Una cristiana.pdf - Ataun
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A veces me entraban escrúpulos de lo mal que quería a mi pariente más próximo. Me acusaba de hombre sin delicadeza, pues devolvía inquina por favores. Si mi tío era aprovechado y tacaño, mayor mérito contraía al sufragar buena parte de los gastos de mi carrera. Y no podía negarse que, a su modo, mi tío me manifestaba afecto. Cuando estaba en Madrid solía darme alguna peseteja para el teatro; dos o tres veces en la temporada me llevaba a almorzar o a comer en Fornos; y jamás se mostraba severo conmigo. Me trataba como a chico alegre y sin importancia; me preguntaba por mis trapicheos y líos, por las travesuras de mis compañeros de hospedaje, por las vecinas de enfrente que eran graciosas; y hasta se metía en honduras peores, echándola de doctor y maestro en todas las asignaturas del amor licencioso y venal. De sobremesa, cuando el vino, el café y los licores le arrebataban la sangre a las mejillas, ostentaba su ciencia tratando puntos intrincados que a veces me sublevaban el estómago. No me atre-
vía a protestar, porque los hombres nos avergonzamos de no parecer corrompidos; pero la verdad es que mi paladar juvenil rechazaba aquella pimienta rabiosa. También sucedía que, de noche, las torpes imágenes evocadas por la conversación me importunaban y me ponían febril, hasta que con la jarra llena de agua fría, me propinaba varias duchas por el cogote y espinazo abajo. En invierno como en estío, este procedimiento despejaba mi cerebro y me permitía enfrascarme en los libros otra vez. El odio, o por mejor decir la antipatía, es un resorte tan poderoso como el amor, y yo veía en el término de mi carrera el fin de un protectorado para mí insufrible. Ser dueño de mí mismo, ganar con qué vivir, pagar lo que mi tío me hubiese dado, he aquí mi sueño, y a sus alas me agarraba para trepar por la árida pendiente de la Maquinaria, la Construcción y la Topografía. Ahora que dejo retratado al tío Felipe, añadiré que cuando va nos vimos instalados en el obscuro saloncito bajo de Fornos - ante la mesa
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A veces me entraban escrúpulos de lo mal<br />
que quería a mi pariente más próximo. Me acusaba<br />
de hombre sin delicadeza, pues devolvía<br />
inquina por favores. Si mi tío era aprovechado<br />
y tacaño, mayor mérito contraía al sufragar<br />
buena parte de los gastos de mi carrera. Y no<br />
podía negarse que, a su modo, mi tío me manifestaba<br />
afecto. Cuando estaba en Madrid solía<br />
darme alguna peseteja para el teatro; dos o tres<br />
veces en la temporada me llevaba a almorzar o<br />
a comer en Fornos; y jamás se mostraba severo<br />
conmigo. Me trataba como a chico alegre y sin<br />
importancia; me preguntaba por mis trapicheos<br />
y líos, por las travesuras de mis compañeros de<br />
hospedaje, por las vecinas de enfrente que eran<br />
graciosas; y hasta se metía en honduras peores,<br />
echándola de doctor y maestro en todas las<br />
asignaturas del amor licencioso y venal. De<br />
sobremesa, cuando el vino, el café y los licores<br />
le arrebataban la sangre a las mejillas, ostentaba<br />
su ciencia tratando puntos intrincados que a<br />
veces me sublevaban el estómago. No me atre-