Stony Brook University
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escena ha sido despojado y sustituido por una teatralización intelectual de una<br />
conversación posible entre un nieto y una abuela moribunda. Los achaques de la<br />
enfermedad, el olor a cerrado de la habitación, la escueta y funcional decoración<br />
de la clínica, no se nos ofrecen ni se nos sugieren. Al diálogo tampoco lo<br />
interrumpen las dudas, los balbuceos, los cambios de posición corporal, la entrada<br />
de una enfermera, los gestos. Apenas sabemos, por el párrafo que introduce el<br />
diálogo, que las sábanas son blancas y que “al mezclarse esa blancura con la cal<br />
de las paredes, comenzaba la ronda de una inmensa indistinción”. Indistinción,<br />
ausencia en principio de relieve psicológico, tiempo detenido, espacio<br />
indeterminado, ignoramos cómo visten y lo que piensan los personajes por debajo<br />
de lo que dicen, el idioma no aspira a recoger los usos del español cubano ni la<br />
locuacidad del nieto y de la abuela podría compararse a la que exhiben Nafta y<br />
Settembrini en La Montaña Mágica u Horacio Oliveira y sus amigos de la<br />
bohemia parisina en Rayuela, por citar sólo dos novelas que la crítica siempre ha<br />
relacionado con Lezama Lima.<br />
Pareciese que en Paradiso y Oppiano Licario nos hallásemos con un tipo<br />
de narración en un estadio primitivo respecto a la mímesis moderna 13 . Dos efigies<br />
frente a frente, dos bajorrelieves de mármol. La abuela es el oráculo. El nieto un<br />
discípulo. La escena retrata el eterno diálogo de la vejez y la juventud, de lo<br />
natural y lo artificial, del que vive y del extrañado que mira vivir. Su dinámica se<br />
asemeja más al Diálogo de Don carnal y doña Cuaresma o al Diálogo de<br />
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