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10.06.2013 Views

premodernidad, la poética de la contradicción, es decir, la escritura de Lezama Lima, escapa tanto de la visión redentora de Cintio Vitier como del materialismo dialéctico revolucionario o de la modernidad misma sin que por ello podamos calificarla fácilmente de antimoderna o totalitaria; es nuestra convicción que la escritura de Lezama Lima escapa— parodiándolo sin empobrecerlo—hasta del sistema poético que le da pábulo. Si lo que estaría en juego para la crítica es el gesto de salvar o condenar—en ocasiones lo parece—, no resulta irrelevante recordar de nuevo que al origenismo se le atragantó Paradiso y que Paradiso fue prohibido hasta que a los ideólogos de la Revolución se les ocurrió la manera de instrumentalizarlo. Pero lo realmente sorprendente, insistimos, es que la obra de Lezama Lima en su conjunto reta también y sobre todo a los ilustrados adalides de la modernidad desacralizadora o desencantada, a esa crítica que carece de la inspiración necesaria para dialogar con una obra de tales características. Como no estamos pensando en los magníficos trabajos de figuras como Moreno Fraginals o Carvey Cassey, deconstructores oportunos de un siglo XIX que Orígenes idealizó por las razones ya expuestas, volvamos a la larga cita anterior: “su modernidad (la de Lezama): obra abierta al futuro en tanto ficción”. 17) Según Duanel Díaz—a quien tomamos como representante de una tendencia crítica en boga—, para evitar una “mala lectura” de Lezama Lima desde los parámetros totalitarios del “Estado” que el propio Duanel Díaz ha utilizado, 202

debemos leer a Lezama—sin leerle—para convertirle en un autor “moderno” que escribió inofensivas obras de ficción. Es decir, que toda desacralización alimenta un afán sacrogenético: el mito racionalista de una literatura sin promesa, sin fuerza mítica ni poder profético, una idea de la literatura que J.M. Cohen teorizara en Poetry of This Age y que Rafael Rojas aplica a Eliseo Diego en el ensayo “Tan callado el maestro: Eliseo Diego, la poesía y la historia” 43 , para oponerla a la idea de la literatura de Lezama Lima. Tanto Duanel Díaz como Rafael Rojas—aquí se podría incluir la teoría de las artes que se desprende de la obra ensayística de Vargas Llosa—, apoyan su discurso racionalista, iluminista, en una concepción utópica de la literatura no como suplantación de la realidad o productora de realidades, sino como una mentira útil o un desahogo de los fantasmas privados que palie el horror de estar vivo o que nos entregue blandamente lo que la realidad nos niega. Detrás de la desacralización de Lezama Lima o de su lectura sin lectura, ¿no espera sino la burguesa concepción de la literatura como adorno o como catarsis privada o como excedente abyecto de la conciencia? ¿No se esconde incluso la noción de literatura como mercancía de lujo, mercancía del alma? La desacralización de la literatura, y en particular de la literatura de Lezama Lima, quisiera parecer un gesto puro, científico, de la crítica. No puede disimular que ese gesto es sacrogenético, interesado, ampara y sacraliza la utopía ilustrada y racionalista en primer lugar, la utopía liberal o neoliberal en segundo lugar, que interpreta la 203

premodernidad, la poética de la contradicción, es decir, la escritura de Lezama<br />

Lima, escapa tanto de la visión redentora de Cintio Vitier como del materialismo<br />

dialéctico revolucionario o de la modernidad misma sin que por ello podamos<br />

calificarla fácilmente de antimoderna o totalitaria; es nuestra convicción que la<br />

escritura de Lezama Lima escapa— parodiándolo sin empobrecerlo—hasta del<br />

sistema poético que le da pábulo. Si lo que estaría en juego para la crítica es el<br />

gesto de salvar o condenar—en ocasiones lo parece—, no resulta irrelevante<br />

recordar de nuevo que al origenismo se le atragantó Paradiso y que Paradiso fue<br />

prohibido hasta que a los ideólogos de la Revolución se les ocurrió la manera de<br />

instrumentalizarlo. Pero lo realmente sorprendente, insistimos, es que la obra de<br />

Lezama Lima en su conjunto reta también y sobre todo a los ilustrados adalides de<br />

la modernidad desacralizadora o desencantada, a esa crítica que carece de la<br />

inspiración necesaria para dialogar con una obra de tales características. Como no<br />

estamos pensando en los magníficos trabajos de figuras como Moreno Fraginals o<br />

Carvey Cassey, deconstructores oportunos de un siglo XIX que Orígenes idealizó<br />

por las razones ya expuestas, volvamos a la larga cita anterior: “su modernidad (la<br />

de Lezama): obra abierta al futuro en tanto ficción”.<br />

17) Según Duanel Díaz—a quien tomamos como representante de una tendencia<br />

crítica en boga—, para evitar una “mala lectura” de Lezama Lima desde los<br />

parámetros totalitarios del “Estado” que el propio Duanel Díaz ha utilizado,<br />

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