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envoltura mítico-simbólica de la narración no sepulta, como veremos, las motivaciones psicológicas profundas de los personajes. He aquí otra contradicción de la obra lezamiana: la escena obedece a la breve y precisa poética que Lezama Lima escribe a su hermana en carta de marzo de 1969: “Yo parto para hacer mi novela de una raíz poética, metáfora como personaje, imagen como situación, diálogo como reconocimiento a la manera griega” (141). Pero en esta misma escena también observaremos que la narración mítica en Lezama Lima jamás se emancipará, ni lo pretenderá tampoco, de la psicología como topología mundana donde el mito encarna y haya horizonte o carta de ciudadanía. Vayamos por partes y escuchemos en primer lugar la opinión de Fronesis, cuyas intervenciones serán las más enjundiosas y trabajadas, sobre el “miticismo” del pintor francés: “El arte del Aduanero Rousseau brota del surtidor inmóvil de un encantamiento” (165). Inmovilidad. Mundo encantado. Como en los emblemas de los medallones renacentistas o en las esculturas asirias y egipcias, en una primera lectura los cuadros de Rousseau y la literatura de Lezama Lima se caracterizan por el estatismo, la quietud, el símbolo, la imagen como repetición de un mito o un arquetipo. De acuerdo a esta línea interpretativa, prosigue Fronesis con una explicación sobre el arte del aduanero no muy diferente a la que hemos expuesto más arriba: La técnica llamada contemplativa de los egipcios dependía de distintos fragmentos que forman unidad conceptual o de imagen, antes que unidad plástica. La técnica completiva marcha 86

acompañada de una simbólica hierática, es decir, surgida de un cosmos mitológico (…) Es cierto que las medidas de las caras estaban tomadas a compás (…) Aquí la vegetación [se refiere al cuadro El poeta y la musa] indica la proximidad de los enlaces y lo germinativo, mientras las figuras esbozan sus risueños arquetipos. (116) Asimismo, en paralelo, la escena de Oppiano Licario y la intervención a la manera griega de Fronesis—inmóvil, hierática, sagrada ella misma—, adorna o enriquece su análisis en continua referencia a la mitología helénica, persa, azteca, católica. Diera la impresión de que nos hallamos, efectivamente, ante una novela de otra época: (Rousseau) Sabe lo que tiene que saber, sabe lo necesario para su salvación, no con el soplo de Marsyas o de Pan bicorne, cuya zampoña lleva el aire agudizado hacia los infiernos descensionales, sino la flauta de prolongaciones horizontales, del dios de la justicia poética. (165) Como la consciencia de Lezama Lima sobre su propia escritura, el barroco de la situación es incuestionable. Repasemos: una escena de proporciones míticas (la de la novela), es decir, sin sentido realista de la proporción, cita mitos (Marsyas, Pan) para explicar un cuadro de intenciones míticas (Rousseau). Pero a la vez no debe escapársenos en una segunda lectura que tanto el novelista como el pintor como los personajes son modernos, se encuentran en una buhardilla pobre de Paris. En la habitación contigua una mujer, Margaret, duerme la borrachera. Acto seguido, sobre un cuadro en particular, leemos: Prodigio del instante el crecimiento mágico y prodigio de un instante que se hace secularidad. Pues sus casitas en el tierno 87

envoltura mítico-simbólica de la narración no sepulta, como veremos, las<br />

motivaciones psicológicas profundas de los personajes. He aquí otra contradicción<br />

de la obra lezamiana: la escena obedece a la breve y precisa poética que Lezama<br />

Lima escribe a su hermana en carta de marzo de 1969: “Yo parto para hacer mi<br />

novela de una raíz poética, metáfora como personaje, imagen como situación,<br />

diálogo como reconocimiento a la manera griega” (141). Pero en esta misma<br />

escena también observaremos que la narración mítica en Lezama Lima jamás se<br />

emancipará, ni lo pretenderá tampoco, de la psicología como topología mundana<br />

donde el mito encarna y haya horizonte o carta de ciudadanía.<br />

Vayamos por partes y escuchemos en primer lugar la opinión de Fronesis,<br />

cuyas intervenciones serán las más enjundiosas y trabajadas, sobre el “miticismo”<br />

del pintor francés: “El arte del Aduanero Rousseau brota del surtidor inmóvil de<br />

un encantamiento” (165). Inmovilidad. Mundo encantado. Como en los emblemas<br />

de los medallones renacentistas o en las esculturas asirias y egipcias, en una<br />

primera lectura los cuadros de Rousseau y la literatura de Lezama Lima se<br />

caracterizan por el estatismo, la quietud, el símbolo, la imagen como repetición de<br />

un mito o un arquetipo. De acuerdo a esta línea interpretativa, prosigue Fronesis<br />

con una explicación sobre el arte del aduanero no muy diferente a la que hemos<br />

expuesto más arriba:<br />

La técnica llamada contemplativa de los egipcios dependía de<br />

distintos fragmentos que forman unidad conceptual o de imagen,<br />

antes que unidad plástica. La técnica completiva marcha<br />

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