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universo de lo “camp”, según su código interno, como aquello que incurre en lo “camp” de manera involuntaria. Mientras Andy Warhol es decididamente “camp’, Dostoevsky es “the founder of the whole school of modern Psycho-Camp which was later developed by Freud” (Isherwood, 52). 2) Antes de adentrarnos con más precisión en este fenómeno de doble vía (o triple, como veremos después), conviene señalar ya que si traemos a colación el brillante artículo de Sontag es porque a lo largo de este capítulo estudiaremos la relación que Lezama Lima establece con ese espíritu de época. Características de su obra que en anteriores capítulos han comparecido desde otros ángulos (el barroco sustancializado, el humor agónico, el simulacro premoderno, la subjetividad fantasmal), quizás podrían aclararse o al menos pensarse de nuevo bajo el prisma de una sensibilidad proto-camp que Lezama, y también Virgilio Pinera, y por supuesto Reinaldo Arenas después (los tres homosexuales), pudieron compartir de un modo oblicuo o ya no tan oblicuo en el caso del último. No menos relevante es subrayar, y más allá del protocamping protagonizado por Lezama Lima, que la figura del autor de Paradiso—según esa doblez o doble vía antes mencionada—se presta a la interpretación “camp”. Como en Dostoevsky, como en Freud—psicología “camp” —, como en la película Rambo, la saga de James Bond o como en la interpretación de Marlon Brando en Salvaje— masculinidad “camp” —, como en las películas de Marlene Dietrich o de 140
Marisol—feminidad “camp” —, quizás podemos intuir en Lezama Lima esa dimensión “camp” siempre involuntaria allí donde él pretende quizás otra cosa. Citemos de nuevo a Isherwood a modo de anticipo y teniendo en mente la reflexión que hemos expuesto en el capítulo 2: “Baroque art is largely camp about religión” (51). No se pretende aquí reducir Lezama Lima a los estrictos presupuestos de la estética descrita por Sontag, como así lo demuestra el segundo capítulo de este trabajo y lo seguirá demostrando éste. Pero creemos que a la luz de esta entrada transversal se pueden iluminar varios de los aspectos de su obra antes mencionados. Y lo que es más decisivo, desde la estética “camp” podemos integrar la homosexualidad de Lezama en el debate de su obra e incluso algunas de sus puntuales, problemáticas y dudosas relaciones con la Revolución cubana. Por último, que la circunstancia cultural cubana o habanera en las décadas del 30, 40 y 50, su condición insular ajena o distante a los grandes centros de discursividad, el retraso y vacío cultural (tal y como lo definen los origenistas y antes los intelectuales apegados a la República, pesadumbre que acompaña a todos los debates culturales cubanos en el siglo XX hasta la llegada de la Revolución, su vanguardia de ideas y la pretendida ubicación de Cuba en el centro de los debates internacionales), junto con la ansiedad por importar lo nuevo y lo extranjero a un orden diferente, en otro horizonte, sin apenas asimilación, dan lugar a una cultura propicia para la efervescencia de un “camp” que, consecuencia 141
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universo de lo “camp”, según su código interno, como aquello que incurre en lo<br />
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