40. Escritos varios - Biblioteca Católica Digital
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902 Notas complementarias<br />
TRADICIÓN. El mundo en que vivían los coetáneos de Agustín estaba<br />
situado «en las profundidades inferiores del universo» (Sermo 18,1), pequeño<br />
depósito de desorden bajo la armonía de las estrellas, gobernado<br />
por «poderes hostiles» y, sobre todo, por «el diablo, príncipe de este<br />
mundo» (De agone christiano 1,1), y que habitan en el «cielo», es decir,<br />
este aire en que se forman los vientos, las nubes, las borrascas y torbellinos<br />
(ibid., 3,3). Expresiones inspiradas en el neoplatonismo.<br />
Además, Agustín creció en una época en la que se creía que los<br />
hombres compartían el mundo físico con los demonios malévolos, como<br />
entre nosotros conviven las peligrosas bacterias. Y entonces se aplicaba el<br />
«nombre de Cristo» como una vacunación, que era la única garantía de<br />
seguridad. Agustín, de niño, había recibido «la sal» con la señal de la cruz<br />
para protegerlo de los demonios (Confess. 1,10; 17); humanidad caída y<br />
hostigada por el diablo que se parece al mundo universo invadido por el<br />
principio del mal de Manes (cf. Contra lulianum opus imperfectum 5,16;<br />
1,120; De Civ. Dei 21,24,78; y el Salmo 11,49 en C. Jul. 5,3,8 y 6,8,31).<br />
Expresiones que vienen envueltas con el gnosticismo tanto judío como<br />
cristiano de los primeros siglos, que para dar una explicación inteligible<br />
de estos seres intermedios ante la mentalidad helenística, oriental y pagana<br />
se sirve de los mitos y fábulas de esas culturas. Y el resultado es una<br />
enseñanza confusa y fantástica, que se transmite de una manera general,<br />
porque todos los mitos antiguos presentaban el universo como una inmensa<br />
alegoría de la lucha del cosmos por la luz. Y precisamente San Pablo<br />
condena esas cosmologías como fábulas de viejas. No obstante, al describir<br />
la naturaleza de esos seres intermedios que actúan en el cosmos se<br />
habla de espíritus con cuerpos aeriformes y sutiles, como se ve, sobre<br />
todo, en los libros apócrifos y pseudoepígrafos; y lo confirman los descubrimientos<br />
del Qumrán con el dualismo luz-tinieblas. Tertuliano habla en<br />
sus obras Adversus Marcionem 2,8; Apologeticum 22, y en general le siguen<br />
los Padres latinos.<br />
San Agustín recoge la tradición, y en De diversis quaestionibus 83, q.47<br />
habla de «cuerpos angélicos, lucidísimos y aéreos» para los ángeles buenos.<br />
Pero los demonios nunca han vivido en la región «celeste» de las<br />
estrellas (De agone christiano 3,3); para ellos distingue dos etapas: la primera,<br />
antes de la caída por orgullo —soberbia— y envidia, son ángeles,<br />
y entonces tenían cuerpos celestes que prevaricaron libremente y por<br />
malicia se hacen demonios; pero en la segunda etapa o después de la<br />
caída, esos cuerpos degeneran y adquieren cuerpo aeriforme, sutil, húmedo<br />
y difuso por el vacío (De Gen. ad litt. 3,10,15; 11,17), enemigos de la<br />
verdadera felicidad de la especie humana (De Civ. Dei 9,8,1-4).<br />
NATURALEZA. San Agustín enseña que los demonios son seres superiores<br />
a los hombres por naturaleza, inmortales. Pone en duda la corporalidad<br />
en Sermo 12,1; De Trinitate 3,1,4-5; 15,23,1; 8,10,19-21; 3,11,22-<br />
27; Sertno 362,17; De Civ. Dei 21,10,1; Echiridion 59; sin embargo, en De<br />
Civ. Dei 15,23; 22,29 y en Enarratio in Ps. 85,17, apoyándose en la tradición<br />
de hombres doctos, habla de cuerpos semiespirituales de los demonios,<br />
formados de aire húmedo que se deja sentir cuando sopla el viento,<br />
y que agitado constituye los vientos, el relámpago, el trueno, la lluvia,<br />
nieve, granizo. Y que si no tienen cuerpo por ser espíritus incorpóreos, al<br />
menos hay que admitir que sufren en el infierno el castigo del fuego<br />
corporal de modo misterioso, pero real. Son criaturas con cuerpo sutilísimo<br />
e inmortales, pero perversas rondando por la tierra (De Div. Dei<br />
Notas complementarias 903<br />
8,14,16; Porfirio dice que «no están en la atmósfera, sino en el aire bajo<br />
la luna»; De Civ. Dei 10,11). Y el Salmo 95,5 los llama claramente demonios;<br />
«Todos los dioses de los paganos son demonios» (cf. De Civ. Dei<br />
2,10,23-24; 8,14-24, 10,11; 18,18; Enarrat. in Ps. 26,29; 96,12). Están<br />
obligados a vivir en la turbulencia del aire inferior, más abajo de la luna,<br />
prisioneros condenados para el Juicio final (Epist. 102,3,20; De Civ. Dei<br />
11,33,1-2), pero siempre dispuestos a descender súbitamente como pajarracos<br />
sobre la humanidad frágil y disidente (De Civ. Dei 16,24,60).<br />
ACCIÓN DE LOS DEMONIOS. Son activos, dotados de poderes de percepción<br />
sobrenaturales, con una influencia enorme que, si Dios se lo permitiera,<br />
podrían interferir tanto con las bases físicas del entendimiento como<br />
para producir ilusiones (cf. Epist. 9,3; De Civ. Dei 18,18,12-22), aunque<br />
la influencia en los hombres sea puramente psicológica; pero engañan a<br />
los que los siguen perpetuándose con formas sensibles en ídolos, estatuas,<br />
supercherías de todas clases, propuestas a las masas como personificación<br />
y símbolo de poder portentoso, exigiendo el culto de dioses inmorales y<br />
anárquicos (De Civ. Dei 2,25,5). Con todo, ese poder está restringido<br />
sabiamente por la omnipotencia de Dios, porque si no su fuerza agresiva<br />
y su malicia es tan grande que podría arrasar a toda la Iglesia cristiana si<br />
lo dejaran (De Civ. Dei 20,8,41; Enarrat. in Ps. 61,20 y Dan 9,20ss; 12,1-<br />
13). Como son superiores a los animales y a los hombres en todas sus<br />
cualidades, son también poderosos, sutiles, ágiles y experimentados; por<br />
eso pueden predecir muchas cosas de la naturaleza, pero no pueden leer<br />
los pensamientos de los hombres sin más (Retract. 2,30); pero también se<br />
engañan y son engañados, aunque su malicia procura disimularlo para<br />
atrapar con supersticiones a innumerables hombres (De doct. chr. 2,23,35;<br />
De Civ. Dei 5,7; De Gen. ad litt. 2,17,37; Enarrat. in Ps. 96,12). Pueden<br />
actuar, con permisión de Dios, dentro de este mundo temporal, pero han<br />
sido vencidos y están controlados por la Cruz de Cristo, y el príncipe de<br />
este mundo ha sido echado fuera. San Agustín se mueve, en primer lugar,<br />
dentro de los conocimientos de su tiempo, con un mundo animado desde<br />
el éter inflamado del empíreo hasta lo más ínfimo de la tierra, movido<br />
todo por algo superior, invisible, espíritu. La concepción del universo con<br />
esferas celestes girando en torno a la tierra como centro; fuera y por<br />
encima está el empíreo, donde se hallan los espíritus buenos no caídos. Y<br />
en la parte inferior del llamado firmamento celeste, bajo la luna se mueven<br />
los démones, y por eso el diablo es llamado príncipe de este aire (De Trin.<br />
13,12,16; De Civ. Dei 10,22). Esta concepción del universo animado con<br />
los mitos astrológicos de los démones pretendía dar una explicación a<br />
expresiones culturales de la Biblia, y a su aplicación en la vida de los<br />
hombres degradados con expresiones, ritos y cultos idolátricos. De este<br />
modo el culto antiguo de los dioses había estado al servicio del maligno;<br />
y el paganismo era una herencia demoníaca, que Dios había permitido,<br />
pero que había que liquidar con el cristianismo.<br />
[21] San Agustín, observador de la naturaleza y de la psicología de los<br />
humanos, cf. p.342, nota 15. Además de lo indicado en la nota 13<br />
(p.898), San Agustín tiene multitud de observaciones de gran valor en sus<br />
escritos. Por ejemplo, en las Confesiones, las observaciones tan atinadas<br />
sobre la psicología de la niñez y la juventud, o las descripciones sobre las<br />
costumbres de Cartago, de los estudiantes de Roma, de personajes como<br />
San Ambrosio, o sobre los ambientes de los espectáculos, teatro, circo, luchas<br />
tanto de hombres como de fieras, siempre para apoyar su argumenta-