Una cristiana.pdf - Ataun
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Vinieron los pasteles y el vinillo; aparecieron algunos vasos desportillados y verdosos, traídos de las profundidades del antro de la cocina, y se animó bastante la escena. Belén descolgó una guitarra, y se cantó no sé qué, con esa ronquera flamenca que recuerda el arrullo de la paloma, y con el salero de su meridional belleza, luciendo el pie tentador y curvo apoyado sobre las barras de la silla. Cinta trajo una pandereta, y se la puso a guisa de calañés, sacudiendo la cabeza, riendo a borbotones y divirtiéndose en arrojarnos cáscaras de naranja: después desenterró de un cajón un viejo mantoncillo de Manila, con sus flecos y su bordado charro, y empezó a hacer contorsiones declarando que quería matar la culebra. Hubo olés, empujones, carreras, butacas volcadas y recortes de seda volando por los aires; después nos obligaron a nosotros a rascar la guitarra y a Jalear, mientras bailaban las señoritas. Armose la juerga, y el Jerez corría que era una bendición de Dios. No habiendo sacacorchos, mi tío
ompió la botella contra la arista del velador de mármol, y como el licor desapareciese rápidamente, mandó a Cinta subir otra botella. «Se me han acabado los cuartos», alegó la muchacha. Mi tío frunció algún tanto el entrecejo. «Si te di cuatro duros...». Intervino la señorita Belén: «Galleguito, no hay que ser roñoso... Aquí estamos necesitando horror de cosas, y en la tienda no les da la gana de fiarnos por nuestra cara bonita... Cállese usted, cuentacominos, cicatero». Entre regaños y bromas, aflojó el pagano otros dos duritos, y no nos faltó con qué remojar el gaznate. La cara de mi tío echaba chispas; por cada poro de la piel diríase que asomaba una gota de sangre; su lengua, si no trabada del todo, al menos se revolvía con dificultad; en cambio sus miradas relucían más que nunca, y una expresión de beatitud, el regocijo de la materia, se acentuaba en sus facciones. Yo también advertía los efectos del licor, que con no ser muy auténtico, se subía a las narices, y entre esta excitación y otras muy naturales en la mo-
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flamenca que recuerda el arrullo de la<br />
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luciendo el pie tentador y curvo apoyado<br />
sobre las barras de la silla. Cinta trajo una pandereta,<br />
y se la puso a guisa de calañés, sacudiendo<br />
la cabeza, riendo a borbotones y divirtiéndose<br />
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después desenterró de un cajón un viejo mantoncillo<br />
de Manila, con sus flecos y su bordado<br />
charro, y empezó a hacer contorsiones declarando<br />
que quería matar la culebra. Hubo olés,<br />
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