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10.06.2013 Views

y parodia involuntaria de la alta cultura importada, de segunda mano, casi siempre en traducción, se reviste sin embargo de formas aun más elevadas o manieristas que las estiladas en su lugar de procedencia. Visto así, el grupo en torno a la revista Orígenes es a la cultura francesa, por ejemplo, lo que Roberto Artl a la novelística rusa del XIX. Artl es la versión “camp” de Dovstoiesky que a su vez podría representar una versión “camp” de la novela psicológica. No obstante, la fuerza de Roberto Artl transforma esa literatura de segunda mano, compuesta casi de desechos, en una obra colosal que transciende y borra su dimensión “camp” para convertirse, desde su propia naturaleza destartalada, en una narrativa que por el contrario luce violentamente contemporánea y novedosa. No subestimemos tampoco a Lezama Lima. Después de una lectura que podría parecer desmitificadora, tal vez nos espere él al final de capítulo sentado cómodamente en la butaca del estudio de Trocadero, un habano en la mano izquierda y la sonrisa confiada y burlona. 3) Convendría hacer, sin embargo, otra aclaración. No se nos escapa que una cultura no puede estudiarse desde su retraso, ni desde lo que debía haber sido, sino desde los espacios vivos y nuevos que genere en sus coordenadas concretas. O bien ninguna cultura vive retrasada respecto a sí misma o bien todas, en cuanto insuficientes o por venir, en cuanto precisan de un sutil pacto con la barbarie y la exclusión, con su propia sombra, lo están. Pero en el caso de la cultura cubana esa 142

noción de “retraso”, entendido desde dicha cultura como carga y obstáculo a superar o subsanar, es pertinente como un punto de partida a la reflexión, o como temática. Ya desde la república, y todavía antes, se observa en sus escritos dominantes y en el ambiente general una consciencia de frustración nacional que en buena parte define esa cultura y se erige, paradójicamente, en una de sus señas de identidad. Ensayos como, entre otros, Indagación del choteo, de Mañach, Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, de Ortiz, y posteriormente Lo cubano en la poesía, de Vitier, documentos a los que habría que añadir la ensayística en pequeñas dosis que Lezama Lima fue entregando a modo de editoriales, epistolarios, etc, en las revistas que dirige durante los años treinta y cuarenta, dan cuenta de un sentimiento de inferioridad cultural y de una tentativa por superarlo mediante un activismo empecinado y que, repetimos, favorece un caldo de cultivo para el “camp” involuntario del que venimos hablando. Incluso se podría advertir que tal sentimiento de frustración nacional, de retraso periférico, de tragedia colectiva que puede observarse en el espíritu de la época y en particular en la revista Orígenes, así como el pensamiento y la prosa profética, dramática, copada de poses tremendistas, campanudas y redentoras que lo acompaña, debe considerarse como profundamente “camp” sin que esto mengüe su realidad y justificación histórica. Recordemos que una revista como Orígenes—que tradujo a grandes escritores de talla internacional (Elliot, Claudel, Wallace Stevens, etc) y que se tiene a sí misma por vanguardia—era vista por un 143

y parodia involuntaria de la alta cultura importada, de segunda mano, casi siempre<br />

en traducción, se reviste sin embargo de formas aun más elevadas o manieristas<br />

que las estiladas en su lugar de procedencia. Visto así, el grupo en torno a la<br />

revista Orígenes es a la cultura francesa, por ejemplo, lo que Roberto Artl a la<br />

novelística rusa del XIX. Artl es la versión “camp” de Dovstoiesky que a su vez<br />

podría representar una versión “camp” de la novela psicológica. No obstante, la<br />

fuerza de Roberto Artl transforma esa literatura de segunda mano, compuesta casi<br />

de desechos, en una obra colosal que transciende y borra su dimensión “camp”<br />

para convertirse, desde su propia naturaleza destartalada, en una narrativa que por<br />

el contrario luce violentamente contemporánea y novedosa. No subestimemos<br />

tampoco a Lezama Lima. Después de una lectura que podría parecer<br />

desmitificadora, tal vez nos espere él al final de capítulo sentado cómodamente en<br />

la butaca del estudio de Trocadero, un habano en la mano izquierda y la sonrisa<br />

confiada y burlona.<br />

3) Convendría hacer, sin embargo, otra aclaración. No se nos escapa que una<br />

cultura no puede estudiarse desde su retraso, ni desde lo que debía haber sido,<br />

sino desde los espacios vivos y nuevos que genere en sus coordenadas concretas.<br />

O bien ninguna cultura vive retrasada respecto a sí misma o bien todas, en cuanto<br />

insuficientes o por venir, en cuanto precisan de un sutil pacto con la barbarie y la<br />

exclusión, con su propia sombra, lo están. Pero en el caso de la cultura cubana esa<br />

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