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40. Escritos varios - Biblioteca Católica Digital

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322 La adivinación diabólica<br />

daban se llamaban oráculos, que eran siempre vagos e indeterminados.<br />

Conservaron durante mucho tiempo su prestigio e<br />

influencia, hasta que el emperador Teodosio destruyó los santuarios.<br />

Los libros de las Sibilas. Aquellos oráculos o testimonios<br />

adivinatorios o predicciones de las sibilas eran siempre orales;<br />

pero luego fue en Roma donde se reunieron los Oráculos más<br />

famosos en libros, como textos inapreciables; así aparecieron<br />

la Colección de Libri fatales o libros del destino, conocidos<br />

como Colección de los Oráculos, Libros sibilinos o de las<br />

sibilas. Su origen, por lo tanto, viene de la sibila, vidente o<br />

pitonisa, personaje femenino, dotado de virtud profética y muy<br />

sensible para captar el espíritu divino y revelar su ciencia. Se<br />

la consideraba demoníaca o divinidad. Su antecedente se encuentra<br />

en Persia y se difunde por las colonias griegas del Asía<br />

Menor. Entra en el mundo griego y su influencia como profetisa<br />

del culto de Apolo con el nombre de Pitia (las Pitias);<br />

aunque, como todo lo mítico, el origen, historia e incluso el<br />

nombre, se diluye todo en la leyenda, de tal modo que el<br />

nombre de sibila, que era un nombre propio, terminó por<br />

hacerse un nombre común y genérico, tanto en Grecia como<br />

en Roma, para designar a algunas mujeres con facultades adivinatorias<br />

para recibir la comunicación de los dioses y transmitirla<br />

a los hombres. Esta era de dos clases: oral-directa, es<br />

decir, sin intermediarios, y la indirecta o hierofanta o médium,<br />

que necesitaba de un sacerdote intérprete del oráculo, como<br />

era la Pitia de Delfos. Heráclito de Efeso es el primero que<br />

habla de una sibila de aquella ciudad, que conocía el pasado<br />

y el porvenir y transmitía el mensaje de los dioses. Platón y<br />

Aristófanes también hablan de ella, aunque Aristófanes lo atribuye<br />

a superstición popular. De hecho, cada ciudad tenía<br />

interés en tener sus propios oráculos, y por lo tanto se multiplicaron<br />

las distintas sibilas y sus tradiciones. Pronto vino la<br />

disputa sobre cuál era la primera y principal, prevaleciendo la<br />

de Eritrea, cuya leyenda dice que emigró a Cumas, donde se<br />

había instalado el culto a Apolo servido por su sibila, que<br />

influyó en la vida política y social de Roma, sobre todo desde<br />

Tarquinio el Soberbio, que se sirvió de ella para mantener su<br />

poderío político y militar.<br />

Marco Varrón enumera las diez sibilas más célebres, que<br />

son: Primera, la Pérsica, de Persia, que es de donde proceden<br />

las sibilas; de ella habla Nicanor en su Historia de Alejandro<br />

Magno. La segunda es la Líbica, de Libia, nombrada por<br />

Eurípides en el prólogo de Lamia. La tercera es la Deifica, de<br />

Introducción 323<br />

Delfos, en el templo de Apolo, de quien habla Crisipo en su<br />

libro De divinatione. La cuarta es la Cumea, de Cumas de<br />

Italia, en la Campania, a quien Nevio en sus Anales de la<br />

guerra púnica llama Piso. La quinta es la Eritrea de Babilonia,<br />

que vaticinó a los griegos la destrucción de Troya y a Homero<br />

como escritor de mentiras. La sexta es la Samia, de Samios,<br />

cuyos oráculos encontró Eratóstenes en los Anales de los samios.<br />

La séptima es la Cumana, también llamada Amaltea,<br />

Demófila y Herófila, de Marpesos de Troya, de quien escribió<br />

Heráclides Póntico en tiempos de Solón y Ciro. La novena es<br />

la Frigia, de la Frigia, que vaticinó en Ancira. La décima es la<br />

Tiburtina o Albunea, venerada como una diosa junto al río<br />

Anieno, y que, según Varrón, los oráculos de esta sibila fueron<br />

depositados por el Senado como sagrados en el Capitolio. Cf.<br />

LACTANTIUS, 1,6. De todas ellas, la más célebre es la Sibila<br />

Eritrea, y también la Cumea, a quien la tradición identifica con<br />

la Eritrea, que vino a Cumas y guió a Eneas en su descenso al<br />

Averno y en la subida a los cielos, hasta que, consumida de<br />

años, más de setecientos, quedó reducida a una simple voz,<br />

inmortalizada por los poetas, OVIDIO, 14 Met. v.104, y sobre<br />

todo VIRGILIO en la Eneida 83 , cuando describe el templo de<br />

Apolo y la cueva donde tenía los oráculos después de haber<br />

dado muerte a su rival Cimmeriana de Ñapóles:<br />

«Hubo una honda y espaciosa cueva,<br />

De una ancha, horrible y tenebrosa boca<br />

Áspera y escabrosa, con gran suma<br />

De pedrezuelas toscas, cuya entrada<br />

Estaba defendida a todas partes<br />

De un negro lago y de un oscuro bosque».<br />

(Traducción de Gregorio Hernández de Velasco).<br />

Esta cueva del Averno y el lago, llamada de la Sibila, fue<br />

descubierta en 1932 cerca de Ñapóles, lugar impresionante,<br />

siniestro y solitario.<br />

También la Sibila Cumana, célebre por la tradición de<br />

unos libros de Oráculos y la historia de Tarquinio el Soberbio<br />

de quien habla San Agustín en De Civitate Dei M 18,23,1-2, y<br />

el famoso acróstico Iesus Christus Dei Filius Salvator, que San<br />

Agustín traduce al latín en De Civ. Dei (ibid.).<br />

Los Oráculos o Libros de las Sibilas. Se llama así a una<br />

Colección de más de cuatro mil versos hexámetros en griego<br />

Égloga 4,4-8; Aeneidos 6,7-11; 98ss.<br />

De Civ. Dei 18,23,1; cf. LACTANTIUS, Constantini oratio ad sanctorum coetum 18-

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