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esurrección del mundo, su fe en la transmisibilidad, su fonocentrismo o implícita metafísica de la presencia, el sueño de la unidad y de la univocidad del texto. Pero lo que no previeron esas críticas (las que hoy dominan el panorama académico), obsedidas por negarle a la literatura su hecho diferencial, es que sus argumentos podían volverse contra ellas mismas. Que no es tan fácil, y acaso ni siquiera conveniente, escapar de la metafísica. De hecho, “la metafísica no tiene una frontera nítida, no es una circunscripción provista de contornos precisos de los que pueda uno salirse para atacarla desde afuera” (Derrida 37). Con otras palabras, no existe un afuera absoluto ni definitivo que no se decante como nuevamente metafísico. Lo que tampoco previeron es que, como ya hemos indicado, todas esas críticas además perpetúan y comparten con el formalismo el pacto de continuidad respecto a su relación exterior—todavía kantiana y hegeliana—con el arte. En El orden del discurso de Foucault leemos: Escapar realmente de Hegel supone apreciar exactamente lo que cuesta separarse de él; esto supone saber hasta qué punto Hegel, insidiosamente quizás, se ha aproximado a nosotros; esto supone saber lo que todavía es hegeliano en aquello que nos permite pensar contra Hegel; y medir hasta qué punto nuestro recurso contra él es quizás una astucia que nos opone y al término de la cual nos espera, inmóvil y en otra parte. (58-59) 11) La crítica marxista y la psicoanalítica reprochan al Formalismo su trascendentalismo idealista, su positivista visión de lo literario como instancia 20
privilegiada o como guardián incorrupto del misterio del mundo. Pero lo que tendría que haber sido una crítica al Formalismo y sus excesos, se convirtió en un ataque a lo literario mismo, tomado aquel como una epítome de éste. Podemos decir con T.W. Adorno que todo lo que tiene que ver con la literatura y el arte en general se convierten en la modernidad en problemático e incierto: tanto su especificidad como su relación con la sociedad o incluso su derecho a existir. Según el marxismo el discurso literario vendría dado por las superestructuras ideológicas que lo condicionan desde su base. Lo literario enmascararía como en un reflejo invertido la verdad económica adentro de la dinámica “velos del espíritu/verdad material” o “sujeto transcendental/sujeto empírico”. O lo literario—desde el marxismo althusserino, que procura huir de la teoría del reflejo, en el fondo hegeliana—, produciría a la vez que reproduciría la matriz o el inconsciente ideológico siempre elidido y ausente. En paralelo, el psicoanálisis rebajaría el discurso literario a neuróticas represiones de nuestra sexualidad o a proyecciones del subconsciente. El discurso literario es meramente un síntoma, un fetiche, una enfermedad o una superchería, con lo que el discurso literario expresaría o sublimaría la objetivación de alguna negatividad y el creador se trocaría en un médium del inconsciente reprimido. Sin embargo, para Adorno el psicoanálisis “is able to decipher phenomema but not the phenomenon of art itself. To psychoanalysis works of art are factual. It neglects to consider their real objectivity, their inner consistency, 21
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metafísica de la presencia, el sueño de la unidad y de la univocidad del texto. Pero<br />
lo que no previeron esas críticas (las que hoy dominan el panorama académico),<br />
obsedidas por negarle a la literatura su hecho diferencial, es que sus argumentos<br />
podían volverse contra ellas mismas. Que no es tan fácil, y acaso ni siquiera<br />
conveniente, escapar de la metafísica. De hecho, “la metafísica no tiene una<br />
frontera nítida, no es una circunscripción provista de contornos precisos de los que<br />
pueda uno salirse para atacarla desde afuera” (Derrida 37). Con otras palabras, no<br />
existe un afuera absoluto ni definitivo que no se decante como nuevamente<br />
metafísico.<br />
Lo que tampoco previeron es que, como ya hemos indicado, todas esas<br />
críticas además perpetúan y comparten con el formalismo el pacto de continuidad<br />
respecto a su relación exterior—todavía kantiana y hegeliana—con el arte. En El<br />
orden del discurso de Foucault leemos:<br />
Escapar realmente de Hegel supone apreciar exactamente lo que<br />
cuesta separarse de él; esto supone saber hasta qué punto Hegel,<br />
insidiosamente quizás, se ha aproximado a nosotros; esto supone<br />
saber lo que todavía es hegeliano en aquello que nos permite<br />
pensar contra Hegel; y medir hasta qué punto nuestro recurso<br />
contra él es quizás una astucia que nos opone y al término de la<br />
cual nos espera, inmóvil y en otra parte. (58-59)<br />
11) La crítica marxista y la psicoanalítica reprochan al Formalismo su<br />
trascendentalismo idealista, su positivista visión de lo literario como instancia<br />
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