Una cristiana.pdf - Ataun
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muere, casi digo que la acierta, dejando a su mujer en libertad y a mí a la puerta del ciclo». No sé si Carmen interpretó la expresión de mi rostro: lo cierto es que me miró de un modo raro e indefinible, llevando los ojos de su marido a mí, y de mí a su marido. La conversación se arrastraba: apenas si trocábamos alguna palabrilla, adormilados y enervados por el calor y el polvo, mecidos por la trabajosa oscilación del coche, que casi no movían los jacos rendidos de otras viajatas y agobiados de tábanos y moscas. Abanicábase mi tití, y la brisa que levantaba su abanico enfriaba el sudor en mis sienes, causándome una sensación deliciosa... Llegamos a mis dominios a las tres, exhaustos de fatiga, como si hubiésemos hecho a pie la jornada... Mi madre nos esperaba ya y tenía preparados refrescos, leche, fruta. La tarde la pasamos gratamente fuera de casa, mi tití de bata de percal y sombrerón de paja tosca, divirtiéndose mucho con el gallinero y los establos - pues en mi humilde casita patrimonial no exis-
tían jardines, aunque pegados a la tapia crecían rosales, celindas y geranios, flores vulgares con que armé un ramillete para regalárselo a Carmiña -. El reposo después de la sofocación del viaje; la serenidad de la naturaleza, que siempre se comunica al espíritu; la libertad y amenidad del campo, prestaban a mi tía un poco de animación, algo de carmín en las mejillas, y agilidad de los movimientos, infundida por la certeza de que no atisbaba la sociedad. Mi tío, quejándose de dolor en los huesos, se había tumbado en un sofá, y Carmen, mi madre y yo quedamos dueños de la huerta. Aquella tarde, y también al otro día (el lugar, la ocasión y mis años explican, si no disculpan, el fenómeno), rompiose algún tanto la valla del respeto interior que ofrecía a mi tití en holocausto; hizo la sangre su oficio, y noté con terror que si antes me dominaba al tenerla próxima o encontrarme a solas con ella, la inmunidad había desaparecido, y el amor dantesco ya se revelaba vivo y humano, como arrai-
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Abanicábase mi tití, y la brisa que levantaba su<br />
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Llegamos a mis dominios a las tres, exhaustos<br />
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