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10.06.2013 Views

al nihilismo de la ausencia o de la sobregramaticalización desconcertante y de la borradura del sujeto y de la experiencia. Visto así, como indica Gianni Vattimo, cualquier filosofía postmetafísica se resumiría en su marcado carácter de caída y de renuncia melancólica cuando no en un chato realismo o en pragmatismo de contingencias y contingente él mismo: “La superación de la metafísica, en otras palabras, no puede producirse más que como nihilismo. El sentido del nihilismo, empero, si no debe a su vez resumirse en una metafísica de la nada—como ocurriría si se imaginase un proceso en el cual al final el ser no es y el no-ser, la nada es—no puede sino pensarse como un indefinido proceso de reducción, adelgazamiento, debilitación” (128). Tendría razón Harold Bloom al señalar que el debate de nuestro tiempo apenas reproduce, si bien equipado de arduos tecnicismos y metarretóricas, el manido y primordial litigio que ocupó a la escuela aristotélica de Alejandría (analogy: equality of ratios) y a la escuela estoica de Pérgamo (anomaly: disproportion of ratios) (Bloom 13) 31 Muy al contrario, el giro linguístico no tendría que huir el confort de la presencia para recalar en la autocomplacencia irónica y nihilista de la ausencia, del significado estable al esquivo significante, sino abrirse a nuevos retos y derivas. La ausencia, el significante, no opera de modo libérrimo e infundado (aunque sea infundable), sino difiriente, a partir de una traza de la que es mero suplemento y donde el significado, no por diferido o ausente es inexistente, sino siempre por existir y existente ya en su devenir. La política del signo no funciona 26

sobre un esquema performativo puro, es decir, donde las formas y los significantes decantan la totalidad de una expresión singular, irrepetible y vacía. Para que un signo acontezca en su singularidad ha de darse una reserva de iterabilidad, de repetición, el fantasma de una linealidad que prepara la llegada y la dudosa identificación de tal singularidad: su ley siempre nueva. No podríamos por tanto hablar ya de una dictadura del significante: ‘No sign is an island’ we might say. Every sign contains what Derrida calls a trace of signs other than itself (...) It is because of this trace that we can say that one sign leads always to another, in a process of interpretation that is strictly interminable (…) Indeed, the elusiveness of that trace is a proof of its significance, since it demonstrates that signs can never be complete in themselves but refers us endlessly to other sign. (Sturrock 125) De otro modo, postular una superación de la metafísica en nombre de una guerra santa a cualquier esencialismo, equivaldría a postular una historia de la verdad en progreso no tan inesencial o igual de metafísica en su contenido. En consecuencia nuestra aproximación a la metafísica (fundamental para la estética transcendental lezamina), no devendrá en este trabajo ni melancólica, apegada traumáticamente a un discurso de la presencia, ni duelística o exterior y confortablemente situada en la incomodidad de la ausencia. Tampoco se apoyará en sus tropos respectivos, el símbolo o la alegoría, en la medida en que esa dicotomía no es tan fácilmente discernible: la imposibilidad es el símbolo que redime a la alegoría. La metafísica debe disfrazarse siempre con un medio luto porque “this is what mourning is, the history of its refusal” (Derrida) y porque, de 27

sobre un esquema performativo puro, es decir, donde las formas y los significantes<br />

decantan la totalidad de una expresión singular, irrepetible y vacía. Para que un<br />

signo acontezca en su singularidad ha de darse una reserva de iterabilidad, de<br />

repetición, el fantasma de una linealidad que prepara la llegada y la dudosa<br />

identificación de tal singularidad: su ley siempre nueva. No podríamos por tanto<br />

hablar ya de una dictadura del significante:<br />

‘No sign is an island’ we might say. Every sign contains what<br />

Derrida calls a trace of signs other than itself (...) It is because of<br />

this trace that we can say that one sign leads always to another, in a<br />

process of interpretation that is strictly interminable (…) Indeed,<br />

the elusiveness of that trace is a proof of its significance, since it<br />

demonstrates that signs can never be complete in themselves but<br />

refers us endlessly to other sign. (Sturrock 125)<br />

De otro modo, postular una superación de la metafísica en nombre de una<br />

guerra santa a cualquier esencialismo, equivaldría a postular una historia de la<br />

verdad en progreso no tan inesencial o igual de metafísica en su contenido. En<br />

consecuencia nuestra aproximación a la metafísica (fundamental para la estética<br />

transcendental lezamina), no devendrá en este trabajo ni melancólica, apegada<br />

traumáticamente a un discurso de la presencia, ni duelística o exterior y<br />

confortablemente situada en la incomodidad de la ausencia. Tampoco se apoyará<br />

en sus tropos respectivos, el símbolo o la alegoría, en la medida en que esa<br />

dicotomía no es tan fácilmente discernible: la imposibilidad es el símbolo que<br />

redime a la alegoría. La metafísica debe disfrazarse siempre con un medio luto<br />

porque “this is what mourning is, the history of its refusal” (Derrida) y porque, de<br />

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