Una cristiana.pdf - Ataun
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Villadiego. Y en el numero siguiente, otro artículo, cuyo encabezado y contexto me parecieron harto graves. Rezaba el epígrafe:«Los hijos de Israel, o un trozo de historia retrospectiva»; y allí, exhibido con lujo de erudición - robada sin duda a la cobarde complacencia de don Wenceslao Viñal -, se hacía la descripción física de mi tío, relacionándola con su origen judaico; se hablaba de los judaizantes castigados por al Inquisición, sobre todo del azotado Juan Manuel Cardoso Muiño; se daba vaya a los «aristócratas» que mezclaban su sangre con una sangre tan impura, y se establecía cierto paralelo entre la procedencia y las mañas de don Felipe, el cual, no pudiendo prestar a usura como sus abuelos, se dedicaba a chupar la sangre de la provincia. El artículo, aunque lleno de procacidad e insolencia, revelaba maña para eludir la denuncia ante los Tribunales, sin dejar por eso de mortificar, herir y levantar roncha. No sé por qué, al arrugarlo con involuntaria ira, me atravesó la mente este pensamiento: «¿Sabrá
ella que está casada con un judío?». Creo que me sugirió tan mala idea la familiar palabra judiada, empleada por la tití para calificar el hecho de separar al ternerillo de su madre. Ni siquiera reflexioné que si mi tío era hebreo, me alcanzaba a mí la mancha de familia: y tendiendo a la tití el periódico, la dije: «Carmiña, lee. Mira a dónde llegan los rencores políticos». Se asomó también a la puerta del establo, y leyó. La observé entre tanto. Sin duda la lectura confirmaba presentimientos antiguos, repugnancias indefinibles hasta entonces, estremecimientos del alma que no podían justificarse por ninguna razón material y tangible. La aversión quedaba explicada ya. Aquella cara de judío no la dibujaba la imaginación antojadiza; su marido parecía un sayón... porque lo era; y el horror instintivo acertaba más que los razonamientos. Devolviome el periódico sin pronunciar palabra, y subiendo la escalera, se encerró en su cuarto con llave.
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ella que está casada con un judío?». Creo que<br />
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judiada, empleada por la tití para calificar el<br />
hecho de separar al ternerillo de su madre. Ni<br />
siquiera reflexioné que si mi tío era hebreo, me<br />
alcanzaba a mí la mancha de familia: y tendiendo<br />
a la tití el periódico, la dije: «Carmiña,<br />
lee. Mira a dónde llegan los rencores políticos».<br />
Se asomó también a la puerta del establo, y<br />
leyó. La observé entre tanto. Sin duda la lectura<br />
confirmaba presentimientos antiguos, repugnancias<br />
indefinibles hasta entonces, estremecimientos<br />
del alma que no podían justificarse por<br />
ninguna razón material y tangible. La aversión<br />
quedaba explicada ya. Aquella cara de judío no<br />
la dibujaba la imaginación antojadiza; su marido<br />
parecía un sayón... porque lo era; y el horror<br />
instintivo acertaba más que los razonamientos.<br />
Devolviome el periódico sin pronunciar palabra,<br />
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