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(que también simboliza el órgano sexual femenino), traída a colación según los intereses del propio narrador que, a su conveniencia, comenta y glosa la escena: Lo que nos interesa de la oscuridad es tocarla en un punto y ahí está el origen del Eros. Tal vez sea el encuentro del diferenciador de Empédocles, con el artífice interno de Bruno 19 . Ya en la biblioteca, extraño pero sintomático lugar para este muy particular encuentro amoroso, Ynaca Eco está esperando a Cemí acostada sobre un anchuroso sofá de mimbre y envuelta con una “azulosa seda oscura”. La escena pretende ser subyugante, grave, pero el lector puede recrear aquí una Marlene Dietrich humeando un cigarro de boquilla infinita. De hecho, Ynaca Eco—en una de las frases más cursis (quizás es la única) de toda la obra lezamiana— “aspiró con silábica lentitud el barro apisonado por todo el peso del hombre y sus poros comenzaron a dilatarse curiosos del rocío”. Ynaca se desprende de la túnica y se pone en pie en busca de Cemí. En este momento de máximo erotismo Lezama Lima recurre de nuevo a Descartes para refutarlo de una vez por todas. Es imposible, según una de las convicciones metafísicas de Lezama Lima, rechazar la existencia de la sobrenaturaleza cuando entramos en una zona, como la erótica, de “cantidad hechizada” 20 . Y sí, parece mentira que este sencillo aserto ponga en jaque o reduzca al absurdo buena parte de la historia moderna de la “fantástica” filosofía occidental. En antítesis con todo intelectualismo, la extensión y el pensamiento se habían apoderado del cuerpo de Ynaca Eco (…) En ese traslado de la extensión y el pensamiento al cuerpo, se había 172

alterado la raíz de todo cartesianismo. La extensión era ahora, enfrentados los dos cuerpos, el repaso incesante de la extensión de la piel y el pensamiento cristalizado que iba recorriendo el hueco barroco de la gruta. Ynaca Eco traza con el pie un círculo en el suelo y José Cemí, como el lector de la novela, sonríe ante tanta “gravedad sacralizada”, quizás incluso duda. Es hermoso ese guiño. El lector moderno respira, su ironía desacralizadora encuentra acomodo por un instante, pero cuando Cemí se despoja de su ropa comienza a sentir él también esa gravedad, ese “hieratismo” como de ensalmo egipcio. Ynaca, la bacante, prende fuego a la ropa y hace unos signos cabalísticos sobre el cuerpo desnudo de Cemí (siguiendo “consejos zoroástricos”), hasta despertar a la serpiente kundarlini y su ascenso de energía, según las practicas tántricas, por la columna vertebral. Egipto, la cábala, Zoroastro, el tantrismo, el kamasutra (Ynaca sentía “la progresión del Lingam”), la referencialidad de la escena es tan barroca como heterodoxa y, si se quiere, superficial, subordinada al gusto “camp” por lo extravagante, lo antiguo, lo exótico, lo pintoresco, lo decorativo, lo kitsch, lo solemne, por el Art Noveau o por Góngora. Porque Lezama Lima y el “camp” adoran (el verbo “adorar” ya pertenece a la idiosincrasia “camp”, “adorar” como hipérbole estilizada del “gustar”, del gusto), lo extravagante, lo fuera de moda, las ruinas exóticas: It’s not a love of the old as such. It’s simply that the process of aging or deterioration provides the necessary detachment –or arouses a necessary sympathy. (Sontag 60) 173

(que también simboliza el órgano sexual femenino), traída a colación según los<br />

intereses del propio narrador que, a su conveniencia, comenta y glosa la escena:<br />

Lo que nos interesa de la oscuridad es tocarla en un punto y ahí<br />

está el origen del Eros. Tal vez sea el encuentro del diferenciador<br />

de Empédocles, con el artífice interno de Bruno 19 .<br />

Ya en la biblioteca, extraño pero sintomático lugar para este muy<br />

particular encuentro amoroso, Ynaca Eco está esperando a Cemí acostada sobre<br />

un anchuroso sofá de mimbre y envuelta con una “azulosa seda oscura”. La<br />

escena pretende ser subyugante, grave, pero el lector puede recrear aquí una<br />

Marlene Dietrich humeando un cigarro de boquilla infinita. De hecho, Ynaca<br />

Eco—en una de las frases más cursis (quizás es la única) de toda la obra<br />

lezamiana— “aspiró con silábica lentitud el barro apisonado por todo el peso del<br />

hombre y sus poros comenzaron a dilatarse curiosos del rocío”. Ynaca se<br />

desprende de la túnica y se pone en pie en busca de Cemí. En este momento de<br />

máximo erotismo Lezama Lima recurre de nuevo a Descartes para refutarlo de<br />

una vez por todas. Es imposible, según una de las convicciones metafísicas de<br />

Lezama Lima, rechazar la existencia de la sobrenaturaleza cuando entramos en<br />

una zona, como la erótica, de “cantidad hechizada” 20 . Y sí, parece mentira que<br />

este sencillo aserto ponga en jaque o reduzca al absurdo buena parte de la historia<br />

moderna de la “fantástica” filosofía occidental.<br />

En antítesis con todo intelectualismo, la extensión y el<br />

pensamiento se habían apoderado del cuerpo de Ynaca Eco (…) En<br />

ese traslado de la extensión y el pensamiento al cuerpo, se había<br />

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