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una modernidad paralela no triunfante, hecha de antimodernidades, de luces tanto como de sombras, que acoge y produce la automarginación, el ostracismo y la inconformidad del artista moderno—y del espectador—en el mundo prosaico e inerte frente al que se atrinchera y desde el que arroja flechas sin arco, fragmentos sin dios de lo divino, encantamientos sin aura? Por otra parte, ¿cómo el tótem weberiano del “desencanto del mundo” aplica en el contexto latinoamericano o cubano donde la división del trabajo y la autonomía de los saberes quizás exhibe otra cronología? 38 . La estética hegeliana, cualquier estética o casamiento engañoso entre filosofía y arte, se funda en el desencanto del mundo de manera proporcional a cómo la subversión dionisíaca nietzscheana se alimenta de la resistencia del arte al desinterés moderno por el mismo. El dilema y la contradicción es la siguiente: es el horizonte desencantado, el espectador del gusto o el espectador del interés (desinteresado), el que pretende analizar la obra del artista que se resiste al desencanto; el hombre de las luces, de los valores racionales, el hombre civilizado de los Estados-nación, el que reflexiona estéticamente sobre los paseos esquizos por el París de Huysmann o sobre la sobrenaturaleza hipertélica, la fiesta innombrable, de la Habana lezamiana. En el capítulo tres tendremos ocasión de deternernos sobre este punto. 18) Artaud pide en el siglo XX una noción “mágica y violenta, egoísta, digamos 40
interesada,” del arte. Rilke escribe en una carta que “la obra artística siempre es el resultado de un haber estado en peligro” 39 . El barco ebrio de Rimbaud quiere cambiar la vida, quiere ser “otro”, transformar las vocales en los colores del arco iris. La poesía le coloca a Borges en el umbral de una revelación. Para Truman Capote el arte es un látigo que Dios otorga para autoflagelarse. El esoterismo surrealista quiere transformar la política en una poética mágica (Benjamin 56) y lanzar las máscaras premodernas de Picasso o el éxtasis de las drogas contra la vida burguesa: El arte—para el que crea—se convierte en una experiencia siempre más inquietante, con respecto a la cual hablar de interés es, como poco, un eufemismo, porque lo que está en juego no parece que sea, en modo alguno, la producción de una bella obra de arte sino la vida o la muerte del autor o, como mínimo, su salud espiritual. (Agamben 15) No basta con decir que la automarginalización irreverente del artista moderno, siempre nocturno, sintomatiza su nostalgia por un orden perdido en un mundo en que, como sugiere Hegel, el arte se ha superado a sí mismo. Si el artista reacciona a lo reactivo, ¿qué está ofreciendo a cambio? ¿cómo responde? La reacción es el resultado de su vivencia pero todavía debemos interrogarnos por su turbulento contenido que, en tanto tal vivencia, no es superable aunque haya sido adelgazado hasta volverse casi ilegible o fantasmagórico, como en la obra de Kafka y Beckett, o inflado hasta la parodia y el paroxismo como en la obra de Lezama Lima. 41
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interesada,” del arte. Rilke escribe en una carta que “la obra artística siempre es el<br />
resultado de un haber estado en peligro” 39 . El barco ebrio de Rimbaud quiere<br />
cambiar la vida, quiere ser “otro”, transformar las vocales en los colores del arco<br />
iris. La poesía le coloca a Borges en el umbral de una revelación. Para Truman<br />
Capote el arte es un látigo que Dios otorga para autoflagelarse. El esoterismo<br />
surrealista quiere transformar la política en una poética mágica (Benjamin 56) y<br />
lanzar las máscaras premodernas de Picasso o el éxtasis de las drogas contra la<br />
vida burguesa:<br />
El arte—para el que crea—se convierte en una experiencia siempre<br />
más inquietante, con respecto a la cual hablar de interés es, como<br />
poco, un eufemismo, porque lo que está en juego no parece que<br />
sea, en modo alguno, la producción de una bella obra de arte sino<br />
la vida o la muerte del autor o, como mínimo, su salud espiritual.<br />
(Agamben 15)<br />
No basta con decir que la automarginalización irreverente del artista<br />
moderno, siempre nocturno, sintomatiza su nostalgia por un orden perdido en un<br />
mundo en que, como sugiere Hegel, el arte se ha superado a sí mismo. Si el artista<br />
reacciona a lo reactivo, ¿qué está ofreciendo a cambio? ¿cómo responde? La<br />
reacción es el resultado de su vivencia pero todavía debemos interrogarnos por su<br />
turbulento contenido que, en tanto tal vivencia, no es superable aunque haya sido<br />
adelgazado hasta volverse casi ilegible o fantasmagórico, como en la obra de<br />
Kafka y Beckett, o inflado hasta la parodia y el paroxismo como en la obra de<br />
Lezama Lima.<br />
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