Una cristiana.pdf - Ataun
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han partido el eje, me han triturado», repetía el infeliz, totalmente fuera de quicio, olvidado de aquella su benigna teoría de los acomodamientos, las transacciones, las conformidades y las esperas. Su calma en el terreno ideológico se volvía furiosa impaciencia en el de la acción. ¡Tan seguro estaba él de llevarse de calle aquel demontre de año! Dejéle dado a Barrabás, y me dirigí a ver a mi tío con el fin de participarle la buena nueva. Llenaba mi pecho cierta satisfacción a la vez dulce y sañuda: parecíame que cada paso adelante era una victoria sobre el detestable protectorado, era romper un eslabón de la cadenita de oro que me sujetaba. Vivía mi tío en el Hotel de Embajadores pero el portero me contestó con tono de persona bien enterada: «A estas horas suele estar en la casa nueva... Lo que es aquí para bien poco. ¿No sabe el señorito? La casa que tiene alquilada... sólo que no duerme en ella todavía... ¿Las señas? Pues Claudio Coello, número...».
Bajé hasta la Puerta del Sol, salté al tranvía del barrio, y descendí casi a la puerta del nuevo domicilio. Subí al piso, un segundo que tenía primero y principal, y era en consecuencia un tercero pintiparado. No necesité tirar de la campanilla, pues la puerta estaba de par en par, y en el recibimiento un hombre, sentado a lo moro, cosía con inmenso agujón tiras de fina estera de cordalillo. A mi tío, que se paseaba en una Balita bastante espaciosa y muy desmantelada de muebles, le sorprendió gratamente mi presencia. -¡Hola!... ¡farandulero! ¡Tú por aquí! Entra, pasa, que lo verás todo. - Me han dicho en el hotel las señas... Vengo a participarle... - Pero entra, con mil pares, quiero que des un vistazo... A ver, ¿qué te parece de la casas? ¿Eh? Tiene bastante comodidad para el precio. Como la calle no es muy céntrica... La sala está todavía por arreglar; no han traído el entredós, ni el espejo grande, ni las colgaduras. Con los
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