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10.06.2013 Views

ealidad. O en otras palabras, ante la distribución de saberes de la modernidad y ante la marginalidad o especialización del escritor, ante el proceso de secularización moderna, Lezama Lima quisiera hacerse el sordo y escribir como si algo así no hubiera sucedido, a contracorriente, o como si sólo le sirviera como acicate para intentar lo imposible desde una poética de la contradicción. La raíz mítica en Lezama Lima y su entronque con la estética del aduanero Rousseau— para algunos reaccionaria, para otros profundamente postmoderna—, podemos contemplarla ahora como la teatralización “camp” de una literatura premoderna, primitiva, salvaje 16 , en busca de un “paraíso no dañado”, o como un simulacro gótico triturado por el barroco y el teatro de las identidades. Otros ingredientes “camp”, entonces, se nos dan en ese diálogo con relación a su teatralidad. Si observamos detenidamente a los personajes éstos no actúan según una estricta circunscripción masculina o femenina ni según recias identidades definidas, diferenciadas o presupuestas, sino desde un teatralidad que emplea una retórica intelectual y mística y que podría leerse en clave postfeminista si no fuera porque sabemos ya que la resistencia a la normatividad genérica todavía le otorga a esa teatralidad un papel—pasivo, o pasivo-agresivo— de resistencia y derribo. La figura masculino-patriarcal queda fuera de la escena o permanece como fantasma, es innecesaria incluso en la formación sentimental y hasta intelectual del personaje. La figura de la mujer representa el nexo afectivo, el centro de la casa, la mitificación de la sabiduría doméstica y de la esfera 166

privada, el guardián de la memoria familiar—tales son las cualidades míticas que la definen históricamente—, pero—y he aquí la novedad adentro del patriarcalismo cubano—, en la obra de Lezama la mujer habla, opina, decide, razona, interviene, se comunica intelectualmente, es objeto de toda admiración por parte del nieto, José Cemí, que siempre busca en la madre y en la abuela los mejores consejos. Pero pongamos otro ejemplo aún más revelador para indagar más en estos aspectos, que tiene que ver con el gran personaje femenino de la serie narrativa de Lezama Lima, Ynaca Eco. 10) Ynaca Eco, hermana de Licario, también aparece descrita míticamente en la novela, con la salvedad de que el mito empleado es un mito femenino polémico, olvidado o marginado por la cultura patriarcal. Ynaca representa a la bacante, a la mujer dueña de su destino y de su cuerpo. En ocasiones se hace llamar Ecohé, en referencia a evohé, el grito orgásmico que proferían las bacantes para invocar a Baco, dios del vino y de la concupiscencia. Ynaca Eco en consecuencia no sólo sostiene o mejora la conversación intelectual con Cemí, en su encuentro casual y posterior paseo por la Habana, no sólo se aleja del convencional rol de heroína comparsa; Ynaca Eco toma las riendas a la hora de propiciar el encuentro sexual con Cemí, decide tener un hijo de éste a espaldas de su marido o tiene relaciones sexuales con Fronesis, el mejor amigo de Cemí, sin mayores aspavientos ni complicaciones para ninguno de los tres, suerte de hyppismo o coolness impasible 167

ealidad. O en otras palabras, ante la distribución de saberes de la modernidad y<br />

ante la marginalidad o especialización del escritor, ante el proceso de<br />

secularización moderna, Lezama Lima quisiera hacerse el sordo y escribir como si<br />

algo así no hubiera sucedido, a contracorriente, o como si sólo le sirviera como<br />

acicate para intentar lo imposible desde una poética de la contradicción. La raíz<br />

mítica en Lezama Lima y su entronque con la estética del aduanero Rousseau—<br />

para algunos reaccionaria, para otros profundamente postmoderna—, podemos<br />

contemplarla ahora como la teatralización “camp” de una literatura premoderna,<br />

primitiva, salvaje 16 , en busca de un “paraíso no dañado”, o como un simulacro<br />

gótico triturado por el barroco y el teatro de las identidades.<br />

Otros ingredientes “camp”, entonces, se nos dan en ese diálogo con<br />

relación a su teatralidad. Si observamos detenidamente a los personajes éstos no<br />

actúan según una estricta circunscripción masculina o femenina ni según recias<br />

identidades definidas, diferenciadas o presupuestas, sino desde un teatralidad que<br />

emplea una retórica intelectual y mística y que podría leerse en clave<br />

postfeminista si no fuera porque sabemos ya que la resistencia a la normatividad<br />

genérica todavía le otorga a esa teatralidad un papel—pasivo, o pasivo-agresivo—<br />

de resistencia y derribo. La figura masculino-patriarcal queda fuera de la escena o<br />

permanece como fantasma, es innecesaria incluso en la formación sentimental y<br />

hasta intelectual del personaje. La figura de la mujer representa el nexo afectivo,<br />

el centro de la casa, la mitificación de la sabiduría doméstica y de la esfera<br />

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