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40. Escritos varios - Biblioteca Católica Digital

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430 La piedad con los difuntos<br />

en la cremación, y para que el humo de la cremación lo conduzca<br />

al cielo, o lavándolo como piedad y purificación. Incluso,<br />

ya que el difunto comienza una vida nueva, se le provee de<br />

alimentos, bebida, habitación...; y, como espíritus que son,<br />

habitan junto al hogar con los dioses penates. Más aún, en<br />

muchos pueblos, como entre los egipcios, los griegos y romanos,<br />

existían asociaciones funerarias que mediante un contrato<br />

se encargaban de cuidarlos para evitar olvidos.<br />

Todavía hay otro aspecto que se constata fácilmente en los<br />

pueblos primitivos, y es la unidad sagrada entre los vivos y los<br />

difuntos, que se actualizaba con los ágapes familiares en la fiesta<br />

de los Lémures entre los romanos, o los informes y consultas a<br />

los antepasados entre los chinos y japoneses; el poder e influencia<br />

de los Manes para la continuidad genética, el orden cósmico,<br />

la vida social. De ahí la fiesta anual de los difuntos, que los<br />

griegos llamaban anthesterías, e incluso los grandes juegos públicos<br />

como las olimpíadas, que comenzaron entre los griegos,<br />

como homenaje-recuerdo a héroes y personajes célebres. Todo<br />

lo cual está proclamando el anhelo de supervivencia de la humanidad<br />

y de cada hombre 21 . Por tanto, resumiendo, el respeto<br />

sagrado a los difuntos ha sido y es algo común a todos los pueblos.<br />

Y los cuidados para la conservación del cuerpo y la protección<br />

de tumbas y sarcófagos están indicando las creencias en<br />

el más allá, como lo demuestran los monumentos funerarios de<br />

Egipto, de Iberia, Grecia, Roma, época precolombina en América,<br />

etc. De tal modo que la falta de sepultura se considera<br />

como una desgracia que obliga al alma del difunto a vagar sin<br />

descanso. Por eso, entre los griegos se honraba al héroe desconocido<br />

con honores especiales (Tuddides 2,34), aunque Platón<br />

ya sugiriese que era mejor ayudar a los hombres a vivir mejor<br />

que hacer ostentaciones con mausoleos, porque no se puede<br />

ayudar a los muertos en el más allá (Leyes 959a-d).<br />

La Biblia revela ya el origen y la causa de la muerte, su<br />

dramatismo, y también la esperanza de la resurrección desde el<br />

principio, hasta la victoria definitiva de Jesucristo por la Resurrección.<br />

Jesucristo, Señor de la vida y vencedor de la muerte y<br />

su valor expiatorio unidos a El. De este modo la muerte no es<br />

negación de vivir, inactividad y desinterés, sino principio de la<br />

vida nueva y del valor eterno de la persona humana.<br />

El cristianismo ha heredado esta tradición humana de los<br />

pueblos de su entorno, judíos, romanos, griegos, consolidando<br />

aún más ese respeto universal para con los difuntos, a la vez<br />

21 F. KÓNIG, Cristo y las Religiones de la tierra (Madrid 1954); G. VAN DER LEEUW,<br />

La Structure de la mentalité primitive (París 1978).<br />

Introducción 431<br />

que purificándolo, y dándole el verdadero sentido trascendente<br />

con la luz de la inmortalidad del alma y la resurrección de<br />

la carne (1 Cor 15,51-53). Introduciendo cambios importantes:<br />

en primer lugar, en la mentalidad. El cuerpo del bautizado,<br />

como «templo del Espíritu Santo» y «miembro de Cristo»<br />

(1 Cor 6,15.19), está llamado a la transformación espiritual en<br />

la resurrección, y es digno de todo respeto y honor como las<br />

cosas más santas. De ahí el cuidado de enterrarlo devotamente<br />

a imitación de lo que hicieron con el Cuerpo sacrosanto de<br />

Cristo. Y los primeros cristianos así lo practicaron, como consta<br />

en las Actas de los mártires, en las catacumbas, etc. En<br />

segundo lugar, cristianizaron las costumbres, poniendo, en vez<br />

de los duelos y las lamentaciones, las oraciones devotas y el<br />

canto de los salmos, la inhumación preferentemente a la cremación.<br />

Lo mismo en cuanto a las tumbas, como algo venerado,<br />

en especial las de los mártires, porque por su fidelidad a<br />

Cristo son los grandes amigos de Dios, que gozan de la felicidad<br />

celestial desde el primer momento, coronados por el<br />

supremo acto de caridad, al dar la vida por Cristo (Apoc 7,13-<br />

17); y por consiguiente son los mejores protectores a quienes<br />

acudir. De ahí el interés por reposar junto a la tumba de un<br />

mártir o sepultura ad sanctos, como garantía de invulnerabilidad<br />

del sepulcro y de una protección más eficaz. Como dice<br />

San Ambrosio de su hermano Uranio Sátiro, enterrado por él<br />

junto al mártir Víctor para «que penetrando la sangre (de<br />

Víctor) por entre las paredes contiguas lave los despojos del<br />

que a su lado descansa». Práctica que se hizo tan común, que<br />

los templos, ermitas y alrededores se convirtieron en cementerios,<br />

llamados «camposantos», hasta que la autoridad civil ha<br />

tenido que intervenir por el bien público. San Jerónimo habla<br />

también de clérigos fosores, encargados de preparar los cuerpos<br />

para la sepultura, con detalles, según las costumbres, de<br />

ropas, aromas, hábitos, flores, como símbolos del «buen olor<br />

de Cristo» 22 . Esta profundidad y respeto hacen que la cremación<br />

no sea bien aceptada como signo de honor y de vida<br />

eterna. Y por eso la Iglesia, sin prohibirlo, no antepone la<br />

cremación al enterramiento, por imitar más a Cristo, que quiso<br />

ser sepultado; y si permite aquélla, ha de ser evitando siempre<br />

el menosprecio o indiferencia al cuerpo humano, a la fe cristiana,<br />

el escándalo o la extrañeza 23 . Y, sobre todo, la manifestación<br />

más elocuente de ese honor y respeto para con los<br />

22 Epístola 49.<br />

23 Codex luris Canonici (CIC), canon 1176,3, y Catecismo de la Iglesia <strong>Católica</strong><br />

(CIgC), 1992, 2299-2301.

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