Una cristiana.pdf - Ataun
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de la niñez aquella repulsión airada, fría, invencible, cual la que inspira el reptil que ningún daño nos infiere: repulsión que no pudieron desarraigar ni mis ideas racionalistas, ni mi positivismo científico, ni la persuasión de que tan aborrecido sujeto me protegía y amparaba. «Estas son - calculaba yo- jugarretas del arte. De quinientos años acá se dedican los pintores a reunir en media docena de fisonomías la expresión de la codicia, la avaricia, la gula, la crueldad, la hipocresía y el egoísmo, y así han conseguido hacer el tipo judaico tan repugnante. Bien dice Luis. La tradición, ese cemento pegajoso y adherente, ese moho que se nos cría en el alma, es más fuerte que la cultura y que el progreso. En vez de pensar, sentimos, y ni aún, pues son los muertos quienes sienten por nosotros». Había momentos en que por no reconocerme reo de aprensión y puerilidad, buscaba otros fundamentos a la antipatía que me inspiraba mi tío Felipe. Yo soy muy devoto de la limpieza, y
mi tío, sin ser descuidado en el traje, no se pasaba de limpio en su persona: a veces sus uñas no vestían de claro, y sus dientes lucían un viso verdoso. También fomentaba mi mala voluntad contra el tío el notar que sin mérito alguno, sin condiciones morales ni intelectuales, había sabido granjearse posición. No afirmaré que fuese un malvado ni un tonto de capirote, sino más bien uno de esos productos híbridos de las regiones intermediarias, que no se sabe nunca que sean listos ni necios, buenos ni bribones, aunque se inclinan marcadamente a lo último. Hongo nacido entre la podredumbre de nuestra política, criado a la sombra manzanillesca del chanchullo electoral, mis ideas radicales y puritanas le sentenciaban, con toda la inflexibilidad propia de los pocos años, a las gemonías del desprecio. Aunque no le veía tan encumbrado como a otros caciques conterráneos suyos, su injustificada prosperidad bastaba para herir en mí la fibra de la indignación, muy tensa y elástica en la juventud.
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positivismo científico, ni la persuasión de que<br />
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«Estas son - calculaba yo- jugarretas del arte.<br />
De quinientos años acá se dedican los pintores<br />
a reunir en media docena de fisonomías la expresión<br />
de la codicia, la avaricia, la gula, la<br />
crueldad, la hipocresía y el egoísmo, y así han<br />
conseguido hacer el tipo judaico tan repugnante.<br />
Bien dice Luis. La tradición, ese cemento<br />
pegajoso y adherente, ese moho que se nos cría<br />
en el alma, es más fuerte que la cultura y que el<br />
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pues son los muertos quienes sienten por nosotros».<br />
Había momentos en que por no reconocerme<br />
reo de aprensión y puerilidad, buscaba otros<br />
fundamentos a la antipatía que me inspiraba mi<br />
tío Felipe. Yo soy muy devoto de la limpieza, y