Una cristiana.pdf - Ataun

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04.06.2013 Views

de que te caigas. Con el pie así lastimado... Cógete. Sostenido por ella, hizo la breve travesía, y al sentarse suspiró profundamente, como quien sale de una faena terrible. Antes de que empezásemos a comer, mi tití fue más de media docena de veces a la cocina, a que el caldo del enfermo estuviese bien colado y bien desalado, a que no le sazonasen la carne, a filtrarle el agua, con otras menudencias de enfermería íntima. Yo entretanto aguardaba, y mis ojos, sin querer, se fijaban en la loza blanca del plato sopero vacío colocado delante de mí, y en el cristal de los vasos, donde aún el vino tinto no lanzaba sangrientos reflejos. ¿Lo pongo aquí o no lo pongo? ¡Sí! ¡Vaya toda la verdad en su desnudez, más bella, para el que sabe considerarla, de lo que son jamás las galas de la mentira! En aquel momento me parecía el colmo del sacrificio y del espanto comer en semejante vajilla y beber en vasos semejantes. ¡Compartir los manjares del leproso! Una horripilación

interna me cerraba el estómago lo mismo que recio tapón. Es verdad que ya me había desayunado con mi tío en la Ullosa, sospechando que tenía lepra; pero es distinto: entonces no estaba seguro de que lo fuese; no la había visto en toda su fealdad; no había respirado sus miasmas... «No, lo que es hoy, no entra bocado en mi cuerpo... En ese borde del vaso puso los labios... y esta cuchara la habrá introducido cien veces en la boca...». Cuando la tití regresó al corredor y, ocupó su silla, atravesaba yo uno de esos instantes críticos, en que un sudor se va y otro se viene, y la voluntad flaquea, más aplanada por un insignificante obstáculo que ante alguna empresa dificilísima. Sentía que no me era posible tocar a la comida; que iba a atragantárseme o a causarme los efectos del mareo. ¿Quién me había mandado aceptar? No, no podía...; estaba viendo siempre el pie del malato, los tejidos lacerados por la enfermedad y, por el fuego; notaba el

interna me cerraba el estómago lo mismo que<br />

recio tapón. Es verdad que ya me había desayunado<br />

con mi tío en la Ullosa, sospechando<br />

que tenía lepra; pero es distinto: entonces no<br />

estaba seguro de que lo fuese; no la había visto<br />

en toda su fealdad; no había respirado sus<br />

miasmas... «No, lo que es hoy, no entra bocado<br />

en mi cuerpo... En ese borde del vaso puso los<br />

labios... y esta cuchara la habrá introducido<br />

cien veces en la boca...».<br />

Cuando la tití regresó al corredor y, ocupó<br />

su silla, atravesaba yo uno de esos instantes<br />

críticos, en que un sudor se va y otro se viene, y<br />

la voluntad flaquea, más aplanada por un insignificante<br />

obstáculo que ante alguna empresa<br />

dificilísima. Sentía que no me era posible tocar<br />

a la comida; que iba a atragantárseme o a causarme<br />

los efectos del mareo. ¿Quién me había<br />

mandado aceptar? No, no podía...; estaba viendo<br />

siempre el pie del malato, los tejidos lacerados<br />

por la enfermedad y, por el fuego; notaba el

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