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10.06.2013 Views

en un barroco apretado, heterodoxo, contradictorio, casi ilegible, afuera de cualquier religión dogmática: un barroco oscuro, órfico, inacabado, iniciático, regado—además—por “carcajadas alucinadas”. Un barroco nocturno: “el alma, anota Lezama, se da en la sombra” (423). Pongamos un ejemplo más: 6) ) Versados sobre multitud de temas en apariencia heteróclitos, los ensayos de Lezama Lima—como los de Borges—acostumbran a dibujar una estética propia cuando no una autobiografía libresca o incluso una autobiografía por autor interpuesto. Escrito en 1968 e incluido en el volumen La cantidad hechizada, “Confluencias” es sin embargo uno de los ensayos más íntimos y directos de Lezama Lima: describe el momento fundacional o la experiencia base de su literatura desde la experiencia del niño que espera la noche “con innegable terror”: “Yo veía la noche—arranca el autor—como si algo hubiera caído sobre la tierra, un descendimiento” (415). La lentitud de la noche, escribe Lezama Lima, acumulaba una marea sobre otra marea, “subdividida, fragmentada, acribillada por las voces y por las luces”. Se trata de una noche “lejana y habladora”, de una “levedad inapresable”, que se extendía hasta “las muscíneas de los comienzos” y dejaba “innumerables sentidos para innumerables comprobaciones”. Pero de repente, sigue relatando Lezama, la noche se reducía a un punto (¿un aleph?) “que va creciendo de nuevo hasta volver a ser la noche”: 80

La reducción—que compruebo—es una mano (…) La noche era para mí el territorio donde se podía reconocer la mano (…) Y una voz débil (…) me decía: estira tu mano y verás como allí está la noche y su mano desconocida (…) Vacilante por el temor, pues con una decisión inexplicable, iba lentamente adelantando mi mano, como un ansioso recorrido por un desierto, hasta encontrarme la otra mano, lo otro. (416) Lo otro, lo sagrado, es propiciado por la noche fragmentada, acribillada por las luces o por las Luces de la modernidad. El pasaje no narra el relato de una epifanía ajena sino el de una revelación en primera persona, una revelación que transforma, una iluminación que separa—para borrarlos—el antes y el después. Continúa Lezama: Ahora, casi después de medio siglo, es que puedo esclarecer y hasta dividir en diversos momentos, mi nocturna búsqueda de la otra mano (…) Ahí estaba ya el devenir y el arquetipo, la vida y la literatura, el río heracliteano y la unidad parmenídea. (416) En esa experiencia manual de la infancia, entonces, ya germinaba la poética de la contradicción. También—como veremos en la siguiente cita—, en esa experiencia o vivencia tiene lugar el éxtasis, la iluminación sagrada o pagana por antonomasia, el germen del pensamiento mítico, de cualquier creencia primitiva—prerromana—en la resurrección, el mensaje único del arte con afán trascendente, el punto de partida y de llegada, la negación de la diferencia después y solo después de haber atravesado la multiplicidad, la posibilidad infinita, el barroco, la noche, el descenso a las profundidades. El análogo al mantra borgiano: Un hombre son todos los hombres. Desmitificada la ilusión de la modernidad y la 81

en un barroco apretado, heterodoxo, contradictorio, casi ilegible, afuera de<br />

cualquier religión dogmática: un barroco oscuro, órfico, inacabado, iniciático,<br />

regado—además—por “carcajadas alucinadas”. Un barroco nocturno: “el alma,<br />

anota Lezama, se da en la sombra” (423).<br />

Pongamos un ejemplo más:<br />

6) ) Versados sobre multitud de temas en apariencia heteróclitos, los ensayos de<br />

Lezama Lima—como los de Borges—acostumbran a dibujar una estética propia<br />

cuando no una autobiografía libresca o incluso una autobiografía por autor<br />

interpuesto. Escrito en 1968 e incluido en el volumen La cantidad hechizada,<br />

“Confluencias” es sin embargo uno de los ensayos más íntimos y directos de<br />

Lezama Lima: describe el momento fundacional o la experiencia base de su<br />

literatura desde la experiencia del niño que espera la noche “con innegable<br />

terror”: “Yo veía la noche—arranca el autor—como si algo hubiera caído sobre la<br />

tierra, un descendimiento” (415). La lentitud de la noche, escribe Lezama Lima,<br />

acumulaba una marea sobre otra marea, “subdividida, fragmentada, acribillada<br />

por las voces y por las luces”. Se trata de una noche “lejana y habladora”, de una<br />

“levedad inapresable”, que se extendía hasta “las muscíneas de los comienzos” y<br />

dejaba “innumerables sentidos para innumerables comprobaciones”. Pero de<br />

repente, sigue relatando Lezama, la noche se reducía a un punto (¿un aleph?) “que<br />

va creciendo de nuevo hasta volver a ser la noche”:<br />

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