Una cristiana.pdf - Ataun
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ás... horror... Cuando se apartaba de ti, entonces te ponías contenta y de aspecto saludable... En cambio cuando se mostraba asiduo... estabas como el que pasa una enfermedad peligrosa... De manera que... La tití, al oírme, iba enrojeciéndose, enrojeciéndose, primero por las mejillas, hasta que luego la oleada de sangre se extendió a la frente, la barbilla, y hasta creo que por la raíz de los cabellos... - Pues... - dijo con ahogo, reprimiéndose acaso para no dar salida a importunas lágrimas - precisamente por todo eso que estás diciendo, cuanto haga yo ahora es poco para borrar lo de antes, y estoy agradecidísima a Dios porque me ha concedido medios de reparar mi conducta anterior. Es cierto que lo hacía yo así... no sé cómo, sin querer y sin poderlo remediar, porque me incitaba una cosa interior, una prevención o una manía; pero no me disculpo con eso, porque las manías raras se vencen; cuando una mujer se casa, adquiere compromisos muy sa-
grados, y no hay sino llenarlos... ¡y acabose!... Nadie me había obligado a casarme con Felipe, y en vez de quererle, parece que andaba buscando todos los pretextos para apartarme de él... Entonces, Dios... que es tan bueno... se armaría de paciencia, y diría para sí: «¿Hola? ¿Frialdades tenemos? Pues yo haré que te veas en la precisión de acercarte a tu marido... y que no puedas desviarte de él ni un minuto. Yo le mandaré una enfermedad que sólo tú tendrás arranque para asistírsela... ¿No has querido admitir en tu corazón el cariño de esposa, en las condiciones naturales? Pues yo haré que lo admitas, quieras que no, por medio del sacrificio y de la prueba...». ¿Tú no creerás una cosa, Salustio? Cuando Dios nos manda la copa de ajenjo, si la bebemos de buena gana, sabe a almíbar... y si la tomamos con repugnancia, entonces se le nota todo el amargo, o más aún del verdadero amargo que tiene... Yo al principio (no te lo oculto) hice esto venciéndome, porque me parecía que era mi obligación, mi deber; y
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Nadie me había obligado a casarme con Felipe,<br />
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él... Entonces, Dios... que es tan bueno... se armaría<br />
de paciencia, y diría para sí: «¿Hola?<br />
¿Frialdades tenemos? Pues yo haré que te veas<br />
en la precisión de acercarte a tu marido... y que<br />
no puedas desviarte de él ni un minuto. Yo le<br />
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arranque para asistírsela... ¿No has querido<br />
admitir en tu corazón el cariño de esposa, en las<br />
condiciones naturales? Pues yo haré que lo admitas,<br />
quieras que no, por medio del sacrificio<br />
y de la prueba...». ¿Tú no creerás una cosa, Salustio?<br />
Cuando Dios nos manda la copa de<br />
ajenjo, si la bebemos de buena gana, sabe a almíbar...<br />
y si la tomamos con repugnancia, entonces<br />
se le nota todo el amargo, o más aún del<br />
verdadero amargo que tiene... Yo al principio<br />
(no te lo oculto) hice esto venciéndome, porque<br />
me parecía que era mi obligación, mi deber; y