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10.06.2013 Views

enunciado, de cada presente lleno de tiempos, el no-saber, el saber no rentable, el no-ser. Aspiran a superar a Lezama Lima, a transformarlo en un error. Hablan del muerto cuando éste ya no puede defenderse. No quieren resucitarlo ni conversar con él. Y Lezama Lima se convierte sólo en un medio, no en un fin insatisfactorio. Veamos: ¿Cómo es posible que para tirios y para troyanos estas lecturas teleológicas, desacralizadoras, se hayan convertido en las nuevas lecturas canónicas del autor de Paradiso? La respuesta es simple. La misma lectura sirve a dos poderes contrapuestos, esconde intereses determinados. Fraguan la venganza del intelecto y del poder sobre la singularidad del arte, abusan de su eterno privilegio y utilitarismo. La misma lectura sirve a los que necesitan recuperar a Lezama Lima, repararlo de los “daños colaterales” que se le inflingieron, e integrarlo en el excelso destino de la literatura nacional. Y sirve también a los cazadores de culpas—de cuyos intereses nos ocuparemos más tarde—, que quisieran condenarlo por completo. Ambos grupos reducen a Lezama Lima, ambos instrumentalizan su obra, la domestican y emplean a beneficio propio. Lástima que para Duanel Díaz “la distancia es condición no sólo de las pretensiones cientificistas de la teoría literaria sino también de su impronta desmitificadora”. Porque curiosamente el propio Duanel Díaz apunta con timidez una interpretación distinta que no desarrolla, que no le interesa, que apunta 200

indirectamente a la necesidad de leer a Lezama Lima, de detenerse en su escritura literaria. En Lezama hay un uso de la Revolución (de la Historia) desde la poesía, para incorporarla a su “sistema”, pero también una retirada a tiempo: desencanto apreciable no sólo en sus cartas sino además en su escritura (Fragmentos a su imán). Si bien su poética resulta, en muchas aspectos, la misma de comienzo a fin, e incluso parecida a la de Vitier, es difícil no reconocer el hecho de que las tensiones entre ésta y su escritura siempre se resolvieron a favor de la segunda. Creo que en ello consiste, por sobre las demás cuestiones, su modernidad: obra abierta al futuro en tanto ficción. No digo que escape del totalitarismo exclusivamente por la escritura, puesto que escapa también por su propia decisión frente a la historia. No obstante, la escritura tiene un peso: en los 70 Lezama experimenta el barroco como cárcel y el “sistema” que había construido como horror. No veo como empatarle con los códigos del totalitarismo, salvo desde una “mala lectura”: aplicar a la historia, y desde una política de Estado, los ideologemas que se derivan de su concepción poética 42 . Leer a Lezama Lima. Sin descartar los ideologemas y excesos que se derivan del sistema poético lezamiano, recordemos que Cintio Vitier definía al género de la novela como “ese monstruo” imposible de asimilar por el destino manifiesto poético, criollo y católico de Cuba. Paradiso supuso un desacato mayor tanto para el origenismo como para la política cultural del castrismo, un ataque directo a sendas líneas de flotación. Supone además hoy una obra ilegible por el soporte racionalista de la modernidad. La frivolidad “camp” de Lezama Lima, la homosexualidad, el protocatolicismo, el pensamiento mítico, el humor, el sexo, la fantasmagoría, la hipertelia (antítesis de la teleología), el no-ser del éxtasis, la muerte en vida, la vida en muerte, el (di)simulacro de su 201

enunciado, de cada presente lleno de tiempos, el no-saber, el saber no rentable, el<br />

no-ser. Aspiran a superar a Lezama Lima, a transformarlo en un error. Hablan del<br />

muerto cuando éste ya no puede defenderse. No quieren resucitarlo ni conversar<br />

con él. Y Lezama Lima se convierte sólo en un medio, no en un fin<br />

insatisfactorio.<br />

Veamos: ¿Cómo es posible que para tirios y para troyanos estas lecturas<br />

teleológicas, desacralizadoras, se hayan convertido en las nuevas lecturas<br />

canónicas del autor de Paradiso? La respuesta es simple. La misma lectura sirve a<br />

dos poderes contrapuestos, esconde intereses determinados. Fraguan la venganza<br />

del intelecto y del poder sobre la singularidad del arte, abusan de su eterno<br />

privilegio y utilitarismo. La misma lectura sirve a los que necesitan recuperar a<br />

Lezama Lima, repararlo de los “daños colaterales” que se le inflingieron, e<br />

integrarlo en el excelso destino de la literatura nacional. Y sirve también a los<br />

cazadores de culpas—de cuyos intereses nos ocuparemos más tarde—, que<br />

quisieran condenarlo por completo. Ambos grupos reducen a Lezama Lima,<br />

ambos instrumentalizan su obra, la domestican y emplean a beneficio propio.<br />

Lástima que para Duanel Díaz “la distancia es condición no sólo de las<br />

pretensiones cientificistas de la teoría literaria sino también de su impronta<br />

desmitificadora”. Porque curiosamente el propio Duanel Díaz apunta con timidez<br />

una interpretación distinta que no desarrolla, que no le interesa, que apunta<br />

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