Una cristiana.pdf - Ataun
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alta, más mujerona, más rica en colorido, y en formas más espléndida; sus labios eran del tamaño y color de una rosa gigantesca, hecha de llama y sangre... El resto de la figura la veía al través de una bruma dorada y pálida, movible cortina salpicada de danzarines puntos blancos que incesantemente se entrecruzaban, bajaban, subían, se proyectaban en rocío de aljófar, como el chorro de agua al despedirlo el pulverizador... Me froté los ojos, porque aquella gasa sutil me los cegaba... y entonces vi a Belén mucho menos. Solo sentí el aterciopelado contacto de su falda de peluche, sobre la cual me parece que recliné la frente para aletargarme. - XIX - Serían las doce de la mañana cuando empecé a despertarme, con acíbares en la boca, las sienes estallando de jaqueca, el hígado pesado como plomo, y en el alma esa inexplicable desolación, ese pesimismo obscuro y hondo de los
días que siguen a las noches orgiásticas. En medio de mi sopor oía un ruidito semejante al que hacen las teclas del piano cuando se las hiere en seco estando el instrumento desencordado del todo; eran los tacones de la pecadora, que daba mil vueltas por el cuarto, en puntillas, y entraba de vez en cuando, para volver a salir con algún objeto en las manos o en la falda. Sin duda a cada salida cuidaba de mirar hacia mí, pues al punto se dio cuenta de que yo estaba despierto, y llegándose e inclinándose a mi oído murmuró: «No hagas caso... Duerme más si se te antoja. Están ahí las prenderas, y les voy sacando a la sala las cosas, para que las vean y las ajusten... ¡Infundiosas como ellas, venir a tales horas! Si te incomodan, mira... las plantifico en la calle». No contesté. Me levanté como si me impulsase un resorte. ¡Yo sí que quería plantarme donde la perdiese de vista! Su pelambrera enredada; su bata de rica seda, con el encaje hecho jirones; el chapaleteo de su calzado; su misma
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alta, más mujerona, más rica en colorido, y en<br />
formas más espléndida; sus labios eran del tamaño<br />
y color de una rosa gigantesca, hecha de<br />
llama y sangre... El resto de la figura la veía al<br />
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cortina salpicada de danzarines puntos blancos<br />
que incesantemente se entrecruzaban, bajaban,<br />
subían, se proyectaban en rocío de aljófar, como<br />
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Me froté los ojos, porque aquella gasa<br />
sutil me los cegaba... y entonces vi a Belén mucho<br />
menos. Solo sentí el aterciopelado contacto<br />
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que recliné la frente para aletargarme.<br />
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Serían las doce de la mañana cuando empecé<br />
a despertarme, con acíbares en la boca, las sienes<br />
estallando de jaqueca, el hígado pesado<br />
como plomo, y en el alma esa inexplicable desolación,<br />
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