Stony Brook University
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se ha democratizado y alcanzado sobre todo en el campo literario y<br />
cinematográfico niveles más populares y anti-intelectualistas. Y no sólo como una<br />
exigencia de mercado; también como respuesta al giro pedantesco—así se<br />
estima—y antihumanista de la disciplina académica que con tanta saña retrató<br />
Vladimir Nabokov en Pálido fuego. Para Susan Sontag, de hecho, “es posible que<br />
buena parte del arte actual deba entenderse como producto de una huida de la<br />
interpretación. Para evitar la interpretación, el arte puede llegar a ser parodia. O a<br />
ser abstracto. O a ser (“simplemente”) decorativo. O a ser no-arte”. 41<br />
Podría dar la impresión de que el consumidor de arte ha intuido las<br />
siguientes preguntas: ¿de cuántas vivencias no se puede hablar en la academia<br />
mientras la literatura o el arte siguen hablando de ellas? ¿Se puede hablar de<br />
emoción, de identificación, de verdad, de universalidad, de inspiración, de<br />
revelación, de sabiduría, de placer, de epifanía, de todo aquello que cierto lector o<br />
todo lector popular busca y dice encontrar todavía a través de su vivencia artística,<br />
sin riesgo a ser excluido de los nuevos campos discursivos en perpetuo litigio por<br />
el poder epistémico y el dominio de los capitales simbólicos que otorgan pingües<br />
beneficios, económicos y de prestigio, a quienes los detentan o representan y a la<br />
postre usufructúan? ¿Podría englobarse la reacción de muchos lectores bajo el<br />
mero episodio de su “resistencia a la teoría”? ¿Cómo es esa resistencia? La teoría,<br />
¿a qué se resiste por su parte? Y en otro orden de cosas, si todos esos elementos<br />
mencionados son sintomáticos de una concepción del arte ya periclitada, apenas<br />
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