,<br />

sino el de su nacimiento, y el de los Parentalia o fiesta de difuntos, como<br />

aniversario de todas las almas en febrero, y en especial de los familiares<br />

que terminaba con la fiesta en familia de los Caristia, creyendo en la<br />

eternidad del alma, bien como descanso en la otra vida, según las religiones<br />

de los misterios, bien como unión mística con el ser más excelso,<br />

según los filósofos herméticos y neoplatónicos.<br />

En el cristianismo, la actitud piadosa con los difuntos se apoya en la<br />

revelación de Jesucristo, y en el hecho consolador e indestructible de su<br />

Resurrección, a cuyo modo resucitará Dios a los muertos al final de los<br />

tiempos. Esta verdad da un nuevo carácter a toda la vida, porque la<br />

muerte cristiana es sólo el fin de la vida terrena, la consumación de su<br />

peregrinación, y abre el camino a la patria, al cielo, a una vida mejor, ir<br />

a Dios. Por eso la actitud cristiana de toda la tradición es valorar la<br />

naturaleza espiritual-corporal del hombre, cuyo cuerpo es solidario con el<br />

espíritu de toda obra realizada en esta vida y luego con los méritos o<br />

deméritos en la otra. Por tanto, aunque ahora muera, hay que respetar los<br />

despojos corporales que esperan la nueva vida con la resurrección. De ahí<br />

el que se valoren de otra forma todos los actos: desde el cerrar los ojos<br />

y la boca, lavar, ungir, vestir con túnica blanca, la toga y la clámide o<br />

sobre todo lo que acostumbraba a llevar de vivo; los monjes, con túnica,<br />

cogulla y manto oscuro; los obispos, con túnica, casulla y omoforio o<br />

palio, hasta la sepultura con todo el sentimiento humano y hasta con<br />

llanto, como el Señor ante su amigo Lázaro en la casa propia, hasta el<br />

momento de los oficios de cuerpo presente o en el oratorio o en la iglesia,<br />

y los monjes con rezos y salmodias, el clero y pueblo con cirios en las<br />

manos como esperanza de la resurrección, para la acción litúrgica de la<br />

santa Misa y las oraciones con acción de gracias, de perdón, de misericordia<br />

y de esperanza en la victoria sobre la muerte. La bendición de la<br />

sepultura por el sacerdote con palabras de consuelo y a veces también<br />

panegírico fúnebre. Algunos actos y detalles dependían de las costumbres<br />

de cada lugar. Así, dice San Agustín que en Ostia el funeral de su madre,<br />

Mónica, fue «como allí suele hacerse», con la Eucaristía ofrecida por ella,<br />

y no dice más (Con/. 9,12,32); pero San Posidio, hablando del funeral por<br />

San Agustín, menciona la santa Misa por su eterno descanso y a continuación<br />

el sepelio, que muy probablemente el norte de África lo celebraba<br />

como en Roma. En muchos lugares, al difunto, como despedida, se le<br />

daba el beso de paz. En cuanto a los sufragios, se celebraban los tres días<br />

siguientes o triduo como símbolo del descanso del sábado del Señor<br />

(Quaestiones in Heptateuchum 1, 172), los novenarios con las ofrendas del<br />

pan para la Eucaristía por el difunto, y el aniversario de su muerte, que<br />

Notas complementarias 913<br />

es el día natalicio para la otra vida, no como los paganos, que celebraban<br />

el día de su nacimiento. Contra las ostentaciones y costumbres paganas,<br />

San Agustín clama en Enarrat. in Ps. 48; Sermo 1,13. Otro aspecto muy<br />

interesante que fue cristianizado es el arte funerario, en el canto y música,<br />

en la estética, espiritualidad, pintura, escultura, arquitectura, cementerios,<br />

basílicas, mausoleos, tumbas, catacumbas, nichos, arcosolios... Finalmente,<br />

la piedad de los vivos con los difuntos se refiere al cuerpo y al alma.<br />

Porque el cuerpo ha colaborado con el alma, merece respeto y cuidado,<br />

porque si se estima una prenda o un recuerdo que es externo, mucho más<br />

lo que pertenece a la naturaleza misma del hombre (cf. De cura pro<br />

mortuis gerenda 3; De Civ. Dei 1,13), y como obra de misericordia afirma<br />

la fe en la resurrección futura (Enchiridion 110). Examina tres clases de<br />

difuntos: los que se han salvado, son felices en el Señor y no necesitan ya<br />

de nuestra ayuda; los que se han salvado, pero no tienen aún la pureza<br />

de los bienaventurados ni la malicia irremediable de los condenados, y a<br />

quienes puede beneficiar nuestra ayuda de caridad y misericordia en el<br />

purgatorio, porque, «en el tiempo intercalado entre la muerte y la última<br />

resurrección, las almas están en secretas mansiones según su dignidad, o<br />

en lugar de descanso o de aflicción, según los méritos que hayan hecho<br />

en su vida» (Enchiridion 109,29 y Epístola 55,23). En cuanto a los reprobos,<br />

San Agustín plantea la doble pregunta: ¿si pueden arrepentirse y<br />

mejorar? Y entonces los sufragios les serían útiles (ibid., 112-113); cuestión<br />

relacionada con la negación de las penas eternas por los escépticos<br />

de todos los tiempos (De Civ. Dei 21,24). Y la segunda: ¿los sufragios de<br />

los vivos pueden conseguir de Dios algún alivio para los condenados?<br />

(Enchiridion 110), donde, por el contexto y por la lógica de mitigar las<br />

penas, se está refiriendo al purgatorio, porque son los únicos difuntos<br />

capaces de recibir sufragios, ya que no son aún bienaventurados, ni tampoco<br />

condenados, sino que están purificándose por hallarse imperfectos<br />

(De Civ. Dei 21,24). Pero los sufragios, como obras de misericordia, nunca<br />

son inútiles y Dios los distribuye; además de servir de consuelo y de<br />

mérito para quienes los hacen. También sugiere otra cuestión: ¿los difuntos<br />

se interesan y conocen a los parientes, amigos, que han dejado en la<br />

tierra? y ¿participan de sus alegrías, penas, trabajos, éxitos? Lo analiza en<br />

De cura por mortuis gerenda, estudiando el tema de las apariciones (10-<br />

11), el de las alucinaciones, con una aplicación personal de su propia<br />

madre (13), procurando corregir y evitar los engaños. Pero también estudia<br />

el relato del evangelio de San Lucas (16,27) sobre el rico epulón y el<br />

mendigo Lázaro para probar su interés por nosotros y su conocimiento de<br />

nuestras cosas (15), y en casos excepcionales también su intervención<br />

(16), y siempre por permisión divina, porque ellos no tienen, naturalmente,<br />

ese poder (cf. Enarratio in Ps. 118), doctrina que coincide con<br />

las experiencias extraordinarias de grandes almas místicas, relacionadas,<br />

como apóstoles de caridad, con el más allá.<br />

Son dones para la discreción de espíritus. Y recoge hechos comprobados<br />

(cf. De Civ. Dei 5,26; Sermo 172; y de los historiadores: RUFINO, Hist.<br />

Eccl. 11,19,32; Hist. monachorum 1, etc.). Por tanto, se puede concluir<br />

que los sufragios siempre son útiles. Que la sepultura es deber de humanidad.<br />

Que la sepultura junto a la de un santo, más que al difunto, le es<br />

útil al devoto para que imite la vida santa y haga obras de caridad que<br />

aumenten su mérito, y luego le ayuden ante el Señor. Sobre las oraciones<br />

por los difuntos ante el altar, cf. De Civ. Dei 20,9,2. En cuanto al cadáver

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