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una “generación paridora” (son palabras de Vitier en carta a Lezama de 1945) de nuevas realidades. Este revisionismo desacralizador quizás incomode a los que acostumbran a considerar a los poetas como entes translúcidos incontaminados por las tentaciones del poder, pero recordemos que la ensayística impregnada por el espíritu de época previo a la llegada de Fidel Castro abunda en lo que Lezama Lima llamaba “la tradición de futuridad” 35 que participe “en el proceso creador de la nación”, una poética-política cuyo “destino dependerá de una realidad posterior”. Lo cubano en la poesía(1958), el ensayo capital de Cintio Vitier, signa por tanto la transición del trascendentalismo nacionalista representado por Mañach a “un conocimiento rigurosamente poético de lo cubano” (Duanel Díaz); de la crítica letrada basada en la dicotomía civilización-barbarie al “conocimiento de salvación” (influido por María Zambrano y Benedetto Croce) que toma a la poesía como fundamento o coto de mayor realeza; del nacionalismo esencialista a una antimodernidad acrítica que sucumbe a la “tentación totalitaria” (Duanel Díaz) y a la utopía paradisíaca derramada por el Verbo: Contra el páramo contemporáneo, culminación de una crisis espiritual iniciada en el Renacimiento y la Reforma, la poesía; contra el desierto republicano, caracterizado por la intranscendencia, la desintegración y el creciente influjo yanqui, el rescate de las esencias nacionales. (Duanel Díaz 9 36 ) 15) La decepción íntima de algunos deseos es que a veces se cumplen. Cuando Fidel Castro toma el poder en 1959 fue lo suficientemente habilidoso como para 194
presentarse en sociedad como la hipóstasis del sueño martiano y como destino manifiesto de aquella tradición de futuridad y de frustración política que atravesaba la cultura cubana. La Revolución propiciada por un grupo de muchachos idealistas, de gánsteres sin alma y de aventureros dogmáticos se trocó de repente en la encarnación soñada de la poesía en la historia, en la culminación triunfal de la tradición americana iniciada por Martí y hecha hasta entonces de “ausencias posibles” 37 , en el fin del retraso cultural y en la ubicación de Cuba en el panorama ideológico internacional. Escuchemos a Lezama Lima tras el triunfo de la Revolución, enero de 1960. En su maridaje de política y poesía casi nos recuerda a Tolkien: Fidel Castro como Frodo, el hobbit predestinado. “Camp involuntario”, como veremos más abajo a propósito de “Se invoca al ángel de la jiribilla”. La Revolución cubana significa que todos los conjuros negativos han sido decapitados. El anillo caído en el estanque, como en las antiguas mitologías, ha sido reencontrado. Comenzamos a vivir nuestros hechizos y el reinado de la imagen se entreabre en un tiempo absoluto. (“A partir de la poesía” 399) Tiempo absoluto. La expresión le hubiera encantado a Goebbles. Y todavía en junio de 1964, en el prólogo a la Antología de la poesía cubana, al servicio de “lo nuestro”, escribe sobre José Martí: Fue suerte inefable para todos los cubanos que aquel que trajo las innovaciones del verbo las supiese encarnar en la historia. Fue siempre también que el que conmovió las esencias de nuestro ser fue el que reveló los secretos del hacer. (130) 195
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una “generación paridora” (son palabras de Vitier en carta a Lezama de 1945) de<br />
nuevas realidades. Este revisionismo desacralizador quizás incomode a los que<br />
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Mañach a “un conocimiento rigurosamente poético de lo cubano” (Duanel Díaz);<br />
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Díaz) y a la utopía paradisíaca derramada por el Verbo:<br />
Contra el páramo contemporáneo, culminación de una crisis<br />
espiritual iniciada en el Renacimiento y la Reforma, la poesía;<br />
contra el desierto republicano, caracterizado por la<br />
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