Una cristiana.pdf - Ataun
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do, una interpelación de agonía no resonasen impensadamente detrás de mí, y dos damas en pelo, jadeantes, alarmadísimas, en quienes reconocí a mi tía y a la viuda de Barrientos, no se agarrasen cada una de un brazo mío, exclamando a la vez: -¿Ha visto usted a mi niña? - Camila... ¿por casualidad la has visto salir tú? -¡Eh! Sí, la he visto... Acabo de verla... - tartamudeé, sin saber a cuál de las dos atendiese. -¿Por dónde va? -¿Hacia qué lado tomó? -¿Te dijo algo? -¿Cómo no la llamó usted? - Pero ¡por Dios, señoras!... Si no me dejan ustedes respirar! Ya voy, ya explico... Abrió la puerta con mocho tiento; bajó delante de mí, como si huyese; por más que pretendí alcanzarla, no pude. Se tapaba con el velo; iba como trastornada. Ahí en la esquina se ha metido en un simón...
-¿Sola? ¿Sola? - Con... con un caballero - respondí, no atreviéndome a añadir la más negra. La bóveda celeste, cayendo sobre la venerable cabeza cana de la señora de Barrientos, no la hubiese aplastado tan pronto. Quiso hablar y no pudo; se echó atrás; se puso carmesí... luego violeta... y exclamó roncamente: -¡Eeeh... aaah! ¡Se... señ... un... coche... un... hom...! ¡No... no... pue...! Cogimos entre mi tití y yo a la matrona, que no daba cuentas de sí, y en vilo, pasando las penas del purgatorio, la subimos por la escalera. Entramos en el piso primero como una bomba... Renuncio a describir el espectáculo que ofrecía la casa. Aurora y sus dos hermanitas, abrazadas, lloraban en un rincón... Mi tití me dijo, compadecida y azarada: -¿Búscales, Salustio!... A ver si das con ellos... - No te apures, Carmiña - contesté -. Ya parecerán. A estas horas de fijo no tienen gana de
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-¿Sola? ¿Sola?<br />
- Con... con un caballero - respondí, no atreviéndome<br />
a añadir la más negra.<br />
La bóveda celeste, cayendo sobre la venerable<br />
cabeza cana de la señora de Barrientos, no<br />
la hubiese aplastado tan pronto. Quiso hablar y<br />
no pudo; se echó atrás; se puso carmesí... luego<br />
violeta... y exclamó roncamente:<br />
-¡Eeeh... aaah! ¡Se... señ... un... coche... un...<br />
hom...! ¡No... no... pue...!<br />
Cogimos entre mi tití y yo a la matrona, que<br />
no daba cuentas de sí, y en vilo, pasando las<br />
penas del purgatorio, la subimos por la escalera.<br />
Entramos en el piso primero como una<br />
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que ofrecía la casa. Aurora y sus dos hermanitas,<br />
abrazadas, lloraban en un rincón... Mi tití<br />
me dijo, compadecida y azarada:<br />
-¿Búscales, Salustio!... A ver si das con<br />
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- No te apures, Carmiña - contesté -. Ya parecerán.<br />
A estas horas de fijo no tienen gana de