Anarquistas de Bialystok - Nodo 50
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tan claro sobre como la burguesía convirtió todo el globo terrestre<br />
en un altar don<strong>de</strong> se estaban quemando los sacrificados en el fuego<br />
funesto, ofrecidos al dios <strong>de</strong> la furia y la venganza. ¿Quién es este<br />
dios? La propiedad privada. Hace mucho, mucho tiempo, todavía en<br />
el alba <strong>de</strong> la vida <strong>de</strong> los humanos él se apo<strong>de</strong>ró, por la fuerza y con<br />
el engaño, <strong>de</strong> la superficie y <strong>de</strong> las entrañas <strong>de</strong> la materia-tierra...<br />
Saqueó los tesoros materiales y mentales, <strong>de</strong>jando a la mayoría en el<br />
hambre, en la tiniebla y el horror. Y con el tiempo su sed y su avaricia<br />
crecieron; agujereando sus pechos, <strong>de</strong>sgarrando a todos los seres vivos<br />
y a los que querían vivir. Se los tragó, los <strong>de</strong>voró emborrachándose<br />
con los gritos <strong>de</strong> los atropellados. Y para asegurarse <strong>de</strong> su eventual<br />
indignación, el Capital convocó y echó en la herida las fuerzas<br />
oscuras <strong>de</strong> la opresión: el Estado y la Religión. El Estado, con la<br />
espada y el fuego, tenía que aplastar cualquier protesta; convencido<br />
encima <strong>de</strong> que él mismo -qué maravilla- fue llamado a la existencia<br />
para proteger a toda la gente, a todos los pueblos, para siempre. Y<br />
los sacerdotes <strong>de</strong> todos los tiempos se esforzaban en su éxtasis por<br />
volver los ojos hacia el cielo, para distraer su atención y alejar su<br />
sensibilidad <strong>de</strong> todas las <strong>de</strong>sgracias terráqueas. La hoguera ar<strong>de</strong><br />
siniestramente: mirarlos en paro, apiñados unos sobre otros, allí en<br />
el fango, en la miseria y en la torpeza. Estos son los sacrificados,<br />
quemados vivos en el altar <strong>de</strong> dios. De repente un rumor subterráneo<br />
-este son los lamentos acumulados <strong>de</strong> los que no aguantan más en<br />
las minas húmedas, envueltos en la pena y la culpa. Y allí el mar <strong>de</strong><br />
llamas alumbra la ciudad nocturna, ensombrecida por los humos-,<br />
son los esclavos forjando sus propias ca<strong>de</strong>nas en las fábricas. Larga<br />
se estira la cola <strong>de</strong> las mujeres y los niños que ofrecen sus cuerpos<br />
agotados a los saciados y contentos, escondiendo su llanto convulsivo<br />
bajo las sonrisas esforzadas. ¿No son ellos las víctimas quemadas en<br />
el altar <strong>de</strong> la Propiedad?<br />
Pero allí, entre los oprimidos no se ve solamente torpe<br />
sometimiento. Sí, es verdad -uno en paro, un obrero, un campesino<br />
pobre-, durante mucho tiempo no entendió que forman una clase<br />
distinta, una clase enemiga <strong>de</strong> todos los propietarios, <strong>de</strong> todos los<br />
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