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10.06.2013 Views

Este Lezama Lima, el preocupado por la “esencias de nuestro ser”, es el mismo que precisará del Kamasutra en Oppiano Licario para narrar un encuentro sexual en la Habana, el mismo que—poco sospechoso de profesar una nacionalismo miope—, entiende la cultura cubana como un contrapunteo entre lo autóctono y lo extranjero, lo descolonizador y lo neocolonizador 38 . Vidente del sentido y el destino nacional, Lezama Lima alcanza sin embargo en el período inaugural de la Revolución su momento de máxima politización sin sospechar su propio destino desahuciado ni que tales afirmaciones supondrían después el origen de cierta instrumentalización de su obra por parte del poder 39 . El anticapitalismo antiimperialista de Lezama Lima (“we don’t choose our shoes in a show-window”, escribe en inglés en “Pensamientos en La Habana” 40 ), su elogio a la pobreza de índole protocatólico (“La vigilia, la agudeza, la pesadumbre del pobre, lo llevan a una posibilidad infinita” 41 o a la conjugación tercermundista del verbo “inventar”, podríamos añadir), y hasta la crítica al sujeto burgués implícita a su sistema poético, resultarían fácilmente asimilables por la dialéctica marxista: marcan un hilo de continuidad entre la reticencia al dinero que ya es apreciable en determinadas lecturas de Martí y el comunismo castrista. En definitiva, y según esta interpretación, ya no parece atinado retratar a Lezama Lima como una mera víctima del castrismo sino como uno de los ideólogos indirectos de una teleología que se volvió después contra él. El mitema clásico del que monta un circo y le 196

crecen los enanos. Revisemos lo que escribe en enero de 1960, poco después de la entrada de los rebeldes en la Habana. Asoma ahora el ángel nuestro, el llamado para la invocación final ángel de la jiribilla (…) Ángel nuestro de la jiribilla, de topacio de diciembre, verde de hoja en su amanecer lloviznado, gris tibio del aliento del buey, azul de ce casa pinareña, olorosa a columnas de hojas de tabaco (…) Jiribilla del paroxismo, de la hondura del frenesí frente a la muerte (…) Ligereza, llamas, ángel de la jiribilla. Mostramos la mayor cantidad de luz que puede , hoy por hoy, mostrar un pueblo en la tierra (…) Jiribilla inmóvil, la de la tortuga nuestra, que cuando se encoleriza le arranca un jarrete al toro (…) Ángel de la jiribilla, ruega por nosotros. Y sonríe. Obliga a que suceda. Enseña una de tus alas, lee: Realízate, cúmplete, sé anterior a la muerte. Vigila las cenizas que retornan. Sé el guardián del etrusco potens, de la posibilidad infinita. Repite: Lo imposible, al actuar sobre lo posible, engendra un posible en la infinidad. Ya la imagen ha creado una causalidad, es el alba de la era poética entre nosotros. Ahora podemos penetrar, ángel de la jiribilla, en la sentencia de los Evangelios: Llevamos un tesoro en un vaso de barro. Ahora, ya sabemos que la única certeza se engendra en lo que nos rebasa. Y que el icárico intento de lo imposible es la única seguridad que se puede alcanzar, donde tú tienes que estar ahora, ángel de la jiribilla. (51-53) Que otros decidan si este escrito no podría prologar un manual posible de prosa fascista, aquella donde el éxtasis irracional quiere devenir político, donde toda ideología se vuelve trascendente y cualquier reflexión sobre el ámbito público tiene al lirismo y a la emotividad como tropo primero. Lo que queremos destacar en esta cita es su carácter obsoleto, la cursilería que emana, el “camp involuntario” que produce y que tuvo que producir ya en el año 60 a quienes empezaban a pensar según el árido lenguaje burocrático de los manuales comunistas soviéticos. “Se invoca al ángel de la jiribilla” se nos presenta como un 197

crecen los enanos. Revisemos lo que escribe en enero de 1960, poco después de la<br />

entrada de los rebeldes en la Habana.<br />

Asoma ahora el ángel nuestro, el llamado para la invocación final<br />

ángel de la jiribilla (…) Ángel nuestro de la jiribilla, de topacio de<br />

diciembre, verde de hoja en su amanecer lloviznado, gris tibio del<br />

aliento del buey, azul de ce casa pinareña, olorosa a columnas de<br />

hojas de tabaco (…) Jiribilla del paroxismo, de la hondura del<br />

frenesí frente a la muerte (…) Ligereza, llamas, ángel de la<br />

jiribilla. Mostramos la mayor cantidad de luz que puede , hoy por<br />

hoy, mostrar un pueblo en la tierra (…) Jiribilla inmóvil, la de la<br />

tortuga nuestra, que cuando se encoleriza le arranca un jarrete al<br />

toro (…) Ángel de la jiribilla, ruega por nosotros. Y sonríe. Obliga<br />

a que suceda. Enseña una de tus alas, lee: Realízate, cúmplete, sé<br />

anterior a la muerte. Vigila las cenizas que retornan. Sé el guardián<br />

del etrusco potens, de la posibilidad infinita. Repite: Lo imposible,<br />

al actuar sobre lo posible, engendra un posible en la infinidad. Ya<br />

la imagen ha creado una causalidad, es el alba de la era poética<br />

entre nosotros. Ahora podemos penetrar, ángel de la jiribilla, en la<br />

sentencia de los Evangelios: Llevamos un tesoro en un vaso de<br />

barro. Ahora, ya sabemos que la única certeza se engendra en lo<br />

que nos rebasa. Y que el icárico intento de lo imposible es la única<br />

seguridad que se puede alcanzar, donde tú tienes que estar ahora,<br />

ángel de la jiribilla. (51-53)<br />

Que otros decidan si este escrito no podría prologar un manual posible de<br />

prosa fascista, aquella donde el éxtasis irracional quiere devenir político, donde<br />

toda ideología se vuelve trascendente y cualquier reflexión sobre el ámbito<br />

público tiene al lirismo y a la emotividad como tropo primero. Lo que queremos<br />

destacar en esta cita es su carácter obsoleto, la cursilería que emana, el “camp<br />

involuntario” que produce y que tuvo que producir ya en el año 60 a quienes<br />

empezaban a pensar según el árido lenguaje burocrático de los manuales<br />

comunistas soviéticos. “Se invoca al ángel de la jiribilla” se nos presenta como un<br />

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