Stony Brook University
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Ironía que se burla de la ironía, frivolidad que banaliza la frivolidad, el humor “camp” que recorre la obra lezamiana paradójicamente convierte a Lezama Lima en el menos “camp” de los autores y el único que posibilita una lectura “camp” —cornetín chino, fanfarria de Satie—del propio espíritu de época que denominamos así. Para responder a una de las cuestiones que planteábamos al principio de este capítulo, nos agrada concluir que la obra de Lezama Lima hace “camp” del “camp” y que, adentro de su intento por lo sagrado en tiempos de penuria, incluye una desacralización del mito de la modernidad y una burla irónica de quienes han hecho de la ironía su discurso único. En su mesa de trabajo de Trocadero, Lezama Lima—el maestro en broma—enciende un tabaco. 22) Cerremos este largo capítulo y este ensayo con una larga cita de Oppiano Licario. El narrador de la misma es Mahomed, personaje de procedencia árabe que relata a Fronesis la peripecia vital que le llevó del “sosiego transparente al tumulto de la revolución” (214) y de la liberación de una pequeña región llamada Tupek del Oeste. Escrito en la década de los setenta no puede haber nada gratuito en este texto. En él Lezama Lima cumple su particular cuadratura del círculo y su mayor cuenta pendiente: integrar la Revolución—el mito de la revolución—en su sobreestetizado sistema político. Lo que equivale a decir: cualquier aproximación política a la obra de Lezama Lima no debe soslayar que ésta busca compensar o responder a la barbarie nueva de la modernidad desencantada, orientada 218
específicamente a la inmanencia y a la infalibilidad política del dominio racional del mundo; y que dicha compensación no se traduce necesariamente en una tentación totalitaria sino en uno sano ejercicio—antiburocrácrito, antiinstrumental, antimaterialista—, de despolitización del mundo y de reencantamiento del mismo. Todos los elementos que hemos estudiado en este capítulo, y aun en el anterior, comparecen en la siguiente cita que propicia de nuevo un viaje desde la claridad de las primeras líneas, a través de la oscuridad desbocada de las últimas, hasta la sexualidad manifiesta del éxtasis y la broma o contradicción poética final que, por parecernos un resumen inmejorable del objetivo trascendente y paródico, sagrado y mundano, de la escritura lezamiana, hemos puesto entre cursivas: Así como hubo una época en que los príncipes y la nobleza se convirtieron en los defensores de los derechos obreros, nosotros, que nos habían sido otorgados los dones de esa transparencia, sentimos el deseo de que las legiones del pueblo llegaran a adquirir esos inmensos dominios donde la muerte no se diferencia de la vida y donde toda interrupción, todo fracaso, toda vacilación quedara suprimida, pues la luz y lo sumergido, los envíos de lo estelar y la devolución de lo sumergido, deberían ya haber alcanzado en nuestra época, habiéndole dejado vergonzosamente esos dominios a los físicos, una identidad prodigiosa. Si nuestra época ha alcanzado una indeterminable fuerza de destrucción, hay que hacer la revolución que cree una indeterminable fuerza de creación, que fortalezca los recuerdos, que precise los sueños, que corporice las imágenes, que le dé el mejor trato a los muertos, que le dé a los efímeros una suntuosa lectura de su transparencia, permitiéndole a los vivientes una navegación segura y corriente por ese tenebrario, una destrucción de esa acumulación, no por la energía volatilizada por el diablo, sino por un cometa que los penetre por la totalidad de una médula oblongada, de un transmisor 219
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Ironía que se burla de la ironía, frivolidad que banaliza la frivolidad, el<br />
humor “camp” que recorre la obra lezamiana paradójicamente convierte a Lezama<br />
Lima en el menos “camp” de los autores y el único que posibilita una lectura<br />
“camp” —cornetín chino, fanfarria de Satie—del propio espíritu de época que<br />
denominamos así. Para responder a una de las cuestiones que planteábamos al<br />
principio de este capítulo, nos agrada concluir que la obra de Lezama Lima hace<br />
“camp” del “camp” y que, adentro de su intento por lo sagrado en tiempos de<br />
penuria, incluye una desacralización del mito de la modernidad y una burla<br />
irónica de quienes han hecho de la ironía su discurso único. En su mesa de trabajo<br />
de Trocadero, Lezama Lima—el maestro en broma—enciende un tabaco.<br />
22) Cerremos este largo capítulo y este ensayo con una larga cita de Oppiano<br />
Licario. El narrador de la misma es Mahomed, personaje de procedencia árabe<br />
que relata a Fronesis la peripecia vital que le llevó del “sosiego transparente al<br />
tumulto de la revolución” (214) y de la liberación de una pequeña región llamada<br />
Tupek del Oeste. Escrito en la década de los setenta no puede haber nada gratuito<br />
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