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10.06.2013 Views

exiliado de la guerra civil española como Francisco Ayala como una revista que, pese a sus esfuerzos por modernizarse, persistía en su retraso cultural precisamente por su afán por subsanarlo. Pero ¿hay algo más “camp” que la expresión “escritores de talla internacional” o tenerse a uno mismo como vanguardia intelectual? Escribe Ayala en 1954: Con todos sus méritos, que son considerables, había en Orígenes una especie de estancamiento que sacaba la revista del tiempo, fijándola, o remitiéndola a un pasado que, sopor relativamente próximo, está menos muerto. Yo puedo hablar con cierta autoridad de eso, puesto que allá por la década del 20 participé en a Revista de Occidente y en otras publicaciones, de la estética y propósito en que se obstinan algunos de los colaboradores de Orígenes cuando ya todo es fútil. Parece que nada hubiera ocurrido en el mundo, o que todo lo ocurrido no tuvo que ver con la literatura. En efecto, el nombre de Orígenes había llegado a sugerir, más que positividad, al castrado padre de la iglesia que así se llamó. A partir de esta reflexión de lo “camp”, que no será a la postre—hacia el final de este capítulo—sino otra manera de estudiar los modos en los que la cultura cubana, zaherida por su frustación cultural y política, se desenvuelve y desarrolla en multitud de direcciones, reflexionaremos de ahora en adelante cuánto de Lezama Lima comparte una estética “camp” y cuánto de su obra es susceptible de recibir una interpretación “camp”, entendida ya aquélla como “pasado muerto”, “estancado”, que debe sobreinterpretarse o incluso sobreestetizarse para volver a ser significativo. Esta discusión, y en profunda relación con el tema que nos ocupa, nos podría conducir a la polémica que la revista Ciclón (y más tarde también Lunes de Revolución) estableció con la revista 144

Orígenes y sobre todo contra su director, el propio Lezama Lima, desde los principios que Francisco Ayala expone en la cita anterior. Por lo tanto, que la entrada “camp” que este capítulo propone también se justifica ulteriormente desde esa polémica entre Orígenes y Ciclón, entre los viejos y los jóvenes, que si bien puede verse como generacional y anclada en la sempiterna “ansiedad de la influencia” teorizada por Harold Bloom, sobre todo reproduce el debate entre la modernidad o posmodernidad que pretende asumir Ciclón y la antimodernidad o premodernidad que reprochan a Orígenes y a Lezama Lima. Serán los miembros de la revista Ciclón los que practiquen el “camping” o “choteo” con Lezama Lima reduciéndolo a un figurón decadente, a un sacerdote profético, desfasado, manierista amanerado, a quien nadie atendía ya. En este contexto de agresión el propio Lezama Lima, desde el otro lado de la contienda, optó en buena medida por parecerse al personaje creado por sus enemigos y a trabajar en un silencio que la política cultural de la Revolución del 59 convirtió en forzoso. Como sucede en todas las disputas apasionadas, intentaremos demostrar también que esta polémica que tiene más de cincuenta años pero que todavía influye y está viva en la actualidad, responde a un colosal y sutil malentendido. Si efectivamente Lezama Lima coquetea con el “camp” significaría que su obra, en muchos sentidos, es más posmoderna que la practicada por los miembros de la revista Ciclón. 145

exiliado de la guerra civil española como Francisco Ayala como una revista que,<br />

pese a sus esfuerzos por modernizarse, persistía en su retraso cultural<br />

precisamente por su afán por subsanarlo. Pero ¿hay algo más “camp” que la<br />

expresión “escritores de talla internacional” o tenerse a uno mismo como<br />

vanguardia intelectual? Escribe Ayala en 1954:<br />

Con todos sus méritos, que son considerables, había en Orígenes<br />

una especie de estancamiento que sacaba la revista del tiempo,<br />

fijándola, o remitiéndola a un pasado que, sopor relativamente<br />

próximo, está menos muerto. Yo puedo hablar con cierta autoridad<br />

de eso, puesto que allá por la década del 20 participé en a Revista<br />

de Occidente y en otras publicaciones, de la estética y propósito en<br />

que se obstinan algunos de los colaboradores de Orígenes cuando<br />

ya todo es fútil. Parece que nada hubiera ocurrido en el mundo, o<br />

que todo lo ocurrido no tuvo que ver con la literatura. En efecto, el<br />

nombre de Orígenes había llegado a sugerir, más que positividad,<br />

al castrado padre de la iglesia que así se llamó.<br />

A partir de esta reflexión de lo “camp”, que no será a la postre—hacia el<br />

final de este capítulo—sino otra manera de estudiar los modos en los que la<br />

cultura cubana, zaherida por su frustación cultural y política, se desenvuelve y<br />

desarrolla en multitud de direcciones, reflexionaremos de ahora en adelante<br />

cuánto de Lezama Lima comparte una estética “camp” y cuánto de su obra es<br />

susceptible de recibir una interpretación “camp”, entendida ya aquélla como<br />

“pasado muerto”, “estancado”, que debe sobreinterpretarse o incluso<br />

sobreestetizarse para volver a ser significativo. Esta discusión, y en profunda<br />

relación con el tema que nos ocupa, nos podría conducir a la polémica que la<br />

revista Ciclón (y más tarde también Lunes de Revolución) estableció con la revista<br />

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