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10.06.2013 Views

La geometría es “ímpía”, su saber exacto nos avasalla y mutila. Lo circular o trascendente—la presencia—no nos deja ver el río de la vida, pero el cuadrado sin circularidad nos condena a la ausencia total, a la muerte sin éxtasis. Ambos símbolos, el del círculo o ascenso, y el del cuadrado o descenso son necesarios. El sistema poético lezamiano se fragua en la relación que entablan los contrarios sin menoscabo ni gloria de ninguno de ellos. Como resultado de la poética de la contradicción, el sistema lezamiano sólo puede decantarse mediante una suerte de “barroco sustancializado”, un “laberinto de clara vía” (André Gide), una “claridad desesperada” (Paul Valery) o una batalla encarnizada entre, por así decir, Góngora y San Juan de la Cruz. 15) Pero decíamos sobre todo a partir de una reflexión de Bataille que lo sagrado en el siglo XX “ha muerto por demasiada elevación de espíritu”, porque se volvió “demasiado puro” y no lo “bastante aterrador”. El barroco sustancializado de Lezama Lima obedece de nuevo, desde otro ángulo, a la famosa frase de Pascal: “Como la verdadera naturaleza se ha perdido, todo puede ser sobrenaturaleza”. Hemos escrito ya mucho sobre uno de los sentidos de esta cita. Puesto que la naturaleza se ha perdido en un mundo desencantado, hay que producirla, imaginarla, segregarla. Ahora queremos hacer hincapié en ese “todo” puede ser sobrenaturaleza. “Todo”, cualquier cosa, desde lo más exquisito hasta lo más cotidiano. La poesía, recordemos, es un caracol tanto o más que un unicornio. 120

Decía Lezama Lima que los griegos no tenían “fe en la mentira primera”. El mito platónico de la caverna instaura la división entre apariencia y verdad, nos conmina a un mundo bajo sospecha donde la realidad ha de ser trascendida hasta llegar a la pureza de la Idea. Por el contrario, el entero sistema poético lezamiano, y hasta el viaje que va del impresionismo sinfónico de los primeros poemarios de Lezama Lima hasta la poética de lo transcotidiano de un libro como Fragmento a su imán, podría interpretarse antiplatónicamente como una progresiva y descendente apropiación de lo mundano, de las apariencias, de las mentiras primeras y hasta de los desechos por parte de Lezama Lima, un viaje órfico que no persigue trascender las sombras de la caverna sino redimirlas todas, hacerlas necesarias y no coyunturales: las sombras de la caverna, parece decirnos Lezama Lima, no son superables y mucho menos desdeñables. Si Gadamer escribía que del prejuicio se sale por el camino del prejuicio, Lezama Lima defiende que “todo” puede ser sobrenaturaleza en un rejuego constante entre lo inmanente y lo trascendente que deriva en un barroco sustancializado, impuro, que no aspira a las esencias de la Idea y que se presenta como único modo de integrar y redimir la heterogeneidad de ese todo ya sobrenaturalizado. El trascendentalismo de Lezama Lima, si todavía podemos denominarlo así, acomete la contradicción de devolvernos a la “cosa”: porque la verdadera idea se ha perdido, la Idea no quiere—ni puede—escapar de la caverna, sino alumbrar lo condenado y lo despreciado, trasuntos ahora de la Idea misma 121

Decía Lezama Lima que los griegos no tenían “fe en la mentira primera”.<br />

El mito platónico de la caverna instaura la división entre apariencia y verdad, nos<br />

conmina a un mundo bajo sospecha donde la realidad ha de ser trascendida hasta<br />

llegar a la pureza de la Idea. Por el contrario, el entero sistema poético lezamiano,<br />

y hasta el viaje que va del impresionismo sinfónico de los primeros poemarios de<br />

Lezama Lima hasta la poética de lo transcotidiano de un libro como Fragmento a<br />

su imán, podría interpretarse antiplatónicamente como una progresiva y<br />

descendente apropiación de lo mundano, de las apariencias, de las mentiras<br />

primeras y hasta de los desechos por parte de Lezama Lima, un viaje órfico que<br />

no persigue trascender las sombras de la caverna sino redimirlas todas, hacerlas<br />

necesarias y no coyunturales: las sombras de la caverna, parece decirnos Lezama<br />

Lima, no son superables y mucho menos desdeñables.<br />

Si Gadamer escribía que del prejuicio se sale por el camino del prejuicio,<br />

Lezama Lima defiende que “todo” puede ser sobrenaturaleza en un rejuego<br />

constante entre lo inmanente y lo trascendente que deriva en un barroco<br />

sustancializado, impuro, que no aspira a las esencias de la Idea y que se presenta<br />

como único modo de integrar y redimir la heterogeneidad de ese todo ya<br />

sobrenaturalizado. El trascendentalismo de Lezama Lima, si todavía podemos<br />

denominarlo así, acomete la contradicción de devolvernos a la “cosa”: porque la<br />

verdadera idea se ha perdido, la Idea no quiere—ni puede—escapar de la caverna,<br />

sino alumbrar lo condenado y lo despreciado, trasuntos ahora de la Idea misma<br />

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