libreto: L'Orfeo - La Arcadia Jerez

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11.06.2013 Views

Plano de la ciudad de mantua de la época de monteverdi. órgano y un contrabajo de viola, provoca el sueño del barquero, lo que el héroe aprovecha para cruzar furtivamente el Aqueronte . Reaparece entonces la sinfonía que había abierto el acto, como símbolo de que Orfeo ha recobrado la esperanza . Un coro de espíritus infernales a 5 voces le pone fin . En el acto IV tiene lugar el episodio que otorga su pleno sentido al mito: el fracaso de Orfeo a causa de la duda, que, no lo olvidemos, es fundamento último del conocimiento humano (aunque es mucho suponer que esa idea estuviera en la mente de Striggio; en febrero de 1607, Descartes aún no había cumplido los 11 años) . Todo empieza con una discusión entre divinos esposos (que tanto usará Wagner tres siglos y medio después), el diálogo entre Proserpina y Plutón . Ella se identifica con el dolor de Orfeo, y de ahí su cantar TeaTro VillamarTa 24 d’affetto, que no renuncia a las disonancias ni a los efectos expresivos más seductores en su intento por apiadar al esposo (así, el recuerdo de su propio amor es expuesto en un tono claro y luminoso) . La respuesta de Plutón pasa de una frialdad cercana a la severidad mostrada por Caronte a una mayor flexibilidad y dulzura, que termina con el dictado de las condiciones en que permitirá la vuelta de Eurídice al mundo de los vivos . Un coro a cinco voces (“Pietade oggi e Amore”), en estilo puramente homorrítmico y declamatorio, antecede a la entrada de Orfeo y Eurídice en escena . Todo ocurre entonces con extrema rapidez: Orfeo canta con inconsciente y despreocupada alegría una sencilla canzonetta (“Qual honor di te fia degno”) que se apoya en el continuo, con breves ritornelli entre las estrofas realizados por los violines, hasta que la duda (¿acaso también el deseo?) lo asalta . La música se detiene entonces de forma brusca y el ambiente cambia por completo . La psicología del personaje resulta perfectamente atrapada por un recitado entrecortado e incoherente, hasta que un ruido que proviene de fuera de la escena termina por decidirlo a darse la vuelta y mirar a la esposa . Un realejo y la voz dura e inexorable de un espíritu infernal dejan entonces claro que el mandato divino ha sido roto y para la pareja de amantes vuelven a regir las leyes severas del Infierno . En esas circunstancias, Eurídice toma la palabra por segunda y última vez, con una declamación en la que Monteverdi vuelve a mostrar su absoluta maestría para contrastar afectos, pues su hermosísimo recitado se mueve entre el patetismo doloroso (que se muestra mediante disonancias y cro-

matismos) y el éxtasis amoroso (marcado por las luminosas consonancias en el registro más agudo) . Momento absolutamente prodigioso . Una sinfonía y un coro infernales terminan expulsando a Orfeo del Hades . Su regreso a los campos de Tracia se hace al inicio del acto V con el ritornello y la instrumentación que al principio de la obra habían quedado asociados al mundo de los pastores . Cruel simbolismo: Orfeo regresa fracasado y encuentra el mundo tal y como lo dejó . El lamento del cantor (“Questi i campi di Tracia”), acompañado por dos órganos di legno y dos chitarroni, es de extrema simplicidad, concentrándose, sin apenas ornamentos, en la expresión, que se refuerza con figuras retóricas, aunque Monteverdi recurre también a un efecto muy típico del Barroco, el del eco, que responde por tres veces al héroe . Y llegados a este punto, el libreto entregado a los espectadores del estreno se aparta muy significativamente de la partitura impresa en 1609 (hay otras variaciones anteriores, pero de carácter relativamente menor) . En el libreto, se incluye inmediatamente una bacanal, una escena de bacantes, furiosas por el discurso misógino de Orfeo, al que darían enseguida muerte (fuera de escena), como parece confirmar la danza moresca del final . ¿Escribió Monteverdi música para esta escena? Puede que sí, para la noche del estreno, como sustitución del final que después se impuso y por razones de incapacidad escénica para ofrecerlo en la sala que acogió la presentación de la obra . Acaso no, y ello vendría a demostrar, como ha sugerido Stefano Aresi, la diferencia que en la época se marcaba entre el drama escrito, hecho para perdurar, y la música, creada con intenciones efímeras y adaptada a las circunstancias de cada representación . Así orFeo 25 que al monólogo de Orfeo sucede en la partitura una de las sinfonías que en el acto III se había vinculado al poder mágico de la música, y que ahora sirve para introducir el descenso de Apolo como deus ex machina (recurso con larga tradición dramatúrgica) . Se ha destacado la vinculación de Apolo con los Invaghiti para justificar su presencia como introductor de un lieto fine en el drama, aunque tratándose de una divinidad musical esta excusa no sería ni siquiera necesaria, pues lo cierto es que Apolo se presenta ni más ni menos que como trasunto del propio Orfeo, como su imagen divina: misma tesitura, mismo tipo de canto, primero en un sobrio recitativo, al final recurriendo al cantar passaggiato que Orfeo había empleado en el Infierno y que aquí señala el ascenso a los cielos del Hijo junto al Padre, una referencia más platónica que cristiana (o, si se quiere, cristiana por platónica) . Un coro en la misma forma de balletto que había aparecido en el primer acto y la breve moresca que rememora el episodio violento de las bacantes ponen fin a la ópera . El mito de Orfeo contiene numerosas claves, que admiten lecturas e interpretaciones muy diversas . A menudo, sobre todo en tiempos modernos, se ha presentado como una simple historia de amor y sacrificio, pero en realidad en Orfeo debemos ver al hombre que, armado de todas sus facultades intelectuales y simbólicas (que aquí representa la música), se enfrenta a la muerte . Todos conocemos bien el resultado de tan desigual combate, que Monteverdi recreó hace ya más de cuatro siglos como posiblemente nadie haya vuelto jamás a hacerlo . PaBlo J. VaYÓN

Plano de la ciudad de mantua de la<br />

época de monteverdi.<br />

órgano y un contrabajo de viola, provoca el<br />

sueño del barquero, lo que el héroe aprovecha<br />

para cruzar furtivamente el Aqueronte . Reaparece<br />

entonces la sinfonía que había abierto el<br />

acto, como símbolo de que Orfeo ha recobrado<br />

la esperanza . Un coro de espíritus infernales a<br />

5 voces le pone fin .<br />

En el acto IV tiene lugar el episodio que<br />

otorga su pleno sentido al mito: el fracaso de<br />

Orfeo a causa de la duda, que, no lo olvidemos,<br />

es fundamento último del conocimiento<br />

humano (aunque es mucho suponer que esa<br />

idea estuviera en la mente de Striggio; en febrero<br />

de 1607, Descartes aún no había cumplido<br />

los 11 años) . Todo empieza con una discusión<br />

entre divinos esposos (que tanto usará<br />

Wagner tres siglos y medio después), el diálogo<br />

entre Proserpina y Plutón . Ella se identifica<br />

con el dolor de Orfeo, y de ahí su cantar<br />

TeaTro VillamarTa<br />

24<br />

d’affetto, que no renuncia a las disonancias ni<br />

a los efectos expresivos más seductores en su<br />

intento por apiadar al esposo (así, el recuerdo<br />

de su propio amor es expuesto en un tono<br />

claro y luminoso) . <strong>La</strong> respuesta de Plutón<br />

pasa de una frialdad cercana a la severidad<br />

mostrada por Caronte a una mayor flexibilidad<br />

y dulzura, que termina con el dictado<br />

de las condiciones en que permitirá la vuelta<br />

de Eurídice al mundo de los vivos . Un coro<br />

a cinco voces (“Pietade oggi e Amore”), en<br />

estilo puramente homorrítmico y declamatorio,<br />

antecede a la entrada de Orfeo y Eurídice<br />

en escena . Todo ocurre entonces con extrema<br />

rapidez: Orfeo canta con inconsciente y despreocupada<br />

alegría una sencilla canzonetta<br />

(“Qual honor di te fia degno”) que se apoya<br />

en el continuo, con breves ritornelli entre las<br />

estrofas realizados por los violines, hasta que<br />

la duda (¿acaso también el deseo?) lo asalta<br />

. <strong>La</strong> música se detiene entonces de forma<br />

brusca y el ambiente cambia por completo .<br />

<strong>La</strong> psicología del personaje resulta perfectamente<br />

atrapada por un recitado entrecortado<br />

e incoherente, hasta que un ruido que proviene<br />

de fuera de la escena termina por decidirlo<br />

a darse la vuelta y mirar a la esposa .<br />

Un realejo y la voz dura e inexorable de un<br />

espíritu infernal dejan entonces claro que el<br />

mandato divino ha sido roto y para la pareja<br />

de amantes vuelven a regir las leyes severas<br />

del Infierno . En esas circunstancias, Eurídice<br />

toma la palabra por segunda y última vez,<br />

con una declamación en la que Monteverdi<br />

vuelve a mostrar su absoluta maestría para<br />

contrastar afectos, pues su hermosísimo recitado<br />

se mueve entre el patetismo doloroso<br />

(que se muestra mediante disonancias y cro-

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