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Stony Brook University

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contrario de un diálogo de los tough writers norteamericanos (Chandler, Hammet,<br />

etc), donde cada intervención debía ser glosada por un comentario, una<br />

descripción, un cigarrillo sobre un cenicero, un carraspeo, una mano que titubea.<br />

En Lezama Lima las convenciones de la verosimilitud no son un objetivo. Incluso<br />

los nombres de los personajes apuntan hacia un significado o una clave. Sólo<br />

transcribimos aquí un ejemplo entrecortado, porque las alocuciones de los<br />

personajes tienden a ser en Lezama Lima demasiado largas, de proporciones casi<br />

calderonianas. Repárese que la abuela, Augusta, llama a su nieto por el apellido.<br />

—Abuela, cada día siento más lo que mamá se va pareciendo a<br />

usted. Las dos tienen lo que yo llamaría el mismo ritmo<br />

interpretado de la naturaleza. En los últimos tiempos, la mayoría de<br />

las personas me causan la impresión de que están encerradas, sin<br />

salida. Pero ustedes dos parecen dictadas, como si continuasen<br />

unas letras que les caen en el oído (…)<br />

—Pero, mi querido nieto Cemí, tú observas todo eso en tu madre y<br />

en mí, porque lo propio tuyo es captar ese ritmo de crecimiento<br />

para la naturaleza, frente a la cual tú colocas una lentitud de<br />

observación, que es también naturaleza (…) Tú hablas del ritmo de<br />

crecimiento de la naturaleza, pero hay que tener mucha humildad<br />

para observarlo, seguirlo y reverenciarlo. (Paradiso 546)<br />

En el Capítulo Dos nos detuvimos en el pensamiento mítico y en la<br />

imagen arquetípica que Lezama Lima simula (o disimula) desde la revelación de<br />

que “lo que nos sucede les sucede a todos”. En el capítulo presente quisiéramos<br />

añadir—sin refutación alguna, yuxtaponiendo ambas interpretaciones—, que para<br />

un lector habituado al “camp” —para un lector, pues, posmoderno—, la<br />

complicidad que suscita este diálogo es manifiesta. El contenido realista de la<br />

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