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40. Escritos varios - Biblioteca Católica Digital

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908 Notas complementarias<br />

impiedad de los gentiles. Y para que nadie pregunte: «¿Por qué, si ellos<br />

no han recibido la ley?», añadió a continuación: Y sobre la injusticia de<br />

quienes tienen apresada la verdad en la iniquidad... Porque lo cognoscible<br />

de Dios es manifiesto entre ellos... Desde la creación del mundo, lo invisible<br />

de El se percibe mediante las cosas que han sido hechas si se las comprende...<br />

De forma que son inexcusables, porque, conociendo a Dios, no lo glorificaron<br />

como a Dios ni le dieron gracias (Rom 1,18-21).<br />

¿Cómo lo conocieron? A partir de las cosas que hizo. Pregunta a la<br />

hermosura de la tierra, pregunta a la hermosura del mar, pregunta a la<br />

hermosura del aire dilatado y difuso, pregunta a la hermosura del cielo,<br />

pregunta al ritmo ordenado de los astros, pregunta al sol, pregunta a la<br />

luna..., pregunta a los animales..., a las almas ocultas, a los cuerpos manifiestos,<br />

a los seres visibles que necesitan quienes los gobiernen, y a los<br />

invisibles que los gobiernan. Pregúntales. Todos te responderán: «Contempla<br />

nuestra belleza». Su hermosura es su confesión: ¿Quién hizo estas<br />

cosas bellas, aunque mudables, sino la Belleza inmutable?<br />

Y en el hombre mismo... se hizo la pregunta a ambos componentes,<br />

al cuerpo y al alma... vieron ambas cosas, las analizaron, discutieron sobre<br />

ellas y advirtieron que, en el hombre, una y otra son mudables... y buscaron<br />

algo inmutable. De esta manera, por las cosas creadas, llegaron a<br />

Dios, que las hizo. Pero no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias.<br />

Es el Apóstol quien lo dice: Antes bien, se perdieron en sus pensamientos,<br />

y se oscureció su corazón insensato. Considerando ser sabios, se hiñeron<br />

necios... Y ¿dónde fueron a parar? Y cambiaron la gloria de Dios incorruptible<br />

por la semejanza del hombre corruptible. Se está refiriendo a los<br />

ídolos... Cual si fuesen grandes sabios, convirtieron en dioses propios a los<br />

animales mudos e irracionales... (Sermo 241,1-3).<br />

LA ASTROLOGÍA; LOS GENETLÍACOS. Desde el emperador Teodosio<br />

quedaba prohibida la práctica de la astrología y de los horóscopos y<br />

entendidos en nacimientos que llamaban genetlíacos y matemáticos, porque<br />

predecían el nacimiento, y desde entonces el futuro y porvenir de las<br />

personas por el movimiento de los astros con la apariencia de ciencia<br />

matemática (De Doct. christ. 2,21,32; In Ps. 59,11; In Epist. 1 lo., tr.3,9;<br />

Sermo 9,3,3). Agustín, de joven, había practicado con entusiasmo la astrología,<br />

conocía muy bien sus trucos, y le costó mucho convencerse de su<br />

falacia, como lo confiesa, hasta que observó las contradicciones manifiestas<br />

entre los datos ciertos de los astrónomos y la charlatanería de los<br />

estrelleros (Con/. 4,3,4-6). San Agustín distingue muy bien entre ciencia<br />

exacta matemática y los verdaderos principios filosóficos de la aplicación<br />

práctica con mil escapatorias que los astrólogos o estrelleros hacían, engañando<br />

y cobrando a la gente sin escrúpulo, llamándolos embusteros (De<br />

Div. quaest. 83, q.45). Ya Diógenes y Cicerón habían denunciado sus<br />

falsedades (De Civ. Dei 5,2-6). Y la misma Sagrada Escritura los pone en<br />

evidencia con el nacimiento de Esaú y Jacob (cf. De Gen. ad litt. 2,17,35-<br />

37). Considera a los astrólogos como los peones del maligno, porque<br />

parecen sabios y su falsa ciencia es un tapujo para el pecado y la idolatría<br />

(In Ps. 140,3; 31,2,16).<br />

Lo mismo cabe decir del hado, destino, o sino como peste desoladora,<br />

que unos granujas aprovechan para anular la libertad o el libre albedrío<br />

del hombre y quitarle toda responsabilidad moral de sus acciones, echando<br />

la culpa de todo al cielo, a los astros (Sermo 199,3; In Ps. 140,6). Y<br />

presenta el ejemplo concreto de un matemático seducido y seductor que<br />

Notas complementarias 909<br />

se convierte delante de todos (In Ps. 61,23; cf. Act 19,19; Ps 4,3). Apoyado<br />

en San Pablo, denuncia esta costumbre como pecado grave (Enchiridton<br />

21,79,80; cf. Gal 4,11). El "Nuevo Catecismo del Concilio<br />

Vaticano II vuelve a acentuar este aspecto contra la peste desoladora<br />

actual de los medios de comunicación que fomentan el horóscopo, tarot,<br />

las suertes... haciendo pingües negocios con la gente ingenua (cf. Exp. in<br />

ep. ad Gal. 34-55 con Gal 4,10s). La grosera superstición, herencia funesta<br />

del paganismo, es consecuencia de la credulidad y residuo degenerado<br />

de la acción malévola del maligno entre los hombres.<br />

[25] ha pitonisa de Endor y la reflexión de San Agustín, cf. p.398,<br />

nota 15. La evocación del profeta Samuel por la pitonisa de Endor es un<br />

tema discutido desde el principio por los escritores cristianos. Y es que se<br />

le relaciona enseguida con el tema de la adivinación de los demonios. En<br />

los Apologistas, como San Justino (Diálogos 10,5), y en los primeros teólogos<br />

como Tertuliano (De ánima 57), aparecen dos opiniones enfrentadas:<br />

o que los demonios tienen potestad sobre las almas, y por eso es<br />

evocado Samuel por la pitonisa; o, al contrario, como afirma Tertuliano,<br />

esa aparición es un engaño diabólico. Ya Orígenes dedicó una homilía a<br />

este pasaje, y San Gregorio Niseno escribió un breve tratado sobre lo<br />

mismo. Lo cual quiere decir que hay literatura abundante sobre esta<br />

cuestión antes de San Agustín. Y por eso, quizás, San Simpliciano quiere<br />

saber la opinión de San Agustín, que habla de este asunto repetidamente<br />

en sus obras, como en estas dos: las cuestiones de Simpliciano, y de Dulcido,<br />

la De divinatione daemonum, la De cura pro mortuis gerenda 18; y<br />

siempre reconoce que el profeta Samuel después de muerto profetizó a<br />

Saúl su muerte y la derrota de su pueblo. Pero, además, recoge la opinión<br />

de los que atribuyen todo esto a engaño diabólico o maquinación maligna<br />

de la pitonisa, que hizo aparecer la imagen de Samuel, no su persona.<br />

Porque deja muy claro que el libro del Eclesiástico (46,23) afirma que<br />

Samuel profetizó después de muerto. Y aclara que no ve dificultad en la<br />

evocación de la pitonisa de Endor y la aparición del espíritu de Samuel;<br />

pero también añade: siempre hay que salvaguardar el poder omnipotente<br />

de Dios, a quien todo está sometido, lo puede todo, y a veces permite las<br />

apariciones, aunque es la imagen únicamente la que aparece.<br />

[26] Conocimiento e interés de los muertos por los vivos, cf. p.419,<br />

nota 8. En cuanto al conocimiento que los difuntos tienen de las cosas<br />

actuales de los vivos, San Agustín distingue entre lo que pueden conocer<br />

en su nuevo estado de la otra vida, que ellos no pueden conocer nada por<br />

la naturaleza, y entre lo que pueden conocer por otros medios. En este<br />

sentido es muy probable que conozcan las novedades de la tierra por los<br />

nuevos difuntos que llegan, y, de forma extraordinaria, las alegrías y las<br />

penas que Dios quiera revelarles, o por el ministerio de los ángeles. Sí es<br />

seguro que se interesan por nuestra salvación e interceden ante el Señor<br />

por los vivos, y además son muy agradecidos, como lo demuestran los<br />

favores y la protección de los santos. Esto no se puede poner en duda en<br />

cuanto a los que se han salvado, como lo enseña el dogma de la Comunión<br />

de los Santos. Pero ¿cómo se realiza eso?; ¿ellos en persona o por medio<br />

de los ángeles? Es un misterio, y para conocerlo hace falta el don de Dios<br />

que se llama discernimiento de espíritus. Por esta razón se puede dudar<br />

de las apariciones hasta que se declaren legítimamente auténticas, sobre<br />

todo las que se producen en el sueño y en estados de inconsciencia,<br />

porque parece irracional que el alma inteligente se presente en la incons-

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