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40. Escritos varios - Biblioteca Católica Digital

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894 Notas complementarias<br />

costumbres, viniese en la edad de la juventud. Y añadí que a esto se aplj.<br />

caba lo que dice el Apóstol: Que los párvulos están guardados bajo la ley<br />

como bajo un pedagogo (Gal },24). Pero se puede objetar por qué he dicho<br />

en otra parte (De Gen. contra manich. 1,25,40) que Cristo vino en la sextg<br />

edad del mundo, como en la vejez. Al hablar de la juventud dije que se<br />

refería al vigor y al fervor de la fe, que obra por la caridad (Gal 5,6); y 10<br />

otro sobre la vejez, a la cifra de los tiempos. Lo uno y lo otro puec!e<br />

entenderse de la totalidad de los hombres, lo cual no puede hacerse en las<br />

edades de los individuos. Lo mismo que en el cuerpo no puede estar a )a<br />

vez la juventud y la vejez; y, en cambio, en el alma es posible la una p0r<br />

la agilidad y la otra por la gravedad». En realidad, San Agustín trata de este<br />

asunto en <strong>varios</strong> sitios (De Gen. cont. manich. 1,23,40). Sermo 131,8: «Di0s<br />

envió a Cristo en la vejez del mundo... a la hora en que todo envejece para<br />

restaurar... para renovarte también a ti...». Y en Tract. in lo Ev. 9,6 habla<br />

de seis edades del mundo simbolizadas en las seis hidrias de Cana. La sexta<br />

edad representa la plenitud de los tiempos, que es la edad de la venida de<br />

Cristo (cf. Quaest. Evang. 1,41). A continuación será el fin del mundo, ccrn<br />

el cataclismo universal y la renovación.<br />

Entonces era idea común, apoyándose en la cronología bíblica, y sobre<br />

todo en la Epístola a Bernabé, que era muy leída desde el siglo II por Jocristianos,<br />

creer que este mundo iba a durar 6.000 años según los seis días<br />

del Génesis, y el texto del salmo 89,4: Para ti mil años son como un día<br />

y 2 Pedro 38: un día para el Señor como mil años y mil años como un día'<br />

El séptimo día, el descanso, lo interpretaban como los mil años del reiría<br />

do de los justos con Cristo, o el milenarismo (De Civ. Dei 20,7,1). En e]<br />

Sermo 259,2 dice: «Después del día sexto... sabbatizabunt (guardarán e]<br />

sábado) los santos y justos de Dios». El octavo día, como la resurrección<br />

o triunfo de Cristo, sería la restauración de todas las cosas y la vida eterna<br />

Hubo un tiempo, dice, en que sostuvo esta opinión, pero, desde qye<br />

conoció los abusos que sostienen los herejes (De haeresibus 8), la comba,<br />

tió. Incluso se esfuerza por hacer comprender a todos la verdad de las<br />

palabras del Evangelio: En cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni siquiera<br />

los ángeles del cíelo (Me 13,33; Mt 24,35-36; 25,13-15; Le 19,12-13.<br />

12,40). Cf. también las Quaest. 53,1; 57,2, el número 53; 58,2; 64,2 sobré<br />

las edades, en especial sobre la sexta edad o la vejez.<br />

Para San Agustín, como para los antiguos, era común la división de Ia<br />

vida del hombre en las siete edades siguientes: la primera o infancia, hasta<br />

los siete años o el uso de la razón; la segunda o niñez, de los siete a l0s<br />

catorce; la tercera o adolescencia, de los catorce a los veintiocho; la cuarta<br />

o juventud, de los veintiocho a los cincuenta; la quinta o virilidad 0<br />

madurez, de los cincuenta a los sesenta; la sexta o vejez o senectud, ¿e<br />

los sesenta a los ochenta, y la séptima o decrepitud, de los ochenta hasta<br />

la muerte. Cf. Confess. 1,8,13; De vera relig. 26, n.48; Enarrat. in ps<br />

127,14; Epist. 213,1...; De Civ. Dei 16,1; aquí, en este pasaje de La Ciudad<br />

de Dios, se está refiriendo a la segunda edad de la humanidad, desde el<br />

diluvio hasta Abrahán, y la compara a la segunda edad del hombre, infancia<br />

o niñez, y al segundo día del origen cosmogónico. Ver su importancia<br />

en De Gen. contra manich. 1,25,36. En De Civ. Dei 16 también habla de<br />

la tercera edad de la humanidad, desde Abrahán a David, y la compara<br />

a la tercera edad del hombre o adolescencia, y al tercer día del Génesises<br />

la edad del crecimiento y multiplicación (cf. De Gen. cont. manich.<br />

1,23,37). En De Civ. Dei 17,1 habla de la cuarta edad del mundo, desde<br />

Notas complementarias 895<br />

David al cautiverio de Babilonia, y la compara a la cuarta edad del hombre<br />

o juventud, que corresponde al cuarto día del Génesis (cf. De Gen. contra<br />

manich. 1,23,58). En el capítulo 22,30,5 hace un resumen de todas las<br />

edades, y termina toda La Ciudad de Dios con la séptima edad o sábado<br />

y descanso eterno.<br />

[11] Las artes adivinatorias, cf. p.121, nota 174. Las artes adivinatorias,<br />

como supersticiones más comunes en los pueblos, han sido la astrología<br />

y el sortilegio. Agustín, que las conoció bien, las rechaza como superstición<br />

para conocer el futuro. Sin embargo, lo mismo que los paganos<br />

utilizaban las suertes, v.gr. de Homero, homéricas, o las de Virgilio, o virgilianas,<br />

como métodos causales para adivinar el futuro, también los judíos<br />

las utilizaban: las suertes se introducen en el regazo, y el resultado lo ordena<br />

el Señor (Prov 16,33), y los mismos Apóstoles echan las suertes en la elección<br />

de Matías (Act 1,26); los cristianos se sirven de las Sagradas Escrituras<br />

para conocer lo que deben hacer. Y eso mismo hizo Agustín en su conversión<br />

al abrir y leer las Epístolas de San Pablo como una revelación de su<br />

futuro (Confess. 8,12,21-30) y otros momentos (como en Confess. 4,3 y en<br />

De doctrina chr. 1,28; Epist. 55,37; Epist. 180). Práctica, como «suertes de<br />

los santos», todavía en uso en muchas comunidades para imitación y protección<br />

del santo elegido. En algunos sitios es frecuente el empleo de los<br />

llamados «evangelios» y frases bíblicas para preservar de epidemias y enfermedades.<br />

Luego está la tarotología, o echar las cartas o los dados, que es<br />

práctica usual mundana, no sólo como pasatiempo, sino como arte adivinatoria,<br />

y hay hasta quien se lo toma en serio. Ver cartomancia, tarotología y<br />

su significado e historia en diccionarios y enciclopedias.<br />

[12] Los cuerpos angélicos. San Agustín aclara en Retractationes<br />

1,26,2: «He dicho que ha de creerse que los cuerpos angélicos, como<br />

nosotros esperamos tener, son muy luminosos y etéreos; si eso se entiende<br />

sin los miembros que ahora tenemos y sin la sustancia de la carne, aunque<br />

incorruptible, es un error. He tratado en La Ciudad de Dios (15,23,1;<br />

22,29) mucho mejor esta cuestión sobre la visión de nuestros pensamientos».<br />

En efecto, al hablar de los santos en los cuerpos inmortales y espirituales<br />

llega a la cima de esta cuestión, confesando humildemente que<br />

ignora cómo será esa actividad o descanso, donde será verdad la visión,<br />

pero ahora no es posible saber cómo. Ha tocado también la cuestión de<br />

la naturaleza de los ángeles y de los cuerpos gloriosos, cuerpos etéreos,<br />

sutilísimos, según se pensaba entonces bajo la influencia de la filosofía<br />

griega, como explicación de pasajes de la Escritura: en el A.T. como seres<br />

sobrehumanos (Gen 3,24; 28, 32,1-2; 3 Reg 22; Iob 1; Dan 10;<br />

Ps 99,1). En el N.T., sobre todo San Pablo: 1 Cor 15; Col 1,16; 2,18;<br />

Eph 1,21; 2,2; 1 Thes 1,7-8; 2 Petr 2,4; Iud 6 y 14.<br />

San Agustín admite grandes diferencias entre los ángeles y los cuerpos<br />

gloriosos; incluso duda si realmente los ángeles tienen cuerpo (cf. De<br />

Trínitate 3,1,4-5; 3,10,19-21; 3,11,22-27; Enchiridton 59; Sermo 12,9;<br />

362,17; In Ps. 85,17). Postura que se comprende por lo que dice en De<br />

Trínitate 3,1,5: «en cuanto soy hombre no puedo comprender experimentalmente<br />

cómo los ángeles obran y conocen mejor que yo...». Así se<br />

explica la conclusión que ha ido calando en la teología: que la espiritualidad<br />

o cualidad espiritual de los ángeles no es demostrable por nuestra<br />

razón (cf. SCHEEBEN, Dogmatik 2,3, n.165).<br />

Por otra parte, era familiar en el mundo antiguo pagano la creencia de<br />

que había comunicación entre los hombres y unos seres sobrehumanos

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