Anarquistas de Bialystok - Nodo 50

matizaban su locura decidida y su fe sin límites. Trabajó también
en Varsovia con un éxito enorme y increíble. Vladimir fue el alma
del grupo, él inspiraba, él llenaba a todos de entusiasmo y pasión;
tenía carácter y eso se sentía, su fuerza apasionada conjugada con
su solemnidad dolorosa. Hipnotizaba a las masas con sus discursos
claros, sencillos y extraordinariamente francos. La gente sentía su
coherencia particular -eso estaba claro-.
El rasgo característico que destacaba en él era que todos los
puntos de la visión del mundo sobre los cuales hablaba, estuvieron
todos en él mismo; él mismo era un pequeño mundo, en el cual se
concentraban todas las características que, en su opinión, precisaba
la clase trabajadora. Antes de todo, admitía que la lucha de clases,
sí no quería ser solo una frase, tenía que ser una lucha heroica: no se
tenía que hablar del obrero durmiente y participante en elecciones,
se tenía que hablar sobre una clase que llevaba en sí misma el
rencor y aflicción por todo el pasado y un enorme odio por toda
la humillación en el presente. Esta clase no podía ser una que ya
estuviese acostumbrada a estar un poco arriba en la jerarquía social,
como podía ser la pequeña burguesía urbana.
La naturaleza de Vladimir era heroica: no tenía esos
típicos humores, típicos pensamientos de cada día -siempre estaba
hirviendo, olas turbulentas le agitaban y le arrancaban de las
pequeñeces mundanas-. Vladimir decía que la clase trabajadora
se liberaría a si misma siendo fanática de su propia liberación: si
todos los jugos y pensamientos se juntaran por la idea de esa lucha;
mostrándose indiferente y sorda no sólo hacia las aspiraciones que
obstaculizaban la lucha, también hacia todo aquello no clasista que
existiese... Vladimir mismo era un fanático. Me acuerdo de una
charla que tuvimos : “¿Sabes qué pienso?” -dijo- “¿Por qué ahora
no existe más de ese fanatismo, de esa sed de martirio por la Idea
que tuvieron los primeros cristianos?”. Se fue convencido sobre
la necesidad de aceptar con tranquilidad la muerte, del desprecio
frío hacia ella y hacia los sufrimientos, tormentos y torturas, ya que
140