CIUDAD El ConEy Island a lo vEnEzolano Los parques de diversiones no han quedado en eL oLvido. aunque eL psp o La computadora acaparen todo eL tiempo de ocio de Los niños de hoy, todavía existen Los que van aL parque a montarse en eL "Gusanito" y a comer aLGodón de azúcar, aunque ya no atraiGan tanto como 30 años atrás POR MAríA BEtAnIA ChACín FOTOGRAFÍAS AMBrOSIO PLAZA Caracas, <strong>27</strong> de enero de 2<strong>01</strong>3. 19 Edición Número Quince. Año <strong>01</strong>. <strong>ÉPALE</strong> <strong>CCS</strong>
20 La adrenalina fluye por igual en grandes y chicos Nunca he entendido cuál es <strong>el</strong> placer o la satisfacción que se siente al ponerse los nervios de punta por voluntad propia: montarse en una montaña rusa, por ejemplo. Para personas poco arriesgadas -como yo- <strong>el</strong> parque de “diversiones” llega hasta los carritos chocones, <strong>el</strong> “gusanito” o los tres algodones de azúcar que se pueden comer en una estadía de dos horas en <strong>el</strong> parque. Para reforzar la tesis -o la duda- escrita en las primeras líneas, he <strong>aquí</strong> una definición muy graciosa hecha por Wikipedia sobre lo que es un “parque de diversiones”: “Un parque de atracciones o parque de diversiones es un tipo de parque de ocio en <strong>el</strong> que se encuentran atracciones mecánicas, espectáculos, tiendas, restaurantes y otros tipos de infraestructuras destinadas, sobre todo, al ocio, desatar emociones extremas y sin apenas especialización temática”. Vamos a aprovechar nuestros momentos de ocio para sentir vértigo, mareo, miedo y ganas de vomitar: la montaña rusa, la “bailarina”, <strong>el</strong> “cataclismo”, <strong>el</strong> “martillo” y un kilo de gomitas dulces y algodón de azúcar. * Lo cierto es que las atracciones mecánicas y <strong>el</strong> gusto por la taquicardia, la adrenalina y otras drogas naturales tienen una larga historia en Caracas. Como ya se ha dicho en estas pági- nas, cuando Venezu<strong>el</strong>a intentaba parecerse a otros países, por allá en los años 50, se construyó <strong>el</strong> Coney Island venezolano como una imitación a los famosos parques de aqu<strong>el</strong>la isla gringa. El amigo d<strong>el</strong> abu<strong>el</strong>o de una amiga, <strong>el</strong> señor Carlo Pinto, tenía 15 años en 1950 cuando se montó en uno de los primeros “carritos mecánicos” de Caracas en Los Palos Grandes -The Big Sticks, en inglés, como diría cualquier pseudogringo- y en la montaña rusa “Loco Ratón”. “Esa vaina daba un vacío horrible en <strong>el</strong> estómago, pero nos comprábamos un rollo de tickets nada más que para montarnos en la bicha esa”, me contó <strong>el</strong> señor Pinto, quien hoy tiene 77 años. “No sé por qué lo cerraron en los años 60, no recuerdo con exactitud en qué año, pero fue empezando la década. Igual, a mí ni me importó, yo prefería jugar ‘p<strong>el</strong>ota’ y gastar los reales en otra cosa”. Más ad<strong>el</strong>ante, <strong>el</strong> señor Pinto admitiría que más de una vez, cuando ya tenía 17 años, montaba a las muchachas en la noria -resulta que así también se le dice a la rueda- para darle unos besitos cuando su asiento estuviera en lo más alto. Edición Número Quince. Año <strong>01</strong>. <strong>ÉPALE</strong> <strong>CCS</strong> Caracas, <strong>27</strong> de enero de 2<strong>01</strong>3. ** Al parecer, Caracas duró casi 20 años sin un parque de atracciones más grande que <strong>el</strong> fallecido Coney Island. Al menos eso dice la señora Carlota Chacón, quien tenía 12 años cuando abrieron <strong>el</strong> parque Bimbolandia -por allá a principios de los años 70- en <strong>el</strong> paseo Los Ilustres de Los Símbolos. “Lo que más me gustaba de ir a Bimbolandia era ir a El Cubanito después”. Montarse en un gusanito sabiendo que tiene más de 30 años en funcionamiento es una verdadera prueba de valentía: ver de reojo hacia la autopista Valle- Coche cuando <strong>el</strong> gusanito va a millón y oír con suspenso <strong>el</strong> sonido de unas rolineras que se esfuerzan por encajar. “Este es un gusanito r<strong>el</strong>ativamente nuevo en <strong>el</strong> parque porque en agosto d<strong>el</strong> año pasado se descarriló <strong>el</strong> otro y hubo varios heridos”, en palabras de un señor que no quiere que su nombre salga escrito acá y que sabe muy bien cuáles eran las diferencias entre <strong>el</strong> gusanito viejo y <strong>el</strong> nuevo: “El otro gusanito tenía cara de malo con la nariz roja y unos dientes bien grandes. Este es más bonito, es como de niñito chiquito”. El parque está abierto desde las dos de la tarde hasta las nueve de la noche, lo suficiente como para que un niño se coma un montón de gomitas dulces, un algodón de azúcar, se tome una lata de frescolita y se monte en cuanta atracción mecánica se le atraviese por <strong>el</strong> medio: <strong>el</strong> barco pirata, los carritos chocones, las sillas voladoras o, para los miedosos, <strong>el</strong> carrus<strong>el</strong>. Como si todo eso no fuera suficiente, en la salida de Bimbolandia, los mant<strong>el</strong>eros hacen su diciembre vendiendo una variedad de plásticos con formas de muñecos, carritos, pistolitas, etc.,