Una cristiana.pdf - Ataun
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qué con entera franqueza. La lealtad de mis propósitos me prestaba energía. - Padre, usted sabe mejor que yo lo que el marido de Carmen padece. Usted conoce esa enfermedad al dedillo; ha estado usted en África, ha tenido mil ocasiones de verla, de saber que es contagiosa, y que es mortal. No me lo niegue. - Lo que no me explico - contestó el fraile arrugando el entrecejo - es cómo se encuentra tan enterado el caballero Salustio. Eso sí que me admira. - Lo sé - dije sonriendo desdeñosamente -, no por ninguna indiscreción epistolar, como usted está figurándose, sino porque en nuestra familia esa enfermedad es hereditaria; salta una generación, y se presenta cuando menos la esperamos. Hay en nosotros sangre israelita, y tenemos por ella ese legado cruel. - Bien cruel, efectivamente - respondió pensativo y apiadado el Padre -. Es cosa tremenda, y crea usted que si yo conociese ese antecedente
antes de casarse Carmen, la diría: «considera a lo que te expones...». -¿Lo ve usted? - exclamé triunfante -. ¿Ve usted cómo acertaba yo al opinar que esa boda era un atentado y un desastre? - Poco a poco. Tantos como desastre y atentado, no. Usted cree que la vida ha de componerse de una serie de dichas y venturas, y en eso se equivoca mucho, porque la vida es una prueba, y a veces una sucesión de pruebas que acaba con la muerte. A su tía de usted, la señora de don Felipe, le envía Dios una prueba más dura y más amarga; pero ya sabe Dios dónde hiere, porque ni su alma es del temple común, ni ella está cortada por el patrón de la mayor parte de las señoras. Carmen es la mujer cristiana, se lo dije a usted en cierta ocasión... precisamente cuando tuve el gusto de que nos conociésemos...; y si yo, hablando humanamente, preferiría que hubiese sido dichosa aquí y en el otro mundo, como confesor diré a usted que no lamento demasiado verla en este apuro, porque
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Hay en nosotros sangre israelita, y<br />
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