Una cristiana.pdf - Ataun
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fraile... lo que le dije por fin, en irresistible impulso de mi conciencia y de mi alma. - Padre... respecto a luchas y victorias, hablaremos; pero tocante a lo otro... para que vea usted... ¡tiene usted razón! Razón que le sobra. No es delicado vivir en esa casa... lo comprendo, lo reconozco: mi misma posición es humillante, particularmente desde hace algún tiempo...; y saldré de ella, mi palabra de honor, pronto, pronto... lo más pronto posible. No dude que saldré...; y adiós, Padre. Mostré querer marcharme sin tenderle las manos, y él me llamó con cordialidad súbita. - Venga acá, venga acá... Usted en religión pensará como quiera, pero conserva un fondo de sentimientos delicados que me agrada. Y vamos a ver, ¿qué mal le ha hecho a usted Carmen para que dude de que yo sería el vencedor en la lucha, si tal lucha existiese? - Padre, de eso no quería tratar; conste que es usted quien me pincha. Supongamos que hay lucha... si no... ¿a qué viene esta discusión?
Hay lucha... pues usted vencerá... ¡estoy cierto de que sí!, en lo exterior, en el terreno positivo... ¿me explico? ¿me entiende? -¡Demasiado! - contestó gravemente el fraile. -¡Y lo mejor de todo... es que yo, en ese particular, no deseo - tan cierto como que quiero a mi madre - que salga usted derrotado! - Adelante - articuló Aben Jusuf ceñudo y pensativo. - Mi victoria es de otro género... ¡Mi reino no es de este mundo! - pronuncié con ligera ironía, que el Padre debió de encontrar pesada -. Hay una esfera en la cual siempre saldré triunfante... y esa me basta... ¡Y usted ahí sí que no llega! Ese es el imperio de la libertad. ¡En el quinto piso del alma, Padrecito... ni usted... ni nadie!... El moro callaba. Alzó sus ojos al techo de la enfermería, y las movibles facciones de su rostro adquirieron una expresión, casi desconocida para mí, de exaltado misticismo. Sonrió luminosamente, y me dijo con mezcla de unción y desdén:
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Hay lucha... pues usted vencerá... ¡estoy cierto<br />
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mi madre - que salga usted derrotado!<br />
- Adelante - articuló Aben Jusuf ceñudo y<br />
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- Mi victoria es de otro género... ¡Mi reino no<br />
es de este mundo! - pronuncié con ligera ironía,<br />
que el Padre debió de encontrar pesada -. Hay<br />
una esfera en la cual siempre saldré triunfante...<br />
y esa me basta... ¡Y usted ahí sí que no llega!<br />
Ese es el imperio de la libertad. ¡En el quinto<br />
piso del alma, Padrecito... ni usted... ni nadie!...<br />
El moro callaba. Alzó sus ojos al techo de la<br />
enfermería, y las movibles facciones de su rostro<br />
adquirieron una expresión, casi desconocida<br />
para mí, de exaltado misticismo. Sonrió luminosamente,<br />
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