Anarquistas de Bialystok - Nodo 50
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no temía a los golpes ni a la muerte. Quitarme la vida era lo que yo<br />
quería, pero no pu<strong>de</strong> hacerlo. Las calles estaban llenas <strong>de</strong> policías,<br />
imposibilitando que nadie se acercara, cruzase la calle o se parase<br />
en las puertas. A cada persona que salía <strong>de</strong> casa gritaban, así que<br />
se escondía <strong>de</strong> nuevo. Así hasta que llegamos a nuestro <strong>de</strong>stino. En<br />
la esquina <strong>de</strong> Preobrazhenskaya había gente. Me sacaron como<br />
si fuese un saco hacia el portal. Cuando me bajaron <strong>de</strong>l carro, un<br />
joven con una serie <strong>de</strong> capotes se acercó a los guardias urbanos<br />
(reconocí al jefe <strong>de</strong> la subdivisión <strong>de</strong> distrito) y les dijo: ‘Apuñaladle<br />
silenciosamente con la bayoneta y se acabó. Sin juicio’. Yo le respondí<br />
con lo mismo que dije a los otros. Tres guardias me lanzaron <strong>de</strong>bajo<br />
<strong>de</strong>l portal <strong>de</strong> la cárcel y me empezaron a patear. Se esforzaron tanto<br />
que casi perdí la consciencia, pensé que con tal dolor hasta los más<br />
duros se doblan y pensé con temor: ‘acabaré rindiéndome’. Gemía<br />
y gritaba con <strong>de</strong>sesperación. En los primeros minutos el portillo<br />
estaba abierto y la gente en la esquina seguramente me podrían<br />
escuchar. Cuando el domingo siguiente durante mi entrevista con<br />
Inicios <strong>de</strong>l s. XX. Unos carceleros enca<strong>de</strong>nan a un preso.<br />
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